Thomas S. Monson
"El Sacerdocio: Una Obligación Sagrada," , (abril 1, 1994)
“Nuestro Señor Jesucristo … es nuestro modelo ejemplo y nuestro guía. Para tener éxito en nuestros llamamientos en el sacerdocio debemos seguir Sus huellas.”
Cuan impresionante es estar reunidos con esta congregación de poseedores del sacerdocio, aquí en el Tabernáculo de la Manzana del Templo y los que se encuentran en cientos de edificios alrededor del mundo! Ruego que el Espíritu inspire mis palabras esta noche.
La presencia de quienes poseen el Sacerdocio Aarónico me hace recordar las experiencias que tuve cuando, habiendo aprendido de memoria los Artículos de Fe, me gradué de la Primaria y recibí ese Sacerdocio y el oficio y llamamiento de diácono. Repartir la Santa Cena era un privilegio y recoger las ofrendas de ayuno una obligación sagrada. Se me apartó como secretario del quórum de diáconos y, en ese momento, sentí que ya no era un muchachito y que comenzaba entonces mi juventud.
¿Se pueden imaginar, jóvenes, la sorpresa que recibí cuando en una reunión de oficiales de nuestra conferencia de barrio un miembro de la presidencia de la estaca, después de llamar a lideres del barrio para que hablaran, me invitósin previo avisoCpara que diera un informe acerca de mis responsabilidades y expresara mis sentimientos con respecto a mi llamamiento como secretario del quórum y oficial del barrio? No recuerdo lo que dije, pero de pronto tuve conciencia de mi responsabilidad y esto todavía es parte de mi ser.
Espero sinceramente que cada diácono, maestro y presbítero sea consciente del significado de su ordenación en el sacerdocio y del privilegio de cumplir una función tan importante en la vida de cada uno de los miembros cuando administran y reparten la Santa Cena todos los domingos.
Cuando era poseedor del Sacerdocio Aarónico me pareció que, al comenzar nuestras reuniones, siempre cantábamos los mismos himnos: “Venid, los que tenéis de Dios el sacerdocio”, “(Que firmes cimientos!”, “Israel, Jesús os llama”, y unos pocos mas. No cantábamos muy bien y el volumen de nuestras voces no era muy adecuado, pero aprendimos la letra y recordamos el mensaje de cada uno de esos himnos.
No puedo menos que sonreír al recordar un relato que escuche acerca del hermano Thales Smith y su llamamiento como consejero del obispo Israel Heaton. Un domingo, la hermana Heaton llamó al hermano Smith y le informó que su esposo se hallaba enfermo y que no podría asistir a la reunión del sacerdocio. El hermano Smith mencionó esto en la reunión y pidió al hermano que había de ofrecer la primera oración que orara por el obispo Israel Heaton. Entonces anunció que el primer himno seria “Israel, Jesús os llama”. La sonrisa iluminó el rostro somnoliento de muchos. Y a propósito, el obispo Heaton se recuperó.
Los ejercicios preliminares de la reunión del sacerdocio podrán ser breves, pero deben realizarse sin falta en cada barrio, porque contribuyen a la unión espiritual de todos los que allí se reúnen, a la hermandad del sacerdocio y como recordatorio de nuestros sagrados deberes.
Todo poseedor del sacerdocio tiene muchas oportunidades para prestar servicio a nuestro Padre Celestial y a Sus hijos aquí en la tierra. No podemos observar el espíritu del servicio si vivimos sólo para nosotros y nos desentendemos de las necesidades de los demás. El Señor nos guiara y nos preparara para enfrentar cualquier problema que se nos presente. No olvidemos Su promesa y consejo: “El poder y la autoridad del sacerdocio mayor, o sea, el de Melquisedec, consiste en tener las llaves de todas las bendiciones espirituales de la iglesia: tener el privilegio de recibir los misterios del reino de los cielos, ver abiertos los cielos, comunicarse con la asamblea general de la iglesia del Primogénito, y gozar de la comunión y presencia de Dios el Padre y de Jesús, el mediador del nuevo convenio” (D. y C. 107:18)
Para merecer esta bendición es menester que cada uno de nosotros recuerde quien es el Dador de los dones y el Proveedor de las bendiciones. “El valor de las almas es grande a la vista de Dios” (D. y C. 18:10). Esta no es una simple frase, sino una declaración celestial recibida para nuestro entendimiento e instrucción. Nunca debemos olvidar quienes somos y que es lo que Dios espera que lleguemos a ser. Esta perla de conocimiento se ve representada en la obra musical El violinista sobre el tejado, cuando el campesino Tevye aconseja a sus hijas. Y hay otras obras contemporáneas que se inspiran en ideas dignas de consideración a medida que nos preparamos para el servicio.
