jueves, 10 de febrero de 2011

Lección 6: La orientación familiar

Deberes y bendiciones del Sacerdocio, Parte B / Lección 6: La orientación familiar


"Lección 6: La orientación familiar," El sacerdocio y el gobierno de la Iglesia, ()
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El propósito de esta lección es ayudarnos a entender y a cumplir con nuestro llamamiento de maestro orientador.
Introducción

Al ser maestros, presbíteros o poseedores del Sacerdocio de Melquisedec, se nos puede llamar para hacer la orientación familiar. Una de las formas de magnificar nuestros llamamientos del sacerdocio es mediante la enseñanza, el cuidado y la ayuda a los miembros de la Iglesia. El programa de la orientación familiar nos brinda esta oportunidad.

Los líderes del sacerdocio son quienes nos llaman para ser maestros orientadores. En las ramas y en los barrios ya organizados, esto lo hace el líder del quórum del Sacerdocio de Melquisedec después de haber consultado con el obispo o con el presidente de rama. Dos poseedores del sacerdocio sirven como compañeros de la orientación familiar y se espera que ambos visiten regularmente a los miembros que se les haya asignado.

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Muestre la ayuda visual 6-a, “El líder del quórum es el que llama a los maestros orientadores”.

El élder Boyd K. Packer dijo en una oportunidad: “He oído a algunos hombres decir, en su respuesta a una pregunta acerca de su asignación en la Iglesia: ‘Solamente soy maestro orientador’ ”; y entonces explicó que la orientación familiar es una de las asignaciones del sacerdocio más importantes de la Iglesia. Los maestros orientadores son guardianes de un rebaño; se les nombra en donde el ministerio es más importante. Ellos son siervos del Señor (véase, “Cuán gran su protección”, Liahona, julio de 1973, págs. 8–9).
Los maestros orientadores: Siervos del Señor

La siguiente historia, relatada por el hermano Earl Stowell, nos demuestra la importancia de la orientación familiar. Se asignó al hermano Stowell y a su compañero para que fueran los maestros orientadores de algunas familias menos activas del barrio. El hermano Stowell relata lo siguiente:

“Algunos días después… llegamos a una casa en particular. Como soy bajo de estatura, siempre he tenido que mirar para arriba cuando quiero mirar a alguien a los ojos; pero esta vez tuve que bajar la cabeza a medida que abría la puerta, pues se presentaba ante mí un hombrecito de no más de un metro y medio de estatura.

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Muestre la ayuda visual 6-b, “Pequeño Ben”.

“Era delgado [y entrado en años], pero su postura derecha y sus movimientos llenos de energía, evidenciaban que los años tendrían mucho que luchar para encorvar su fuerte espalda. Sus ojos, pequeños y penetrantes, estaban en extremo separados; su boca lucía como un corte derecho en la porción inferior del rostro y parecía ir de oreja a oreja; su rostro curtido se asemejaba al cuero grueso arrugado.

“Le dijimos que éramos vecinos y que éramos miembros de la Iglesia; que habíamos pasado para conocerlo. Se notaba un poco molesto cuando nos invitó a pasar a una pequeña sala, bien equipada con ceniceros… Nos contó que manejaba un camión y yo pensé que debía de ser una camioneta; pero no era así, se trataba nada menos que de un gigantesco camión volquete (basculador). ¡Me quedé admirado!

“ ‘Los conductores de estos camiones son generalmente hombres grandes. ¿Cómo hace para…?’

“Me interrumpió diciendo: ‘Tengo una llave inglesa, de 30 centímetros, bastante pesada, cerca del asiento en la cabina… Mis compañeros lo saben y eso nos hace iguales’…

“A medida que pasaban los meses, esperábamos ansiosos el día en que nos tocaba visitar a Ben. Una tarde cuando lo visitamos, se lo veía muy cansado, por lo que sólo estuvimos unos pocos minutos. Cuando íbamos saliendo, Ben nos miró y dijo: ‘¿Cuándo van a comenzar a decirme las cosas que tengo que hacer, dejar de fumar, asistir a la Iglesia y todo lo demás?’.

