domingo, 27 de febrero de 2011

Capacitacion de Marzo 2011 - El Sacerdocio (conpectos del nuevo Manual 2 "Administrando la Iglesia")

Favor de estudiar el material adjunto

No contiene ninguna observación persona

Es palabra por palabra del Manual citado.

 

Noten que se vierten al menos 5 conceptos nuevos

2 de ellos en la sección 7.4

 

 

 

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(desde mi Outlook)

Benicio Samuel Sanchez
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"Haz tu Arbol Genealogico...El Arbol mas Hermoso de la Creacion"



Por medio de la historia familiar descubrimos el árbol más hermoso de la creación: nuestro árbol genealógico. Sus numerosas raíces se remontan a la historia y sus ramas se extienden a través de la eternidad. La historia familiar es la expresión extensiva del amor eterno; nace de la abnegación y provee la oportunidad de asegurarse para siempre una unidad familiar”.
(Élder J. Richard Clarke, Liahona julio de 1989, pág.69)

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domingo, 20 de febrero de 2011

El Sacerdocio: Una Obligación Sagrada

General Conference / Abril 1994


Thomas S. Monson

"El Sacerdocio: Una Obligación Sagrada," , (abril 1, 1994)

“Nuestro Señor Jesucristo … es nuestro modelo ejemplo y nuestro guía. Para tener éxito en nuestros llamamientos en el sacerdocio debemos seguir Sus huellas.”




Cuan impresionante es estar reunidos con esta congregación de poseedores del sacerdocio, aquí en el Tabernáculo de la Manzana del Templo y los que se encuentran en cientos de edificios alrededor del mundo! Ruego que el Espíritu inspire mis palabras esta noche.

La presencia de quienes poseen el Sacerdocio Aarónico me hace recordar las experiencias que tuve cuando, habiendo aprendido de memoria los Artículos de Fe, me gradué de la Primaria y recibí ese Sacerdocio y el oficio y llamamiento de diácono. Repartir la Santa Cena era un privilegio y recoger las ofrendas de ayuno una obligación sagrada. Se me apartó como secretario del quórum de diáconos y, en ese momento, sentí que ya no era un muchachito y que comenzaba entonces mi juventud.

¿Se pueden imaginar, jóvenes, la sorpresa que recibí cuando en una reunión de oficiales de nuestra conferencia de barrio un miembro de la presidencia de la estaca, después de llamar a lideres del barrio para que hablaran, me invitósin previo avisoCpara que diera un informe acerca de mis responsabilidades y expresara mis sentimientos con respecto a mi llamamiento como secretario del quórum y oficial del barrio? No recuerdo lo que dije, pero de pronto tuve conciencia de mi responsabilidad y esto todavía es parte de mi ser.

Espero sinceramente que cada diácono, maestro y presbítero sea consciente del significado de su ordenación en el sacerdocio y del privilegio de cumplir una función tan importante en la vida de cada uno de los miembros cuando administran y reparten la Santa Cena todos los domingos.

Cuando era poseedor del Sacerdocio Aarónico me pareció que, al comenzar nuestras reuniones, siempre cantábamos los mismos himnos: “Venid, los que tenéis de Dios el sacerdocio”, “(Que firmes cimientos!”, “Israel, Jesús os llama”, y unos pocos mas. No cantábamos muy bien y el volumen de nuestras voces no era muy adecuado, pero aprendimos la letra y recordamos el mensaje de cada uno de esos himnos.

No puedo menos que sonreír al recordar un relato que escuche acerca del hermano Thales Smith y su llamamiento como consejero del obispo Israel Heaton. Un domingo, la hermana Heaton llamó al hermano Smith y le informó que su esposo se hallaba enfermo y que no podría asistir a la reunión del sacerdocio. El hermano Smith mencionó esto en la reunión y pidió al hermano que había de ofrecer la primera oración que orara por el obispo Israel Heaton. Entonces anunció que el primer himno seria “Israel, Jesús os llama”. La sonrisa iluminó el rostro somnoliento de muchos. Y a propósito, el obispo Heaton se recuperó.

Los ejercicios preliminares de la reunión del sacerdocio podrán ser breves, pero deben realizarse sin falta en cada barrio, porque contribuyen a la unión espiritual de todos los que allí se reúnen, a la hermandad del sacerdocio y como recordatorio de nuestros sagrados deberes.