En la obra Camelot se incluye la observación de que “la violencia no es fortaleza ni la compasión debilidad”. Y en Shenandoah, “Si no lo intentamos, no lo haremos; si no lo hacemos, para que, entonces, estamos aquí?” Elisa Doolittle, la alumna del profesor Higgins en la obra Mi bella dama, describe su filosofía cuando dice en cuanto al coronel Pickering: “La diferencia entre una dama y una simple muchacha no esta en cómo se comporta, sino en cómo se la trata. Para el profesor Higgins seguiré siendo una muchacha porque siempre me trata como tal … ; pero se que para el coronel Pickering siempre seré una dama porque siempre me trata y me tratara como a una dama”. También de Camelot, el rey Arturo recomienda a Genoveva: “No debemos permitir que nuestras pasiones destruyan nuestros sueños”. Y la lista es extensa. En realidad, cada una de estas observaciones emanan de las enseñanzas de nuestro Señor Jesucristo. El es nuestro modelo ejemplar y nuestro guía. Para tener éxito en nuestros llamamientos en el sacerdocio debemos seguir Sus huellas.
Quisiera compartir con ustedes las palabras de sabiduría de mis camaradas en el servicio que ya se han ido para recibir su recompensa eterna.
Primero, las que un sabio presidente de estaca dijo a un joven obispo: “La tarea es abrumadora; pero para ser un buen obispo, siempre se deben observar estas tres reglas: alimentar a los pobres, no hacer acepción de personas y nunca tolerar la iniquidad”. Con respecto a esta ultima, el presidente Spencer W. Kimball declaró: “Cuando se trata de curar una transgresión, se le debe aplicar una venda de tamaño suficiente para cubrir la herida no muy grande, ni muy pequeña” (La fe precede al milagro, Salt Lake City: Deseret Book Co., 1975, pág. 178).
Segundo, antes de organizar la Estaca de Toronto Ontario en 1960, el elder ElRay L. Christiansen, quien era Ayudante de los Doce, se refirió en una reunión del sacerdocio a una lección que había aprendido cuando lo llamaron a presidir la Estaca del Este de Cache, en Logan, estado de Utah. Mencionó que se reunió con sus consejeros para ver cuales eran las mayores necesidades de los miembros y que principios del evangelio habrían de destacar como presidencia de estaca. Sus opiniones eran varias, desde la asistencia a la reunión sacramental a la observancia del día de reposo, con muchas otras entre ambas. Al cabo de la reunión, decidieron que el principio que mas necesitaban destacar era la espiritualidad y adoptaron la verdad que encierra esta observación: Cuando tratamos las cosas en general, rara vez tendremos éxito; cuando tratamos las cosas en particular, rara vez fracasaremos.
El presidente Christiansen y sus consejeros fueron refinando en forma espléndida su plan de cuatro años: Primer año: Enriquecer la espiritualidad de los miembros de la estaca al exhortarles para que tengan sus oraciones familiares; segundo año: Enriquecer la espiritualidad de los miembros de la estaca al exhortarles para que asistan todas las semanas a la reunión sacramental; tercer año: Enriquecer la espiritualidad de los miembros al exhortarles para que cada uno de ellos pague un diezmo integro; cuarto año: Enriquecer la espiritualidad de los miembros al exhortarles para que observen el día de reposo y lo santifiquen. Cada uno sirvió como tema y se recalcó durante todo el año.
Al cabo de cuatro años, se cumplió cada uno de los objetivos y, lo que fue mas importante aun, la espiritualidad de los miembros de la estaca mejoro significativamente.
La espiritualidad no se consigue por el simple hecho de desearla, sino mediante el servicio simple y desinteresado. El Señor ha aconsejado: “De modo que, si tenéis deseos de servir a Dios, sois llamados a la obra” (D. y C. 4:3). Hace varios años asistí a una conferencia de distrito en Ottawa, en Canadá y llame a dos hermanos de una pequeña rama para ocupar posiciones de responsabilidad al servicio del Señor. Anote entonces sus respuestas y quiero hoy compartirlas con ustedes. John Brady dijo: “He hecho un convenio, por lo tanto, serviré con fidelidad”. Walter Danic dijo: “El evangelio es la cosa mas importante de mi vida; serviré”.