“Le respondí: ‘Ben, nosotros nos sentiríamos mucho más felices si usted ya estuviera haciendo esas cosas, pero es usted quien debe decidir lo que debe hacer con su vida. Estamos seguros que le ofenderíamos si le dijéramos lo que tiene que hacer, sabiendo que usted mismo ya lo sabe. Nosotros venimos a verlo, bueno… porque nuestra familia no está completa sin usted’. Él me estrechó la mano por unos segundos.

“Pocos días después, aquella misma semana, recibí una llamada telefónica. Era la voz de Ben. ‘¿A qué hora es la reunión del sacerdocio?’ De inmediato me ofrecí para ir a buscarlo en mi automóvil y para tener compañía en mi viaje hacia la capilla.

“La respuesta: ‘No, conozco el camino y nadie tiene que llevarme adonde yo sé que debo estar’.

“Cuando llegué a la capilla, él estaba parado fuera, esperando. ‘Creo que es mejor que no entre hasta que deje de fumar’, murmuró. Le respondí que sería mucho más fácil dejar de fumar con la ayuda del Señor’. Él dijo: ‘He fumado desde que tenía ocho años y dudo que pueda dejar de fumar ahora’. Le aseguré que yo sabía que podría hacerlo.

“Muy pronto le dieron el sobrenombre de ‘Pequeño Ben’ y a pesar de su escasa educación, su estatura y edad, hizo buenos amigos y pronto comenzó a tomar parte en cuanto proyecto llevaba a cabo el quórum de élderes.

“Una tarde sonó el teléfono: ‘Tengo que hablar con usted’. Su voz estaba al borde de la histeria. ‘Me han pedido que sea maestro orientador. No puedo hacerlo; fumo y no sé nada de nada. ¿Cómo puedo enseñarle a la gente lo que yo mismo no sé? ¿Qué voy a hacer?’

“Eso me preocupó, ya que ‘Pequeño Ben’ era una persona muy especial para nosotros y no queríamos perderlo nuevamente. Comencé a orar en silencio con mucho ahínco. Respiré profundamente y luego comencé a hablar: ‘Ben, ¿le dijimos nosotros alguna vez lo que tenía que hacer?’.

“ ‘No, ustedes sólo me demostraron que yo era importante para ustedes… y en realidad me sentí importante. Quizá ésa es la razón por la que comencé a asistir a la Iglesia’.

“ ‘Ben, cuando le conocimos descubrimos en usted a alguien que valía la pena cualquier sacrificio y esfuerzo. Ahora, ¿podría usted visitar a estas personas y también acordarse lo importante que ellas son? ¿Podría usted visitarlas y luego decirles que son tan importantes como para verlos de vez en cuando, y que le gustaría compartir con ellos algo que usted mismo ha encontrado?’

“Hubo varios minutos de silencio y luego dijo: ‘Por seguro que lo voy a hacer’.

“Al volver del trabajo yo frecuentemente pasaba por la calle donde vivían las familias que visitaba Ben, todas eran menos activas y la mayoría tenía a uno de los padres que no era miembro de la Iglesia y no asistían a las reuniones. Una tarde vi a Ben que caminaba muy rápido llevando una sandía, la más grande que había visto aquella estación; sus manos aferraban fuertemente la sandía y daba la impresión de que hacía un verdadero esfuerzo con cada paso que daba. Había caminado casi tres cuadras desde el mercado y, finalmente, lo vi entrar en una de las casas.

“La próxima vez que me encontré con él, le dije que lo había visto con la sandía. Bajó la cabeza y agregó: ‘Lo que pasó fue que cuando iba para casa pasé frente al mercado y me puse a pensar en esos muchachos. Su padre está sin trabajo y las sandías son escasas y cuestan caras. Yo sabía que ellos no las habían probado este año; así que entré y compré la sandía más grande que encontré’.

“Algunos días después lo vi caminar vivamente en el calor de la tarde, llevando una tarjeta de cumpleaños. Él me contó más tarde: ‘Hay una niñita que sólo tiene hermanos y son ellos los que tienen toda la atención, de manera que pensé que en vez de poner la carta en el correo, la llevaría personalmente, así ella también se sentiría importante. Hace algunas semanas, unos chicos le sacaron un brazo a una de sus muñecas. Nadie prestó atención al hecho y sólo la dueña de la muñeca se veía triste. Me llevé la muñeca, le arreglé el resorte que sujetaba el brazo y quedó otra vez en perfecto estado. Ahora, cuando voy a visitarla, ella se acomoda con la muñeca en el suelo y apoya su cabecita en mi pierna’. Me pareció sentir un poco de emoción en la voz de Ben mientras hablaba.

