A Sión venid
D. Todd Christofferson
"A Sión venid," , (octubre 1, 2008)
En nuestra familia y en nuestras estacas y distritos, procuremos establecer Sión por medio de la unidad, la piedad y la caridad.
El profeta José Smith dijo: “La edificación de Sión es una causa que ha interesado al pueblo de Dios en todas las edades; es un tema que los profetas, reyes y sacerdotes han tratado con gozo particular. Han mirado adelante, con gloriosa expectativa, hacia el día en que ahora vivimos; e inspirados por celestiales y gozosas expectativas, han cantado, escrito y profetizado acerca de ésta, nuestra época; pero murieron sin verla. Nosotros somos el pueblo favorecido que Dios ha elegido para llevar a cabo la gloria de los últimos días” (Enseñanzas de los presidentes de la Iglesia: José Smith, [Curso de estudio del Sacerdocio de Melquisedec y de la Sociedad de Socorro, 2007], pág. 195).
Sión es a la vez un lugar y un pueblo; fue el nombre que se dio a la antigua ciudad de Enoc en los tiempos anteriores al Diluvio. “…Y aconteció que en sus días él edificó una ciudad que se llamó la Ciudad de Santidad, a saber, Sión” (Moisés 7:19). Aquella Sión existió unos trescientos sesenta y cinco años (véase Moisés 7:68). El registro de las Escrituras dice: “Y Enoc y todo su pueblo anduvieron con Dios, y él moró en medio de Sión; y aconteció que Sión no fue más, porque Dios la llevó a su propio seno, y desde entonces se extendió el dicho: Sión ha huido” (Moisés 7:69). Más tarde, a Jerusalén y su templo se les llamó el monte de Sión, y las Escrituras profetizan de una futura Nueva Jerusalén donde Cristo reinará como “Rey de Sión”, cuando “por el espacio de mil años la tierra descansará” (Moisés 7:53, 64).
El Señor llamó al pueblo de Enoc, Sión, “porque eran uno en corazón y voluntad, y vivían en rectitud; y no había pobres entre ellos” (Moisés 7:18). En otra parte Él dijo: “…porque ésta es Sión: los puros de corazón” (D. y C. 97:21).
La antítesis y antagonista de Sión es Babilonia. La ciudad de Babilonia originalmente era Babel, la de la conocida Torre de Babel, y más adelante llegó a ser la capital del Imperio Babilónico. Su edificio principal era el templo de Bel o Baal, el ídolo al cual se referían los profetas del Antiguo Testamento como “vergüenza” dadas las perversiones sexuales que se relacionaban con su adoración (véase el Diccionario Bíblico en inglés: “Asiria y Babilonia”, “Babilonia o Babel”, o la Guía para el Estudio de las Escrituras: “Baal”). Su mundanalidad, su adoración del mal y el cautiverio de Judá después de la conquista en el año 587 a.C., todo ello se combina para que Babilonia se considere el símbolo de las sociedades decadentes y de la esclavitud espiritual.
Es en base a ese antecedente que el Señor dijo a los miembros de Su Iglesia: “Salid de Babilonia; congregaos de entre las naciones, de los cuatro vientos, desde un extremo del cielo hasta el otro” (D. y C. 133:7). Mandó que los élderes de Su Iglesia fueran enviados a todo el mundo para llevar a cabo ese recogimiento, lo que dio comienzo a un empeño que continúa en pleno vigor hoy día. “Y he aquí, éste será su pregón y la voz del Señor a todo pueblo: Id a la tierra de Sión para que se ensanchen las fronteras de mi pueblo, y sean fortalecidas sus estacas, y Sión se extienda hasta las regiones inmediatas” (D. y C. 133:9).