Todo poseedor del sacerdocio tiene muchas oportunidades para prestar servicio a nuestro Padre Celestial y a Sus hijos aquí en la tierra. No podemos observar el espíritu del servicio si vivimos sólo para nosotros y nos desentendemos de las necesidades de los demás. El Señor nos guiara y nos preparara para enfrentar cualquier problema que se nos presente. No olvidemos Su promesa y consejo: “El poder y la autoridad del sacerdocio mayor, o sea, el de Melquisedec, consiste en tener las llaves de todas las bendiciones espirituales de la iglesia: tener el privilegio de recibir los misterios del reino de los cielos, ver abiertos los cielos, comunicarse con la asamblea general de la iglesia del Primogénito, y gozar de la comunión y presencia de Dios el Padre y de Jesús, el mediador del nuevo convenio” (D. y C. 107:18)

Para merecer esta bendición es menester que cada uno de nosotros recuerde quien es el Dador de los dones y el Proveedor de las bendiciones. “El valor de las almas es grande a la vista de Dios” (D. y C. 18:10). Esta no es una simple frase, sino una declaración celestial recibida para nuestro entendimiento e instrucción. Nunca debemos olvidar quienes somos y que es lo que Dios espera que lleguemos a ser. Esta perla de conocimiento se ve representada en la obra musical El violinista sobre el tejado, cuando el campesino Tevye aconseja a sus hijas. Y hay otras obras contemporáneas que se inspiran en ideas dignas de consideración a medida que nos preparamos para el servicio.

En la obra Camelot se incluye la observación de que “la violencia no es fortaleza ni la compasión debilidad”. Y en Shenandoah, “Si no lo intentamos, no lo haremos; si no lo hacemos, para que, entonces, estamos aquí?” Elisa Doolittle, la alumna del profesor Higgins en la obra Mi bella dama, describe su filosofía cuando dice en cuanto al coronel Pickering: “La diferencia entre una dama y una simple muchacha no esta en cómo se comporta, sino en cómo se la trata. Para el profesor Higgins seguiré siendo una muchacha porque siempre me trata como tal … ; pero se que para el coronel Pickering siempre seré una dama porque siempre me trata y me tratara como a una dama”. También de Camelot, el rey Arturo recomienda a Genoveva: “No debemos permitir que nuestras pasiones destruyan nuestros sueños”. Y la lista es extensa. En realidad, cada una de estas observaciones emanan de las enseñanzas de nuestro Señor Jesucristo. El es nuestro modelo ejemplar y nuestro guía. Para tener éxito en nuestros llamamientos en el sacerdocio debemos seguir Sus huellas.

Quisiera compartir con ustedes las palabras de sabiduría de mis camaradas en el servicio que ya se han ido para recibir su recompensa eterna.

Primero, las que un sabio presidente de estaca dijo a un joven obispo: “La tarea es abrumadora; pero para ser un buen obispo, siempre se deben observar estas tres reglas: alimentar a los pobres, no hacer acepción de personas y nunca tolerar la iniquidad”. Con respecto a esta ultima, el presidente Spencer W. Kimball declaró: “Cuando se trata de curar una transgresión, se le debe aplicar una venda de tamaño suficiente para cubrir la herida no muy grande, ni muy pequeña” (La fe precede al milagro, Salt Lake City: Deseret Book Co., 1975, pág. 178).

Segundo, antes de organizar la Estaca de Toronto Ontario en 1960, el elder ElRay L. Christiansen, quien era Ayudante de los Doce, se refirió en una reunión del sacerdocio a una lección que había aprendido cuando lo llamaron a presidir la Estaca del Este de Cache, en Logan, estado de Utah. Mencionó que se reunió con sus consejeros para ver cuales eran las mayores necesidades de los miembros y que principios del evangelio habrían de destacar como presidencia de estaca. Sus opiniones eran varias, desde la asistencia a la reunión sacramental a la observancia del día de reposo, con muchas otras entre ambas. Al cabo de la reunión, decidieron que el principio que mas necesitaban destacar era la espiritualidad y adoptaron la verdad que encierra esta observación: Cuando tratamos las cosas en general, rara vez tendremos éxito; cuando tratamos las cosas en particular, rara vez fracasaremos.

El presidente Christiansen y sus consejeros fueron refinando en forma espléndida su plan de cuatro años: Primer año: Enriquecer la espiritualidad de los miembros de la estaca al exhortarles para que tengan sus oraciones familiares; segundo año: Enriquecer la espiritualidad de los miembros de la estaca al exhortarles para que asistan todas las semanas a la reunión sacramental; tercer año: Enriquecer la espiritualidad de los miembros al exhortarles para que cada uno de ellos pague un diezmo integro; cuarto año: Enriquecer la espiritualidad de los miembros al exhortarles para que observen el día de reposo y lo santifiquen. Cada uno sirvió como tema y se recalcó durante todo el año.

Al cabo de cuatro años, se cumplió cada uno de los objetivos y, lo que fue mas importante aun, la espiritualidad de los miembros de la estaca mejoro significativamente.