“No había pasado mucho tiempo cuando recibí una llamada telefónica llena de emoción: ‘Una de las niñitas de las familias que yo visito se va a bautizar’. Era el resultado tangible de su orientación familiar y yo me alegré muchísimo.

“Esas familias no habían tenido contacto con la Iglesia en los últimos cinco años, fuera de los maestros orientadores y alguna visita ocasional de las maestras visitantes de la Sociedad de Socorro. Pero Ben me llamó por lo menos ocho veces en los próximos tres años, siempre emocionado, para contarme de una bendición que iba a realizarse, de un bautismo, o de algún jovencito que avanzaba en el sacerdocio. Una vez le pregunté cuál era el secreto para influenciar tan positivamente la vida de tanta gente, a lo que él me contestó: ‘Simplemente hice lo que usted me dijo: No les hice saber que era mejor que ellos o lo que yo consideraba que tenían que hacer. Les dije que el Señor en su bondad había puesto la mesa espiritual para su familia y que cuando ellos no participaba con nosotros, quedaba un espacio vacío y que así la familia no estaba completa’.

“Ahora, cuando visitamos a nuestras familias, siempre tenemos presente el buen ejemplo de ‘Pequeño Ben’ ”(“Little Ben”, Ensign, marzo de 1977, págs. 66–68).

¿Cuál fue la clave del éxito de los maestros orientadores de “Pequeño Ben”? ¿Cómo usó Ben la misma clave, cuando él sirvió como maestro orientador?
Las responsabilidades de los maestros orientadores

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Muestre la ayuda visual 6-c, “Se llama a los maestros orientadores para que visiten a las familias”.

El Señor le dio la responsabilidad a los maestros orientadores de visitar los hogares de los miembros y alentarlos para que oren y cumplan con los deberes familiares. Él los ha llamado a ser “guardas” para que cuiden y protejan a Sus hijos (véase Jeremías 31:6; Ezequiel 33:1–9).

El presidente Harold B. Lee dijo que los maestros orientadores deben entender que su misión es proteger, fortalecer y ayudar a los miembros a llevar a cabo su deber; pidió que los líderes del sacerdocio cambiaran el énfasis de ser maestros del hogar que presentan una lección, para ser guardianes del hogar que protejan la Iglesia. Cuando comprendamos este concepto, haremos una orientación familiar que dé resultados. (Véase Seminario para Representantes Regionales, abril de 1972, pág. 8.)

¿Qué significa ser un guarda de la Iglesia? ¿Por qué es importante que antes de enseñarles, las familias que visitamos comprendan que son importantes para nosotros? (Refiérase a la historia de “Pequeño Ben”.)

Como maestros orientadores, representamos al obispo o al presidente de rama ante las familias que visitamos. Como tales, debemos informar a nuestros líderes del sacerdocio, en una entrevista personal del sacerdocio, el resultado de las visitas y las necesidades de los miembros que se nos han asignado. Por supuesto que siempre que encontremos a alguien enfermo o si hubiera algún otro problema en las familias asignadas, debemos informar a nuestro líder del sacerdocio inmediatamente, sin tener que esperar hasta la entrevista personal.
Las familias necesitan a los maestros orientadores

Como maestros orientadores debemos pensar en las necesidades de los miembros que nos han sido asignados… Debemos entender tanto las necesidades individuales como las familiares y hacer las visitas con el propósito de elevar almas; no sólo para hacer una visita más. Debemos amar a cada uno y sentir el deseo de ayudar; debemos ayudar a los que tengan necesidades y ayudarles a desarrollar valor y fortaleza.

Pida a los miembros de la clase que indiquen las necesidades que tienen la mayoría de las familias. Anote las respuestas en la pizarra. Agregue otras necesidades que se sugieran más adelante en la lección.