Así es como hoy el pueblo del Señor está congregándose “de entre las naciones” al reunirse en congregaciones y estacas de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días esparcidas entre las naciones. Nefi previó que esos “dominios” serían pequeños pero que el poder del Señor descendería “sobre los santos de la iglesia del cordero… que se hallaban dispersados sobre la superficie de la tierra; y [tendrían] por armas su rectitud” (véase 1 Nefi 14:12–14). El Señor nos pide que seamos faros de rectitud para guiar a los que busquen la seguridad y las bendiciones de Sión:
“De cierto os digo a todos: Levantaos y brillad, para que vuestra luz sea un estandarte a las naciones;
“a fin de que el recogimiento en la tierra de Sión y sus estacas sea para defensa y para refugio contra la tempestad y contra la ira, cuando sea derramada sin mezcla sobre toda la tierra” (D. y C. 115:5–6).
Bajo la dirección del profeta José Smith, los primeros miembros de la Iglesia intentaron establecer el lugar central de Sión en Misuri, pero no se hicieron merecedores de edificar la ciudad santa. El Señor explicó una de las razones por las que fracasaron:
“…no han aprendido a ser obedientes en las cosas que requerí de sus manos, sino que están llenos de toda clase de iniquidad, y no dan de sus bienes a los pobres ni a los afligidos entre ellos, como corresponde a los santos;
“ ni están unidos conforme a la unión que requiere la ley del reino celestial” (D. y C. 105:3–4).
“…había riñas, y contiendas, y envidias, y disputas, y deseos sensuales y codiciosos entre ellos; y como resultado de estas cosas, profanaron sus heredades” (D. y C. 101:6).
Sin embargo, antes de juzgar a esos primeros santos con demasiada severidad, debemos analizarnos a nosotros mismos para ver si somos mucho mejores.
Sión es Sión debido al carácter, a los atributos y a la fidelidad de sus habitantes. Recuerden que “el Señor llamó Sión a su pueblo, porque eran uno en corazón y voluntad, y vivían en rectitud; y no había pobres entre ellos” (Moisés 7:18). Si queremos establecer Sión en nuestros hogares, ramas, barrios y estacas, debemos estar a la altura de esa norma. Será preciso: (1) que lleguemos a ser unidos en corazón y voluntad; (2) que individual y colectivamente lleguemos a ser un pueblo santo; y (3) que cuidemos de los pobres y los necesitados con tal eficacia que eliminemos la pobreza de entre nosotros. No podemos esperar hasta que venga Sión para que sucedan esas cosas; Sión vendrá sólo cuando las hagamos.
La unidad
Al considerar la unidad que se requiere para que Sión florezca, debemos preguntarnos si hemos superado las “riñas, y contiendas, y envidias, y disputas” (D. y C. 101:6). ¿Estamos, individualmente y como pueblo, libres de contención y disputas y unidos “conforme a la unión que requiere la ley del reino celestial”? (D. y C. 105:4). El perdonarnos unos a otros es esencial para lograr esa unidad. Jesús dijo: “Yo, el Señor, perdonaré a quien sea mi voluntad perdonar, mas a vosotros os es requerido perdonar a todos los hombres” (D. y C. 64:10).
Llegaremos a ser uno de corazón y voluntad si cada uno pone al Salvador como centro de nuestra vida y si seguimos a aquellos a quienes Él ha comisionado para dirigirnos. Podemos unirnos al presidente Thomas S. Monson en amor y preocupación el uno por el otro. En la conferencia general de abril de este año, el presidente Monson habló a los que se han apartado de la Iglesia y a todos nosotros cuando dijo: “En el refugio privado de nuestra propia conciencia yace ese espíritu, esa determinación de despojarnos de la persona antigua y alcanzar la medida de nuestro verdadero potencial. En ese espíritu, volvemos a extender esa sincera invitación: Vuelvan. Les tendemos la mano con el amor puro de Cristo y expresamos nuestro deseo de ayudarlos y recibirlos en plena hermandad. A los que estén heridos en el espíritu o que tengan dificultades y temor, les decimos: Permítannos ayudarlos, animarlos y calmar sus temores” (“El mirar hacia atrás y seguir adelante”, Liahona, mayo de 2008, pág. 90).