La espiritualidad no se consigue por el simple hecho de desearla, sino mediante el servicio simple y desinteresado. El Señor ha aconsejado: “De modo que, si tenéis deseos de servir a Dios, sois llamados a la obra” (D. y C. 4:3). Hace varios años asistí a una conferencia de distrito en Ottawa, en Canadá y llame a dos hermanos de una pequeña rama para ocupar posiciones de responsabilidad al servicio del Señor. Anote entonces sus respuestas y quiero hoy compartirlas con ustedes. John Brady dijo: “He hecho un convenio, por lo tanto, serviré con fidelidad”. Walter Danic dijo: “El evangelio es la cosa mas importante de mi vida; serviré”.

El presidente John Taylor nos ha dejado un consejo bastante definido para nosotros, los poseedores del sacerdocio, al decir: “Si no magnificáis vuestros llamamientos, Dios os hará responsables por aquellos que podríais haber salvado si hubierais cumplido con vuestros deberes” Uournal of Discourses, 20:23).

Quiero creer que si recordamos siempre a quien es que servimos y a quien representamos, nos acercaremos mas a nuestro Maestro y Salvador, la fuente de esa inspiración que tanto anhelamos.

El presidente Harold B. Lee ejerció una notable influencia en la hermana Monson, en mi y en nuestros tres hijos. En breves ocasiones solía hacer a nuestros hijos algunos comentarios en tonos que expresaban una profunda espiritualidad, genuino interés y consejos inspirados.

Nuestro hijo menor, Clark, estaba por cumplir los doce años cuando por casualidad nos encontramos con el hermano Lee en el estacionamiento de las oficinas de la Iglesia. El le pregunto a Clark que edad tenía, y este dijo: “Pronto cumpliré doce”. Y el hermano Lee preguntó: “Que va a suceder cuando cumplas los doce años?”

Mi hijo respondió: “Recibiré el Sacerdocio Aarónico y seré ordenado diácono”.

Con una sonrisa y un apretón de manos, el hermano Lee entonces le dijo: “Bendito seas, muchacho”.

Mi hija, Ann, era jovencita y nos acompañaba a su madre y a mi cuando nos encontramos con el hermano Lee, a quien se la presentamos. El hermano Lee, sonriente y tomándola de la mano, le dijo: “TG, niña, eres tan hermosa por dentro como en tu persona. Que niña tan especial eres!”

En otra ocasión mas seria, me encontré con el hermano Lee a la entrada del hospital LDS en Salt Lake City. Había ido para ayudarme a darle una bendición a mi hijo Tom, quien estaba por someterse a una operación que podría resultar de gravedad. El hermano Lee, tomando una de mis manos y mirándome en los ojos antes de entrar, me dijo: “Thomas, no hay otro lugar en el que preferiría estar hoy sino aquí a su lado, para participar con usted en la sagrada ordenanza del sacerdocio para bendecir a su hijo”. Ya en el cuarto de mi hijo, le dijo entonces: “Vamos a darte una bendición, incluso una ordenanza del sacerdocio. Y tomamos este privilegio con toda humildad, al recordar el consejo del profeta José Smith que dijo que ‘cuando un poseedor del sacerdocio pone sus manos sobre la cabeza de una persona en esta sagrada ordenanza, es como si las manos del propio Señor lo estuvieran haciendo”‘. Le dimos la bendición y la operación fue sencilla, pero aprendimos una lección, sentimos gran espiritualidad y se estableció un modelo a seguir.

Hermanos, hay entre nosotros miles de poseedores del sacerdocio que, ya sea por indiferencia, por causa de alguna ofensa recibida o por timidez o debilidad, no pueden ahora bendecir a sus esposas e hijos, sin contar a tantos otros que necesitan ser edificados y bendecidos. Nuestro es el serio deber de renovar, de tomar de la mano a esas personas, de ayudarles a levantarse y a sentirse espiritualmente mejor. Al hacerlo, muchas dulces esposas bendecirán nuestro nombre y muchos hijos agradecidos se admiraran de ese cambio en sus padres, a medida que su vida mejora y su alma se regocija.

Cuando asistía a conferencias de estaca como miembro de los Doce, siempre tomaba nota de las estacas que habían logrado activar a aquellos hermanos que tenían talento y potencial como lideres aunque no se manifestaban. Por supuesto, siempre les preguntaba: “Como pudieron alcanzar este éxito? Que y como lo hicieron?” El hermano Cecil Broadbent era el presidente de una de esas estacas, la Estaca North Carbon. Fue allí que se reactivo a 87 hermanos que, cada uno con su esposa e hijos, fueron al templo de Manti, estado de Utah, en el espacio de un año. A mis preguntas, el presidente Broadbent respondió, volviéndose hacia uno de sus consejeros, un corpulento y bondadoso minero: “De ellos es responsable el presidente Stanley Judd. El podrá contestarle”.