El presidente John Taylor nos ha dejado un consejo bastante definido para nosotros, los poseedores del sacerdocio, al decir: “Si no magnificáis vuestros llamamientos, Dios os hará responsables por aquellos que podríais haber salvado si hubierais cumplido con vuestros deberes” Uournal of Discourses, 20:23).
Quiero creer que si recordamos siempre a quien es que servimos y a quien representamos, nos acercaremos mas a nuestro Maestro y Salvador, la fuente de esa inspiración que tanto anhelamos.
El presidente Harold B. Lee ejerció una notable influencia en la hermana Monson, en mi y en nuestros tres hijos. En breves ocasiones solía hacer a nuestros hijos algunos comentarios en tonos que expresaban una profunda espiritualidad, genuino interés y consejos inspirados.
Nuestro hijo menor, Clark, estaba por cumplir los doce años cuando por casualidad nos encontramos con el hermano Lee en el estacionamiento de las oficinas de la Iglesia. El le pregunto a Clark que edad tenía, y este dijo: “Pronto cumpliré doce”. Y el hermano Lee preguntó: “Que va a suceder cuando cumplas los doce años?”
Mi hijo respondió: “Recibiré el Sacerdocio Aarónico y seré ordenado diácono”.
Con una sonrisa y un apretón de manos, el hermano Lee entonces le dijo: “Bendito seas, muchacho”.
Mi hija, Ann, era jovencita y nos acompañaba a su madre y a mi cuando nos encontramos con el hermano Lee, a quien se la presentamos. El hermano Lee, sonriente y tomándola de la mano, le dijo: “TG, niña, eres tan hermosa por dentro como en tu persona. Que niña tan especial eres!”
En otra ocasión mas seria, me encontré con el hermano Lee a la entrada del hospital LDS en Salt Lake City. Había ido para ayudarme a darle una bendición a mi hijo Tom, quien estaba por someterse a una operación que podría resultar de gravedad. El hermano Lee, tomando una de mis manos y mirándome en los ojos antes de entrar, me dijo: “Thomas, no hay otro lugar en el que preferiría estar hoy sino aquí a su lado, para participar con usted en la sagrada ordenanza del sacerdocio para bendecir a su hijo”. Ya en el cuarto de mi hijo, le dijo entonces: “Vamos a darte una bendición, incluso una ordenanza del sacerdocio. Y tomamos este privilegio con toda humildad, al recordar el consejo del profeta José Smith que dijo que ‘cuando un poseedor del sacerdocio pone sus manos sobre la cabeza de una persona en esta sagrada ordenanza, es como si las manos del propio Señor lo estuvieran haciendo”‘. Le dimos la bendición y la operación fue sencilla, pero aprendimos una lección, sentimos gran espiritualidad y se estableció un modelo a seguir.
Hermanos, hay entre nosotros miles de poseedores del sacerdocio que, ya sea por indiferencia, por causa de alguna ofensa recibida o por timidez o debilidad, no pueden ahora bendecir a sus esposas e hijos, sin contar a tantos otros que necesitan ser edificados y bendecidos. Nuestro es el serio deber de renovar, de tomar de la mano a esas personas, de ayudarles a levantarse y a sentirse espiritualmente mejor. Al hacerlo, muchas dulces esposas bendecirán nuestro nombre y muchos hijos agradecidos se admiraran de ese cambio en sus padres, a medida que su vida mejora y su alma se regocija.
Cuando asistía a conferencias de estaca como miembro de los Doce, siempre tomaba nota de las estacas que habían logrado activar a aquellos hermanos que tenían talento y potencial como lideres aunque no se manifestaban. Por supuesto, siempre les preguntaba: “Como pudieron alcanzar este éxito? Que y como lo hicieron?” El hermano Cecil Broadbent era el presidente de una de esas estacas, la Estaca North Carbon. Fue allí que se reactivo a 87 hermanos que, cada uno con su esposa e hijos, fueron al templo de Manti, estado de Utah, en el espacio de un año. A mis preguntas, el presidente Broadbent respondió, volviéndose hacia uno de sus consejeros, un corpulento y bondadoso minero: “De ellos es responsable el presidente Stanley Judd. El podrá contestarle”.
Al reiterar mi pregunta, le pedí al presidente Judd: “Quiere decirme cómo lo hizo?”
Sonriente, replico: “No”. Yo quede sorprendido! pero entonces dijo: “Si le digo como, otros superaran nuestro récord”. Y guiñándome un ojo, agrego: “Sin embargo, si usted me consigue dos entradas para la Conferencia General, se lo diré”.