Cada familia de la Iglesia necesita el Espíritu de nuestro Padre Celestial. El presidente David O. McKay ha dicho: “Como maestros orientadores es nuestro deber llevar el espíritu divino a todo hogar y a todo corazón”. (Presidente Marion G. Romney, “Las responsabilidades de los maestros orientadores”, Liahona, octubre de 1973, pág. 13.) Para ayudar a las familias que visitamos a obtener el Espíritu, debemos alentarles para que lleven a cabo la noche de hogar, que oren en familia y que tengan sus oraciones individuales, además de pedirles que participen activamente en la Iglesia (véase D. y C. 20:53–55).

Otra necesidad de toda familia es la ayuda que reciba en tiempos de enfermedad. El Señor nos ha aconsejado que en tiempos de enfermedad llamemos a los élderes de la Iglesia. Como maestros orientadores debemos saber cuándo los miembros de las familias que nos han sido asignadas están enfermos. Por esta razón, debemos estar preparados y ser dignos para bendecirlos si ellos lo pidieran. (Véase Santiago 5:14–15.)

Toda persona y toda familia enfrenta desafíos en la vida y, en ocasiones, se desanima. Como maestros orientadores debemos, con espíritu de oración, localizar los problemas individuales y familiares y buscar maneras de apoyar, animar y ayudar de la mejor manera que podamos a los padres, a los niños y a los adultos solteros que se nos haya asignado. El simplemente ofrecer ayuda no es suficiente.

Tanto las familias como los individuos necesitan a los maestros orientadores. Algunas veces no se dan cuenta de esto, pero la verdad es que en realidad los necesitan. Si como maestros orientadores oramos y somos diligentes en nuestros esfuerzos por buscar maneras de ayudar a las personas y a las familias bajo nuestra responsabilidad, recibiremos la inspiración para guiarnos al proporcionarles las bendiciones que ellos tanto necesitan.

¿De qué manera satisfizo “Pequeño Ben” las necesidades de las familias que visitaba como maestro orientador?

El siguiente relato demuestra la forma en que un buen maestro orientador ayudó a una familia:

“El hermano y la hermana Robertson… eran una pareja joven y muy activa en la Iglesia, pero no tenían sus noches de hogar ni sus oraciones familiares, ‘porque solamente somos nosotros dos’. Mi compañero y yo les dimos lecciones sobre estos temas y los alentamos; pero no tuvimos éxito…

“Durante las próximas dos semanas mi compañero y yo nos reunimos varias veces para hablar de las posibles necesidades de las familias que visitábamos. Determinamos las cosas que en verdad necesitaban una atención especial y en nuestra próxima visita pusimos a prueba un nuevo método. A los hermanos Robertson no les preguntamos, ‘¿Qué podemos hacer para ayudarlos?’, sino ‘¿Les gustaría venir a mi casa el próximo jueves para participar con nosotros en una noche de hogar especial con nuestra familia?’ A lo que ellos respondieron que lo harían gustosos…

“Un domingo, después de la reunión sacramental, el hermano y la hermana Robertson se acercaron y me dieron su testimonio de que se sentían más felices desde que comenzaron a tener oraciones familiares y sus noches de hogar” (Don B. Center, “The Day We Really Started Home Teaching”, Ensign, junio de 1977, págs. 18–19).
Ayuda para los padres

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Muestre la ayuda visual 6-d, “Los maestros orientadores deben ayudar al padre a dirigir a su familia”.

La Iglesia de Jesucristo fue establecida para la salvación de la familia y no de la persona en forma individual solamente. El padre de familia, como jefe de hogar, tiene la primordial responsabilidad de dirigir a su familia hacia la exaltación. Para poder actuar con eficacia los maestros orientadores tienen que entender este principio y, como tales, debemos reconocer que hemos sido llamados para ayudar al padre de familia o al jefe del hogar en sus esfuerzos para guiar a su familia hacia la perfección.

Una de las maneras de saber cómo podemos ayudar a la familia es tener primero una reunión a solas con el jefe del hogar. En esa oportunidad podemos preguntarle cuáles son las necesidades de la familia y qué es lo que quiere que hagamos para ayudarle a satisfacerlas

La siguiente historia demuestra la forma en que dos maestros orientadores hicieron su trabajo a través del padre.