Al reiterar mi pregunta, le pedí al presidente Judd: “Quiere decirme cómo lo hizo?”

Sonriente, replico: “No”. Yo quede sorprendido! pero entonces dijo: “Si le digo como, otros superaran nuestro récord”. Y guiñándome un ojo, agrego: “Sin embargo, si usted me consigue dos entradas para la Conferencia General, se lo diré”.

Le conseguí las dos entradas y el me reveló la fórmula para el éxito. El presidente Judd tenía la idea de que el nuestro era un acuerdo perenne, así que le conseguí dos entradas para cada conferencia hasta el día en que se le ordenó patriarca.

La fórmula era, en general, la misma que la de toda estaca progresista con respecto a esta fase de la obra. Consistía de cuatro ingredientes: 1) Dedicar todo el esfuerzo a nivel de barrio; 2) trabajar por medio del obispo; 3) proveer una enseñanza inspirada; y 4) no tratar de concentrarse en todos los hermanos al mismo tiempo, sino trabajar con pocos esposos y esposas a la vez y pedirles que ellos trabajen entonces con otros.

Los eficaces métodos de venta que se utilizan en el comercio no son apropiados para los lideres del sacerdocio; mas bien son la dedicación al deber, el esfuerzo constante, el amor sincero y la espiritualidad personal. Todo en conjunto, favorece la transformación y atrae a la mesa del Señor a aquellos, Sus hijos sedientos, que han estado deambulando por los desiertos del mundo y que ahora han regresado al “hogar”.

Hace muchos años tuvimos que reorganizar la Estaca de Star Valley (en el estado de Wyoming) y relevar a un líder proverbial, el presidente E. Francis Winters, quien había servido con fidelidad y distinción por largo tiempo.

Ese domingo, al amanecer, los miembros llegaron de lugares distantes y colmaron la capilla de la ciudad de Afton. No quedaba un solo asiento libre. Al completar la reorganización de la presidencia de la estaca, hice algo que jamas había hecho antes. Tuve la inspiración de proponer una modesta prueba, y dije: “Por favor, pónganse de pie todos los que hayan recibido un nombre, o que hayan sido bautizados o confirmados por Francis Winters, y permanezcan de pie”. Muchos lo hicieron y entonces proseguí: “Ahora, pónganse de pie todos los que hayan sido ordenados o apartados por Francis Winters, y manténganse de pie”. Muchos mas lo hicieron. “Finalmente”, pedí, “pónganse de pie todos los que hayan recibido una bendición bajo las manos de Francis Winters, y también permanezcan de pie”. El resto de la congregación se puso entonces de pie.

Volviéndome hacia el presidente Winters y con lágrimas en los ojos, le dije: “Presidente Winters, tiene usted aquí el resultado de su ministerio como presidente de estaca. El Señor esta complacido con usted”.

Con movimientos de cabeza, todos asintieron en tanto que se podían oír sollozos de la emoción, y todos empezaron a sacar sus pañuelos. Aquella fue una de las experiencias de mayor satisfacción espiritual de mi vida. No creo que haya una sola persona en esa congregación que haya olvidado cómo nos sentimos todos en esa hora.

Después de terminada la conferencia y de haberme despedido, tome el camino de regreso y, sin advertirlo, me puse a cantar mi himno favorito de la Escuela Dominical en los días de mi juventud:
Hoy nos juntamos aquí con amor,
Escuela Dominical del Salvador;
Démosle gracias al Rey Celestial
Por nuestros maestros de noble ideal.
Hoy es el tiempo de preparación,
Ganar las virtudes, vencer
Demos impulso al plan celestial,
Luchando sin tregua en contra del mal.
Juntos cantemos la dulce canción,
Id con los fieles al compás del son;
Un galardón los obreros tendrán,
Que en la justicia y paz obraran.

Estaba yo solo en el automóvil la distancia fue acortándose y en silencio medite acerca de aquella conferencia. Francis Winters, el contador de la fabrica de quesos de la comunidad, un hombre de humilde condición y modesto hogar, habla recorrido el camino por el que anduvo Jesús y, tal como el Maestro, “anduvo haciendo bienes” (Hechos 10:38). Y merecía la descripción que el Salvador hizo de Natanael al verlo venir, cuando dijo: “He aquí un verdadero israelita, en quien no hay engaño” (Juan 1:47). Hermanos, mi oración en esta noche es que todos nosotros, no importa la posición que ocupemos en la Iglesia, lleguemos a merecer el toque bondadoso de la mano del Maestro en nuestros hombros, y que recibamos el mismo saludo que de El recibió Natanael. Y que al termino de nuestra jornada en la vida podamos escuchar aquellas palabras divinas: “Bien, buen siervo y fiel” (Mateo 25:21), es mi oración en el nombre de Jesucristo. Amen.