A fines de julio de este año, los jóvenes adultos solteros de diversos países de Europa se reunieron en las afueras de Budapest, Hungría, para una conferencia. Entre ellos había un grupo de veinte hombres y mujeres jóvenes de Moldavia que habían pasado días tratando de obtener pasaportes y visas, y más de treinta horas viajando en autobús para llegar allí. El programa de la conferencia incluía unos quince talleres; cada persona tenía que elegir los dos o tres que le interesaran más. En lugar de concentrarse exclusivamente en su intereses personales, los jóvenes moldavos se reunieron e hicieron planes para que por lo menos uno de ellos estuviera en cada una de las clases y tomara abundantes notas; después, compartirían lo que habían aprendido unos con otros y más tarde lo harían con los jóvenes adultos de Moldavia que no habían podido asistir. En su forma más sencilla eso ejemplifica la unidad y el amor de unos por los otros que, multiplicado miles de veces en diversas maneras, volverá “a traer a Sión”(Isaías 52:8).
La santidad
Gran parte de la obra de establecer Sión consiste en nuestros esfuerzos individuales por llegar a ser “los puros de corazón” (D. y C. 97:21). “No se puede edificar a Sión sino de acuerdo con los principios de la ley del reino celestial”, dijo el Señor, “de otra manera, no la puedo recibir” (D. y C. 105:5). La ley del reino celestial es, por supuesto, la ley y los convenios del Evangelio, que incluyen el tener constantemente presente al Salvador y nuestro compromiso de obediencia, sacrificio, consagración y fidelidad.
El Salvador censuró a algunos de los primeros santos por sus “deseos sensuales” (D. y C. 101:6; véase también D. y C. 88:121). Aquellas eran personas que vivían en un mundo donde no existían ni la televisión, ni el cine, ni internet ni los iPod. En un mundo inundado por imágenes y música sensuales, ¿nos encontramos libres de ese tipo de deseos y de los males que los acompañan? En lugar de alterar los límites de la vestimenta modesta o de transigir a la inmoralidad indirecta de la pornografía, debemos sentir hambre y sed de rectitud. Para venir a Sión, no es suficiente que seamos un tanto menos inicuos que los demás; no sólo debemos ser buenos, sino que debemos llegar a ser hombres y mujeres santos. Recordando la frase del élder Neal A. Maxwell, establezcamos de una vez por todas nuestra residencia en Sión y renunciemos a nuestra casa de veraneo en Babilonia (véase “Proponed esto en vuestros corazones”, Liahona, noviembre de 2006, págs. 102–103).
El cuidado de los pobres
A través de la historia, el Señor ha evaluado a las sociedades y a las personas según la forma en que cuidaron de los pobres. Él ha dicho:
“Porque la tierra está llena, y hay suficiente y de sobra; sí, yo preparé todas las cosas, y he concedido a los hijos de los hombres que sean sus propios agentes.
“De manera que, si alguno toma de la abundancia que he creado, y no reparte su porción a los pobres y a los necesitados, conforme a la ley de mi evangelio, en el infierno alzará los ojos con los malvados, estando en tormento” (D. y C. 104:17–18; véase también D. y C. 56:16–17).
Además, dice: “No obstante, en vuestras cosas temporales seréis iguales, y esto no de mala gana; de lo contrario, se retendrá la abundancia de las manifestaciones del Espíritu” (D. y C. 70:14; véase también D. y C. 49:20; 78:5–7).