“Samuel García no era miembro de la Iglesia. Su esposa y sus hijos lo eran, motivo por el cual las organizaciones auxiliares y los maestros orientadores visitaban a la familia García. Estas visitas eran dirigidas por lo general a los de la familia que eran miembros de la Iglesia. Por consiguiente, el hermano García se disculpaba o no se presentaba a la hora de las visitas…

“Durante los últimos dos años un nuevo maestro orientador, el hermano Moreno, fue asignado a la familia García. Después de haberse presentado a ellos y después de comentar con el líder del sacerdocio sobre la situación de la familia, el hermano Moreno sintió una fuerte impresión de que debía concentrar su atención en el jefe de familia, el hermano García. Durante los meses siguientes lo hizo de una manera deliberada y bien pensada. Por ejemplo, nunca hacía una cita para la visita por medio de la hermana García, sino más bien por medio de su esposo… En estas visitas comentaba con él la forma en que podría ayudar a cada uno de los miembros de su familia. Al principio, al hermano García le extrañó esta deferencia, ya que no estaba de acuerdo con el modelo acostumbrado, pero pronto sintió aprecio por el hermano Moreno. Se hicieron muchas visitas muy cordiales al hogar, pero rara vez se dio un mensaje directo del Evangelio a la familia.

“Cierta noche, el hermano Moreno hablaba en forma privada con el hermano García en la sala de la casa y le preguntó: ‘¿Samuel, cómo es que con una familia tan maravillosa y con todo lo que ellos hacen en la Iglesia, usted nunca pensó en ser miembro de la Iglesia?’. El hermano Moreno quedó asombrado con la respuesta. ‘Creo que nadie nunca me preguntó si estaba interesado. Efectivamente, yo he leído mucho de la literatura de su Iglesia y creo tanto como usted’.

“Un mes más tarde Samuel García fue bautizado y actualmente toda su familia ha sido sellada a él en el templo” (véase, Cuando te hayas convertido [Manual del Sacerdocio de Melquisedec, 1974], págs. 210–211).

Pida a un maestro orientador que dé su testimonio sobre la orientación familiar. Después pida a un padre que dé su testimonio sobre el efecto que haya tenido la orientación familiar en su familia.
Conclusión

Como maestros orientadores se nos ha dado la responsabilidad de cuidar a las familias de la Iglesia. Debemos visitarlas regularmente y enseñarles el Evangelio, y al mismo tiempo alentarlas para que vivan dignamente. A fin de cumplir con nuestros llamamientos debemos desarrollar nuestro amor por cada miembro de la familia que visitemos y trabajar con los jefes de los hogares, orando constantemente, con objeto de reconocer las necesidades de las familias que visitamos, y ayudar a satisfacer esas necesidades.
Cometidos

1. 1.

Considere sus responsabilidad como maestro orientador mediante la oración.
2. 2.

Determine las maneras en que puede:
1. a.

Mejorar su trabajo como maestro orientador.
2. b.

Ayudar a su compañero a ser mejor maestro orientador.
3. c.

Trabajar con el padre de cada familia que le sea asignada.
4. d.

Satisfacer las necesidades de cada miembro de la familia.
3. 3.

Analice con su propia familia la forma en que ustedes puedan ayudar a sus maestros orientadores. Si lo desea, puede leer la historia “Visita al profeta José Smith”, en Deberes y bendiciones del sacerdocio, Parte A, lección 6, bajo “Deberes del Maestro”.

Pasajes adicionales de las Escrituras

Juan 21:15–17 (el mandamiento de enseñar a otros).

Efesios 5:23 (el marido es el cabeza del hogar).

2 Timoteo 2:2 (los fieles enseñan a otras personas).

1 Pedro 5:1–4 (la responsabilidad de los élderes).

D. y C. 46:27 (se da el don de discernimiento a los maestros orientadores).

D. y C. 84:106 (el fuerte debe edificar al débil).
Preparación del maestro

Antes de presentar esta lección:

1. 1.

Estudie D. y C. 20:46–47, 51–55.
2. 2.

Al final de la lección invite:
1. a.

A un maestro orientador para que dé su testimonio acerca de la orientación familiar.
2. b.

A un padre para que dé su testimonio acerca del efecto que haya tenido la orientación familiar en su propia familia.
3. 3.

Pida a los miembros de la clase que lean o presenten las historias y los pasajes de las Escrituras de esta lección.