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jueves, 10 de febrero de 2011

Hogares celestiales, familias eternas

Hogares celestiales, familias eternas

Presidente Thomas S. Monson

Primer Consejero de la Primera Presidencia

Thomas S. Monson, "Hogares celestiales, familias eternas", Liahona, Junio de 2006, 66


Edificar un hogar eterno

Con espíritu de humildad represento a la Primera Presidencia como el último discursante de esta reunión. Hemos sido inspirados y edificados por las palabras del élder Bednar, del élder Perry y de la hermana Parkin. Nuestros pensamientos se han centrado en el hogar y la familia, y se nos ha recordado que “el hogar es el fundamento de una vida justa y ningún otro medio puede ocupar su lugar ni cumplir sus funciones esenciales” 1 .

Un hogar es mucho más que una casa construida de madera, ladrillos o piedra. Un hogar se edifica con amor, sacrificio y respeto. Nosotros somos responsables del hogar que edifiquemos, y debemos edificar con sabiduría, ya que la eternidad no es un viaje corto. En él habrá tranquilidad y viento, luz del sol y sombras, alegría y pesar, pero si de verdad nos esforzamos, nuestro hogar puede ser un pedacito de cielo en la tierra. Lo que pensemos, lo que hagamos, nuestro modo de vivir no sólo influyen en el éxito de nuestra jornada terrenal, sino que también señalan el sendero hacia nuestras metas eternas.

Algunas familias Santos de los Últimos Días están formadas por la madre, el padre y los hijos, todos viviendo dentro del seno del hogar, mientras que otras han visto alejarse primero a uno, luego a otro y a otro de sus miembros. A veces una sola persona constituye una familia; pero cualquiera sea su composición, continúa siendo una familia, porque las familias son eternas.

Podemos aprender del Señor, el Supremo Arquitecto. Él nos ha enseñado cómo edificar, y dijo que “toda… casa dividida contra sí misma, no permanecerá” (Mateo 12:25). Más tarde, advirtió: “He aquí, mi casa es una casa de orden… y no de confusión” (D. y C. 132:8).

En una revelación que se dio a José Smith en Kirtland, Ohio, el 27 de diciembre de 1832, el Maestro aconsejó: “Organizaos; preparad todo lo que fuere necesario; y estableced una casa, sí, una casa de oración, una casa de ayuno, una casa de fe, una casa de instrucción, una casa de gloria, una casa de orden, una casa de Dios” (D. y C. 88:119; véase también 109:8).

¿Dónde podríamos encontrar un diseño más apropiado para establecer sabia y adecuadamente nuestro hogar? Este diseño cumpliría con las especificaciones descritas en Mateo, una casa edificada “sobre la roca” (Mateo 7:24, 25; véase también Lucas 6:48; 3 Nefi 14:24, 25), capaz de resistir las lluvias de la adversidad, los ríos de la oposición y los vientos de la duda que se encuentran presentes en todas partes del mundo cambiante y lleno de desafíos en el que vivimos.

Algunos podrían preguntarse: “Pero si esa revelación se dio como guía para la construcción de un templo, ¿se aplica a nosotros en la actualidad?”

Yo les respondería: “¿Acaso el apóstol Pablo no dijo: ‘¿No sabéis que sois templo de Dios, y que el Espíritu de Dios mora en vosotros?’ ” (1 Corintios 3:16).

Dejemos que el Señor sea el Arquitecto Maestro de nuestro proyecto de construcción. Entonces cada uno de nosotros será el constructor responsable de una parte vital de ese proyecto, y por esa razón todos podremos ser constructores. Además de edificar nuestro propio hogar, también tenemos la responsabilidad de edificar el reino de Dios sobre la tierra al servir de manera fiel y eficaz en nuestros llamamientos de la Iglesia. Quisiera brindar algunas pautas que provienen de Dios, de las lecciones de la vida y algunos puntos que debemos considerar a medida que empecemos a edificar.
Arrodillémonos a orar.

“Fíate de Jehová de todo tu corazón, y no te apoyes en tu propia prudencia. Reconócelo en todos tus caminos, y él enderezará tus veredas” (Proverbios 3:5–6). Así habló el sabio Salomón, hijo de David, rey de Israel.