Le conseguí las dos entradas y el me reveló la fórmula para el éxito. El presidente Judd tenía la idea de que el nuestro era un acuerdo perenne, así que le conseguí dos entradas para cada conferencia hasta el día en que se le ordenó patriarca.
La fórmula era, en general, la misma que la de toda estaca progresista con respecto a esta fase de la obra. Consistía de cuatro ingredientes: 1) Dedicar todo el esfuerzo a nivel de barrio; 2) trabajar por medio del obispo; 3) proveer una enseñanza inspirada; y 4) no tratar de concentrarse en todos los hermanos al mismo tiempo, sino trabajar con pocos esposos y esposas a la vez y pedirles que ellos trabajen entonces con otros.
Los eficaces métodos de venta que se utilizan en el comercio no son apropiados para los lideres del sacerdocio; mas bien son la dedicación al deber, el esfuerzo constante, el amor sincero y la espiritualidad personal. Todo en conjunto, favorece la transformación y atrae a la mesa del Señor a aquellos, Sus hijos sedientos, que han estado deambulando por los desiertos del mundo y que ahora han regresado al “hogar”.
Hace muchos años tuvimos que reorganizar la Estaca de Star Valley (en el estado de Wyoming) y relevar a un líder proverbial, el presidente E. Francis Winters, quien había servido con fidelidad y distinción por largo tiempo.
Ese domingo, al amanecer, los miembros llegaron de lugares distantes y colmaron la capilla de la ciudad de Afton. No quedaba un solo asiento libre. Al completar la reorganización de la presidencia de la estaca, hice algo que jamas había hecho antes. Tuve la inspiración de proponer una modesta prueba, y dije: “Por favor, pónganse de pie todos los que hayan recibido un nombre, o que hayan sido bautizados o confirmados por Francis Winters, y permanezcan de pie”. Muchos lo hicieron y entonces proseguí: “Ahora, pónganse de pie todos los que hayan sido ordenados o apartados por Francis Winters, y manténganse de pie”. Muchos mas lo hicieron. “Finalmente”, pedí, “pónganse de pie todos los que hayan recibido una bendición bajo las manos de Francis Winters, y también permanezcan de pie”. El resto de la congregación se puso entonces de pie.
Volviéndome hacia el presidente Winters y con lágrimas en los ojos, le dije: “Presidente Winters, tiene usted aquí el resultado de su ministerio como presidente de estaca. El Señor esta complacido con usted”.
Con movimientos de cabeza, todos asintieron en tanto que se podían oír sollozos de la emoción, y todos empezaron a sacar sus pañuelos. Aquella fue una de las experiencias de mayor satisfacción espiritual de mi vida. No creo que haya una sola persona en esa congregación que haya olvidado cómo nos sentimos todos en esa hora.
Después de terminada la conferencia y de haberme despedido, tome el camino de regreso y, sin advertirlo, me puse a cantar mi himno favorito de la Escuela Dominical en los días de mi juventud:
Hoy nos juntamos aquí con amor,
Escuela Dominical del Salvador;
Démosle gracias al Rey Celestial
Por nuestros maestros de noble ideal.
Hoy es el tiempo de preparación,
Ganar las virtudes, vencer
Demos impulso al plan celestial,
Luchando sin tregua en contra del mal.
Juntos cantemos la dulce canción,
Id con los fieles al compás del son;
Un galardón los obreros tendrán,
Que en la justicia y paz obraran.
Estaba yo solo en el automóvil la distancia fue acortándose y en silencio medite acerca de aquella conferencia. Francis Winters, el contador de la fabrica de quesos de la comunidad, un hombre de humilde condición y modesto hogar, habla recorrido el camino por el que anduvo Jesús y, tal como el Maestro, “anduvo haciendo bienes” (Hechos 10:38). Y merecía la descripción que el Salvador hizo de Natanael al verlo venir, cuando dijo: “He aquí un verdadero israelita, en quien no hay engaño” (Juan 1:47). Hermanos, mi oración en esta noche es que todos nosotros, no importa la posición que ocupemos en la Iglesia, lleguemos a merecer el toque bondadoso de la mano del Maestro en nuestros hombros, y que recibamos el mismo saludo que de El recibió Natanael. Y que al termino de nuestra jornada en la vida podamos escuchar aquellas palabras divinas: “Bien, buen siervo y fiel” (Mateo 25:21), es mi oración en el nombre de Jesucristo. Amen.
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