General Conference / Octubre 2005 / Lo más importante es lo que perdura
M. Russell Ballard
Como líderes suyos, hacemos un llamado a los miembros de la Iglesia de todo el mundo para que pongan a su familia en primer plano y busquen maneras específicas de fortalecer a su familia en particular.
Varias Autoridades Generales y yo visitamos recientemente algunos centros de Luisiana, Misisipí y Texas, donde se alojaban las victimas asoladas y desplazadas del huracán Katrina, mientras se esforzaban para tratar de poner sus vidas en orden. Sus relatos y situaciones son trágicos y emotivos en muchos respectos, pero en todo lo que escuchamos, lo que más me impresionó fue el llanto por la familia: “¿Dónde está mi madre?” “No puedo encontrar a mi hijo”. “He perdido a una hermana”. Esas personas tenían hambre, miedo y habían perdido todo y necesitaban alimentos, atención médica y toda clase de ayuda, pero lo que más deseaban y necesitaban era a su familia.
Las crisis o transiciones de cualquier clase nos recuerdan qué es lo más importante. En la rutina de la vida, solemos pasar por alto a nuestra familia: a nuestros padres, a nuestros hijos y a nuestros hermanos. Pero en tiempos de peligro, de necesidad y de cambios, ¡no hay duda de que lo que más nos importa es nuestra familia! Lo será aún más cuando salgamos de esta vida y entremos al mundo de los espíritus. Seguramente a las primeras personas a las que trataremos de encontrar serán papá, mamá, cónyuge, hijos y hermanos.
Creo que se podría decir que el propósito de la vida terrenal es “edificar una familia eterna”. Aquí en la tierra todos nos esforzamos para formar parte de una gran familia, con la facultad de crear y formar nuestra propia porción de esa familia y ésa es una de las razones por las que nuestro Padre Celestial nos envió aquí. No todos encontrarán un compañero en la tierra ni tendrán una familia, pero cada persona, sin importar las circunstancias individuales, forma parte de la familia valiosa de Dios.
Hermanos y hermanas, este año se conmemora el décimo aniversario de la proclamación para el mundo acerca de la familia, que emitieron la Primera Presidencia y el Quórum de los Doce Apóstoles en 1995 (véase “La Familia: Una Proclamación para el Mundo”, Liahona, octubre de 2004, pág. 49). Tanto entonces como hoy día es un llamado resonante para proteger y fortalecer a las familias, y una seria advertencia en un mundo donde el deterioro de los valores y el orden equivocado de prioridad de las cosas amenazan destruir la sociedad al debilitar su unidad básica.
La proclamación es un documento profético no sólo porque lo emitieron los profetas sino porque se adelantó a su época. Es una advertencia en contra de las mismas cosas que han amenazado y debilitado a las familias durante la última década, y requiere el orden de prioridad y el énfasis que las familias necesitan si es que han de sobrevivir en un ambiente que parece ser cada vez más perjudicial para el matrimonio tradicional y los lazos entre padres e hijos.
El lenguaje claro y simple de la proclamación se levanta en marcado contraste a las nociones confusas y complejas de una sociedad que ni siquiera llega a un acuerdo en cuanto a la definición de la familia, y que mucho menos proporciona la ayuda y el apoyo que los padres y las familias necesitan. Recordarán estas siguientes palabras de la proclamación:
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“…el matrimonio entre el hombre y la mujer es ordenado por Dios”.
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“El ser hombre o mujer es una característica esencial de la identidad y el propósito eternos de los seres humanos en la vida premortal, mortal, y eterna”.
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“El esposo y la esposa tienen la solemne responsabilidad de amarse y cuidarse el uno al otro, y también a sus hijos”.
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“Los hijos tienen el derecho de nacer dentro de los lazos del matrimonio, y de ser criados por un padre y una madre que honran sus promesas matrimoniales con fidelidad completa”.
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“…la desintegración de la familia traerá sobre el individuo, las comunidades y las naciones las calamidades predichas por los profetas antiguos y modernos”.
Las últimas palabras de la proclamación expresan la simple verdad de que la familia es la “base fundamental de la sociedad”.
Hoy día hago un llamado a los miembros de la Iglesia y a padres, abuelos y parientes dedicados de todas partes, que vivan de acuerdo con esta gran proclamación, que hagan de ella un estandarte similar al “estandarte de la libertad” del general Moroni, y que se comprometan a vivir mediante sus preceptos. Ya que todos formamos parte de una familia, la proclamación se aplica a todos.
Las encuestas de la opinión pública indican que para las personas de todo el mundo la familia por lo general ocupa el primer lugar; sin embargo, en años recientes, la cultura popular parece pasar por alto a la familia o definirla incorrectamente. Consideren algunos de los cambios de la última década:
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Muchas conocidas instituciones nacionales e internacionales que solían apoyar y fortalecer a las familias ahora tratan de reemplazar e incluso de minar a las familias mismas a las que supuestamente habían de servir.