En el continente americano, Jacob, el hermano de Nefi, declaró: “Confiad en Dios con mentes firmes, y orad a él con suma fe” (Jacob 3:1).

Este consejo divino nos llega hoy como llega el agua pura y cristalina a una tierra seca y sedienta, porque vivimos en tiempos difíciles.

Hace apenas unas cuantas generaciones, nadie se había imaginado el mundo en el que vivimos hoy día y los problemas que eso presenta. Nos rodea la inmoralidad, la pornografía, la violencia, las drogas y una infinidad de maldades que afligen a la sociedad moderna. Tenemos el desafío, e incluso la responsabilidad, no sólo de mantenernos “sin mancha del mundo” (Santiago 1:27), sino también de guiar a salvo a nuestros hijos y a las personas de quienes somos responsables, a través de los mares turbulentos del pecado que nos rodea, a fin de que un día podamos volver a vivir con nuestro Padre Celestial.

La guía de nuestra propia familia requiere nuestra presencia, nuestro tiempo y nuestros mejores esfuerzos. A fin de ser eficaces en nuestra instrucción, debemos ser firmes en el ejemplo que demos a los miembros de nuestra familia, y dedicar tiempo individual a cada uno de ellos, así como tiempo para dar consejo y guía.

A veces nos sentimos abrumados por la tarea que tenemos ante nosotros; sin embargo, siempre tenemos ayuda a nuestro alcance. Aquel que conoce a cada uno de Sus hijos contestará nuestra oración sincera y ferviente a medida que suplicamos ayuda para guiarlos. Esa oración resolverá más dificultades, aliviará más sufrimiento, prevendrá más transgresión y traerá más paz y satisfacción al alma humana que lo que se podría lograr de ninguna otra manera.

Además de necesitar esa orientación para nuestras familias, se nos ha llamado a puestos en los que somos responsables por otras personas. En calidad de obispo o consejero, líder de un quórum del sacerdocio o de las organizaciones auxiliares, ustedes tienen la oportunidad de influir en la vida de los demás. Tal vez haya personas que provengan de familias donde no todos sean miembros de la Iglesia o sean menos activos; que se hayan enemistado con sus padres, despreciando sus súplicas y consejos. Es muy posible que seamos el instrumento en las manos del Señor para influir en la persona que esté en esa situación. Sin embargo, sin la guía de nuestro Padre Celestial, no podemos hacer todo lo que se nos ha llamado a hacer, y esa ayuda se logra mediante la oración.

A un destacado juez de los Estados Unidos se le preguntó qué podemos hacer los ciudadanos de los países del mundo para reducir el delito y la desobediencia a las leyes para que haya paz y tranquilidad en nuestra vida y en nuestras respectivas naciones. Seriamente contestó: “Yo diría que el volver a la antigua práctica de la oración familiar”.

¿No se sienten agradecidos ustedes de que la oración familiar no sea algo pasado de moda para nosotros? Realmente hay un gran significado en lo que se dice de que “la familia que ora unida permanece unida”.

El Señor mismo indicó que debíamos llevar a cabo la oración familiar cuando dijo: “Orad al Padre en vuestras familias, siempre en mi nombre, para que sean bendecidas vuestras esposas y vuestros hijos” (3 Nefi 18:21).

En calidad de padres, de maestros y de líderes en el desempeño de cualquier función, no podemos intentar realizar esta difícil jornada por la mortalidad sin contar con la ayuda divina que nos ayude a guiar a aquellos por quienes tenemos responsabilidad.

Al ofrecerle a Dios nuestras oraciones familiares y personales, hagámoslo con fe y confianza en Él. Arrodillémonos a orar.
Servir diligentemente.

Para obtener un ejemplo de ello, acudimos a la vida del Señor. Al ministrar entre los hombres, la vida de Jesús fue como un resplandeciente faro de bondad. Devolvió la fuerza a las extremidades del paralítico, dio vista a los ojos del ciego, oído al sordo y vida a los muertos.

Sus parábolas predican poder. Con el buen samaritano enseñó: “Amarás a tu prójimo” (véase Lucas 10:30–35). Por medio de la bondad demostrada a la mujer adúltera, enseñó compasión comprensiva (véase Juan 8:3–11). En su parábola de los talentos nos enseñó a superarnos y a esforzarnos por lograr la perfección (véase Mateo 25:14–30). Es posible que nos haya estado preparando para la función de edificar una familia eterna.