Nosotros controlamos cómo se dispone de nuestros medios y recursos, pero somos responsables ante Dios de nuestra mayordomía en las cosas terrenales. Es gratificante ver la generosidad de ustedes al contribuir a las ofrendas de ayuno y a los proyectos humanitarios. A través de los años, el sufrimiento de millones de personas se ha aliviado y muchas otras han logrado ser autosuficientes gracias a la generosidad de los santos. No obstante, al seguir la causa de Sión, cada uno de nosotros debe considerar en oración si está haciendo lo que debe, todo lo que el Señor espera que haga, con respecto a los pobres y los necesitados.
Al vivir, como muchos lo hacemos, en sociedades que adoran las posesiones y los placeres, podemos preguntarnos si nos estamos manteniendo distanciados de la codicia y del deseo de adquirir cada vez más de los bienes de este mundo. El materialismo no es nada más que otra manifestación de la idolatría y el orgullo que caracterizan a Babilonia. Tal vez podamos aprender a estar satisfechos con lo suficiente para nuestras necesidades.
El apóstol Pablo advirtió a Timoteo sobre las personas que “toman la piedad como fuente de ganancia” (1 Timoteo 6:5).
Él dijo: “…nada hemos traído a este mundo, y sin duda nada podremos sacar.
“Así que, teniendo sustento y abrigo, estemos contentos con esto” (1 Timoteo 6:7–8).
En gran parte del mundo estamos entrando en tiempos económicos inestables. Cuidemos los unos de los otros de la mejor manera posible. Recuerdo la historia de una familia vietnamita que huyó de Saigón en 1975 y terminó viviendo en una pequeña casa rodante en Provo, Utah. Uno de los jóvenes de la familia de refugiados llegó a ser el compañero de orientación familiar de un tal hermano Johnson, que vivía cerca con su familia numerosa. El muchacho relató lo siguiente:
“Un día el hermano Johnson notó que nuestra familia no tenía una mesa en la cocina; al día siguiente apareció con una mesa de aspecto extraño pero muy práctica, que cabía perfectamente contra la pared frente al fregadero y la encimera de la cocina. Digo que era extraña porque dos de las patas hacían juego con la parte superior y las otras dos no; y además, había varias clavijas de madera que sobresalían en uno de los costados de la gastada superficie.
“Empezamos a usarla para preparar los alimentos y comer algunas comidas rápidas. Aún comíamos la comida principal sentados en el suelo… según la costumbre vietnamita.
“Una tarde, esperando al hermano Johnson a la entrada de su casa para hacer la orientación familiar, vi, con gran sorpresa, que en la cocina había una mesa casi idéntica a la que le había regalado a mi familia; la única diferencia consistía en que en donde nuestra mesa tenía clavijas, ¡la de los Johnson tenía agujeros! Entonces me di cuenta de que, al notar nuestra necesidad, aquel hombre caritativo había cortado su mesa de cocina por la mitad y había hecho nuevas patas para las dos mitades.
“Era obvio que la familia Johnson no podía sentarse toda junta alrededor de aquella pequeña mesa; probablemente no cabían cómodamente ni siquiera cuando estaba entera…
“En el transcurso de mi vida, aquel acto de bondad ha sido un fuerte recordatorio de la verdadera generosidad” (Son Quang Le, según lo relató a Beth Ellis Le, “Dos mesas casi idénticas”, Liahona, julio de 2004, pág. 45).
El profeta José Smith dijo: “Nuestro objetivo principal debe ser la edificación de Sión” (Enseñanzas de los Presidentes de la Iglesia: José Smith, pág. 196). En nuestra familia y en nuestras estacas y distritos, procuremos establecer Sión por medio de la unidad, la piedad y la caridad, preparándonos para ese gran día en que Sión, la Nueva Jerusalén, se levante. En las palabras de nuestro himno:
Israel, Jesús os llama
de las tierras de pesar.
Babilonia va cayendo
Dios sus torres volcará.
A Sión venid, pues prestos;
en sus centros paz gozad.
A Sión venid, pues prestos;
El Señor ya volverá.
Testifico de Jesucristo, el Rey de Sión, en el nombre de Jesucristo. Amén.