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A fin de promover la “tolerancia”, la definición de la familia se ha expandido de tal manera que resulta irreconocible, hasta el grado de que una “familia” puede ser personas de cualquier género que viven juntos con o sin obligación, ni hijos ni atención a las consecuencias.
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El materialismo y el egoísmo desenfrenados engañan a muchos, haciéndoles pensar que las familias, especialmente los niños, son una carga y un peso económico que los atrasará, en vez de un sagrado privilegio que les enseñará a llegar a ser más como Dios.
No obstante, la mayoría de los padres del mundo siguen conociendo tanto la importancia como el gozo que van unidos a las familias naturales. Unos amigos míos que acaban de regresar de hablar a familias y a padres de varios continentes me informaron que las esperanzas y las preocupaciones de los padres son extraordinariamente similares por toda la tierra.
En India, una madre preocupada dijo: “Lo único que quiero es ser una influencia más grande en mis hijos que lo que pueden ser los medios de comunicación y los amigos”.
Y una madre budista de Malasia dijo: “Quiero que mis hijos aprendan a funcionar en el mundo, pero no quiero que sean del mundo”. Los padres de todas las diversas culturas y religiones dicen y sienten lo mismo que nosotros los que somos padres en la Iglesia.
El mundo necesita saber lo que enseña la proclamación porque la familia es la unidad básica de la sociedad, de la economía, de nuestra cultura y de nuestro gobierno. Y como lo saben los Santos de los Últimos Días, la familia también será la unidad básica en el reino celestial.
En la Iglesia, nuestra creencia en la suprema importancia de las familias se basa en la doctrina restaurada. Sabemos de la santidad de las familias en ambas direcciones de nuestra existencia eterna; sabemos que antes de esta vida vivimos con nuestro Padre Celestial como parte de Su familia, y sabemos que los lazos familiares perduran más allá de la muerte.
Si vivimos y actuamos de acuerdo con este conocimiento, el mundo se sentirá atraído a nosotros. Los padres que consideren a sus familias como algo de suma importancia, tenderán a acercarse a la Iglesia, ya que ésta ofrece la estructura familiar, los valores, la doctrina y la perspectiva eterna que buscan y que no pueden encontrar en ninguna otra parte.
Nuestra perspectiva centrada en la familia deberá hacer que los Santos de los Últimos Días se esfuercen por ser los mejores padres del mundo; nos deberá hacer sentir un enorme respeto por nuestros hijos, quienes en verdad son nuestros hermanos espirituales, y nos deberá motivar a dedicar el tiempo que sea necesario para fortalecer a nuestras familias. En efecto, nada está más íntimamente relacionado con la felicidad, tanto la nuestra como la de nuestros hijos, que la forma en que nos amemos y apoyemos unos a otros dentro de la familia.
El presidente Harold B. Lee hizo referencia a la Iglesia como una “estructura” crucial que ayuda a edificar a la persona y a la familia (véase Conference Report, octubre de 1967, pág. 107). La Iglesia es el reino de Dios en la tierra, pero en el reino de los cielos, las familias serán tanto la fuente de nuestro progreso y gozo eternos como el orden de nuestro Padre Celestial. Como se nos suele recordar, un día se nos relevará de nuestros llamamientos en la Iglesia; pero, si somos dignos, nunca se nos relevará de nuestra relación familiar.
Joseph F. Smith dijo: “No puede haber felicidad genuina aparte y separada del hogar, y todo empeño que se haga por santificar y preservar su influencia ennoblece a quienes se esfuercen y se sacrifiquen por establecerlo. Muchas veces, el hombre y la mujer intentan reemplazar la vida del hogar con alguna otra clase de vida; se convencen a sí mismos de que el hogar implica restricción, que la mayor libertad consiste en una oportunidad más amplia de hacer lo que se quiera. Pero no existe felicidad sin servicio, y no hay servicio más grande que el que convierte el hogar en una institución divina y fomenta y preserva la vida familiar” (Enseñanzas de los presidentes de la Iglesia: Joseph F. Smith, pág. 410).
Y bien, alguien podría preguntar: “¿Cómo podemos proteger, preservar y fortalecer nuestros hogares y nuestras familias en un mundo que tira tan fuerte en direcciones opuestas?”. Permítanme sugerir tres cosas sencillas:
1. 1.
Sean constantes en llevar a cabo la oración familiar diaria y las noches de hogar semanales, ya que ambas invitan el Espíritu del Señor, el cual nos brinda la ayuda y el poder que necesitamos como padres y líderes de familia. Los cursos de estudio y las revistas de la Iglesia contienen muchas buenas ideas para la noche de hogar. Además, consideren la posibilidad de efectuar una reunión familiar de testimonio en la que los padres y los hijos puedan expresarse unos a otros sus creencias y sentimientos en privado y en un entorno personal.
2. 2.