Cada uno de nosotros, ya sea un líder del sacerdocio o un oficial en una organización auxiliar, tiene responsabilidad para con su llamamiento sagrado. Hemos sido apartados para la obra para la cual hemos sido llamados. En Doctrina y Convenios 107:99, el Señor dijo: “Por tanto, aprenda todo varón su deber, así como a obrar con toda diligencia en el oficio al cual fuere nombrado”. Al ayudar a bendecir y fortalecer a aquellos por quienes somos responsables en nuestros llamamientos de la Iglesia, en realidad estaremos bendiciendo y fortaleciendo a sus familias. Por tanto, el servicio que llevemos a cabo en nuestras familias y en nuestros llamamientos de la Iglesia puede tener consecuencias eternas.

Hace muchos años, cuando era obispo de un barrio grande y diverso de más de mil miembros, ubicado en el centro de Salt Lake City, hice frente a muchos desafíos.

Un domingo por la tarde recibí una llamada telefónica del propietario de una farmacia que estaba dentro de los límites del barrio; me indicó que esa mañana, un niño había entrado en la tienda y había comprado un helado. Había pagado con dinero que había sacado de un sobre y que, al salir, había olvidado el sobre. Cuando el propietario pudo examinarlo, descubrió que era un sobre de ofrendas de ayuno, con el nombre y el número de teléfono de nuestro barrio. Cuando me describió al niño que había entrado a la tienda, de inmediato supe quién era; era un diácono de nuestro barrio que provenía de una familia menos activa.

Mi primera reacción fue una de asombro y de desilusión al pensar que uno de nuestros diáconos tomara fondos de las ofrendas de ayuno destinados para los necesitados, y se fuera a la tienda en domingo a comprar una golosina con ese dinero. Decidí que esa tarde visitaría a ese niño para enseñarle en cuanto a los fondos sagrados de la Iglesia y su deber como diácono de recabar y proteger esos fondos.

Mientras me dirigía a ese domicilio, hice una oración en silencio para suplicar orientación en lo que debía decir para arreglar la situación. Llegué y toqué a la puerta; la abrió la madre del niño, y me invitaron a pasar a la sala. A pesar de que la luz de la habitación era muy tenue, pude darme cuenta de que era un lugar muy pequeño y escuálido. Los pocos muebles estaban desgastados y la madre tenía una apariencia de cansancio.

La indignación que sentía por las acciones de su hijo aquella mañana se desvaneció al darme cuenta de que era una familia muy necesitada. Sentí la impresión de preguntarle a la madre si había alimentos en la casa; con lágrimas contestó y dijo que no tenía nada. Me dijo que desde hacía tiempo su esposo había estado sin trabajo y que necesitaban desesperadamente no sólo comida, sino dinero para pagar el alquiler a fin de que no los desalojaran de la pequeña casita.

No me atreví a mencionar el asunto de los donativos de las ofrendas de ayuno, ya que me di cuenta de que lo más probable era que el niño habría tenido mucha hambre cuando se detuvo en la tienda. Más bien, inmediatamente hice los arreglos para dar ayuda a la familia, a fin de que tuviesen qué comer y un techo sobre su cabeza. Además, con la ayuda de los líderes del sacerdocio del barrio, pudimos conseguirle empleo al marido para que pudiese proveer de lo necesario para la familia.

Como líderes del sacerdocio y de las organizaciones auxiliares, tenemos derecho a recibir la ayuda del Señor al magnificar nuestros llamamientos y cumplir nuestras responsabilidades. Busquen Su ayuda, y cuando reciban la inspiración, actúen de acuerdo con ella para saber a dónde ir, a quién consultar, qué decir y cómo decirlo. Es posible que se nos ocurra una idea una y otra vez, pero sólo cuando actuemos según esa idea, podremos bendecir a los demás.

Ruego que seamos verdaderos pastores para aquellos por quienes somos responsables. John Milton escribió en su poema “Lícidas”: “Las ovejas hambrientas levantan la cabeza y no se les apacienta” (renglón 125). El Señor mismo le dijo a Ezequiel el profeta: “Ay de los pastores de Israel que… no [apacientan] a las ovejas” (Ezequiel 34:2–3).

Tenemos la responsabilidad de cuidar del rebaño, ya que esas queridas ovejas, esos tiernos corderos, están por todas partes: en el hogar en nuestras propias familias, en los hogares de nuestros familiares, y esperándonos en nuestros llamamientos en la Iglesia. Jesús es nuestro Ejemplo; Él dijo: “Yo soy el buen pastor; y conozco mis ovejas” (Juan 10:14). Tenemos la responsabilidad de conducir a las ovejas. Ruego que sirvamos diligentemente.
Ayudemos a los que van por mal camino.