Enseñen en su hogar el Evangelio y los valores básicos. Cultiven juntos el amor por la lectura de las Escrituras. Muchos padres están abdicando esta responsabilidad, dejándola en manos de la Iglesia. Aunque seminario, las organizaciones auxiliares y los quórumes del sacerdocio son importantes como complemento a la instrucción de los padres sobre el Evangelio, la responsabilidad primordial yace en el hogar. Si lo desean, seleccionen un tema del Evangelio o un valor familiar y después busquen oportunidades para enseñarlo. Sean prudentes y no se ocupen, ni ustedes ni sus hijos, en tantas actividades fuera del hogar que estén demasiado ocupados para reconocer o sentir el Espíritu del Señor que les brinde la orientación prometida para ustedes y su familia.
3. 3.
Creen firmes lazos familiares que les den a sus hijos una identidad más fuerte de la que puedan encontrar en su grupo de compañeros, en la escuela o en cualquier otro lugar. Esto se puede lograr mediante tradiciones familiares para los cumpleaños, los días festivos, la hora de la cena y los domingos; también se puede lograr mediante normas y reglas familiares con consecuencias naturales y que se sobreentiendan. Establezcan un sistema familiar sencillo donde los hijos tengan labores o quehaceres domésticos específicos, y reciban un elogio u otro tipo de compensaciones que sea equitativo a la forma en que lo desempeñen. Enséñenles la importancia de evitar las deudas y de ganar, ahorrar y gastar con prudencia. Ayúdenles a aprender a ser responsables de su propia autosuficiencia temporal y espiritual.
En el mundo actual, en el que la agresión de Satanás contra la familia es tan común, los padres deben hacer todo lo que les sea posible por fortalecer y defender a sus familias; pero sus esfuerzos tal vez no sean suficientes. La institución más básica de la familia necesita desesperadamente la ayuda y el apoyo de todos los parientes y de las instituciones públicas que nos rodean. Hermanos y hermanas, tías y tíos, abuelos, primos, todos pueden surtir una influencia poderosa en la vida de los hijos. Recuerden que la expresión de amor y de ánimo de un familiar muchas veces brindará la influencia y la ayuda indicada a un niño en un momento crítico.
La Iglesia misma seguirá siendo la institución fundamental o primordial, la estructura, por así decirlo, para edificar familias firmes. Les aseguro que los que dirigen la Iglesia sienten una gran preocupación por el bienestar de las familias de ustedes, y por esa misma razón verán mayores esfuerzos para poner en primer plano las necesidades familiares y concentrarse en éstas. Como líderes de ustedes, hacemos un llamado a los miembros de la Iglesia de todo el mundo para que pongan a su familia en primer plano y busquen maneras específicas de fortalecer a su familia en particular.
Además, hacemos un llamado a las instituciones públicas para que se examinen a sí mismos y hagan menos de lo que dañaría a las familias y más de lo que las beneficiaría.
Hacemos un llamado a los medios de difusión a ofrecer más de lo que fomente los valores tradicionales familiares y que edifique y apoye a las familias, y menos de lo que popularice la inmoralidad y el materialismo.
Hacemos un llamado a los líderes gubernamentales y políticos a poner en primer plano las necesidades de los niños y de los padres, y a pensar en el impacto que la legislación y la formulación de normas tendrá en la familia.
Hacemos un llamado a los proveedores de Internet y a los creadores de sitios de la red a ser más responsables en cuanto a su posible influencia, y a adoptar el objetivo consciente de proteger a los niños de la violencia, la pornografía, la inmundicia y la sordidez.
Hacemos un llamado a las entidades educativas para que enseñen valores universales y técnicas para la familia y los padres, para que apoyen a los padres en su responsabilidad de criar hijos que lleguen a ser líderes de familias en las generaciones que aún están por venir.
Hacemos un llamado a los miembros de nuestra propia Iglesia a tender una mano de amor a vecinos y amigos de otras religiones y a incluirlos en el uso de los muchos recursos que cuenta la Iglesia para ayudar a las familias. Nuestras comunidades y vecindarios serán más seguros y fuertes a medida que las personas de todas las religiones trabajen juntas para fortalecer a las familias.
Es importante recordar que todas las unidades más grandes de la sociedad dependen de la unidad más pequeña y fundamental: la familia. No importa quiénes o qué seamos, cuando ayudamos a las familias nos ayudamos a nosotros mismos.
Hermanos y hermanas, si sostenemos en alto como un estandarte la proclamación para el mundo acerca de la familia, y si vivimos y enseñamos el Evangelio de Jesucristo, cumpliremos la medida de nuestra creación aquí en la tierra; encontraremos paz y felicidad aquí y en el mundo venidero. No es necesario que un huracán u otra crisis nos recuerden lo que es más importante. El Evangelio y el plan de felicidad y de salvación del Señor nos lo deben recordar. Lo más importante es lo que perdura, y nuestras familias son para la eternidad. De ello testifico en el nombre de Jesucristo. Amén.