A lo largo del camino de la vida se producen bajas. Algunos se alejan de las señales que conducen a la vida eterna, sólo para descubrir que el desvío escogido no conduce sino a un callejón sin salida. La indiferencia, la despreocupación, el egoísmo y el pecado cobran un elevado pago de vidas humanas. Hay quienes, por motivos inexplicables, marchan al compás de otra melodía, para más tarde descubrir que han seguido al flautista del dolor y del sufrimiento.

En 1995, la Primera Presidencia expresó su preocupación por los miembros que habían abandonado el redil de Cristo y emitió una declaración especial titulada: “Una invitación a regresar”. El mensaje contenía la siguiente súplica:

“A aquellos que por alguna razón se encuentran fuera de la hermandad de la Iglesia, les decimos: Regresen. Los invitamos a regresar y a participar de la felicidad que una vez conocieron. Encontrarán a muchas personas con los brazos abiertos para recibirlos, ayudarlos y darles consuelo.

“La Iglesia necesita su fuerza, amor, lealtad y devoción. El camino por el que la persona puede volver a participar de todas las bendiciones del ser miembro de la Iglesia es definido y seguro, y estamos listos para recibir a todos aquellos que deseen hacerlo”.

Quizás una escena que se repite con frecuencia les ayudará a encontrar la oportunidad de ayudar a los que van por mal camino. Demos una mirada a una familia que tiene un hijo llamado Jack, quien, desde muy temprana edad, ha tenido serias diferencias con su padre. Un día, cuando tenía diecisiete años, tuvieron una discusión muy violenta. Jack le dijo a su padre: “¡Ésta es la gota que colma el vaso; me voy de casa y jamás regresaré!”. Se fue a su habitación y empacó sus cosas. Su madre le rogó que se quedara, pero estaba demasiado enojado para escucharla, y la dejó llorando a la puerta de la casa.

Al salir del jardín y casi en el momento que pasaba por el portón, oyó que su padre le llamaba: “Jack, reconozco que en gran parte es mi culpa el que te vayas de casa, y sinceramente lo siento. Pero deseo que sepas que si alguna vez deseas volver a casa, siempre serás bienvenido. Trataré de ser un buen padre y quiero que sepas que te amo y que siempre te amaré”.

Jack no dijo nada, siguió hasta la terminal de autobuses y compró un pasaje hacia una ciudad distante. Mientras viajaba y contemplaba el paso de los kilómetros, pensó en las palabras de su padre. Se dio cuenta de todo el valor y el amor que habían sido necesarios para que su padre dijera esas palabras. Su padre se había disculpado; lo había invitado a regresar y en el aire de aquel verano resonaban sus palabras: “te amo”.

Jack se dio cuenta de que el próximo paso lo debía dar él. Supo que la única forma de encontrar paz interior era demostrarle a su padre el mismo grado de madurez, de bondad y de amor que su padre le había demostrado. Jack se bajó del autobús, compró un pasaje de regreso y emprendió el camino a casa.

Llegó poco después de la medianoche, entró en la casa y encendió la luz. Allí, en la mecedora, estaba su padre, con la cabeza inclinada. Al ver a Jack, se levantó y ambos se abalanzaron a abrazarse. Más tarde, Jack dijo: “Esos últimos años que viví en casa fueron unos de los más felices de mi vida”.

He aquí un padre que, superando su cólera y controlando su orgullo, decidió rescatar a su hijo antes de que se convirtiera en parte de ese “batallón perdido” que proviene de familias divididas y hogares destrozados. El amor fue el vínculo unificador, el bálsamo curativo; el amor que se siente tan a menudo pero que pocas veces se expresa.

Desde el monte Sinaí retumba en nuestros oídos: “Honra a tu padre y a tu madre” (Éxodo 20:12), y más tarde, escuchamos de ese mismo Dios la orden de vivir “juntos en amor” (D. y C. 42:45).
Seguir el camino del Señor

Arrodíllense a orar; sirvan diligentemente; ayuden a aquellos que van por mal camino. Cada uno es un componente vital del diseño preparado por Dios para hacer de nuestra casa un hogar, y de un hogar un cielo.

El equilibrio es la clave en nuestras sagradas y solemnes responsabilidades en nuestros hogares y en nuestros llamamientos en la Iglesia. Debemos tener sabiduría, inspiración y un buen criterio al velar por nuestras familias y cumplir nuestros llamamientos de la Iglesia, ya que ambos son de vital importancia. No podemos descuidar a nuestras familias y no debemos descuidar nuestros llamamientos en la Iglesia.

Edifiquemos de la manera correcta, siguiendo Su diseño; entonces el Señor, que es nuestro inspector en esa construcción, nos dirá, como lo hizo cuando se le apareció a Salomón, constructor de otra época: “Yo he santificado esta casa que tú has edificado, para poner mi nombre en ella para siempre; y en ella estará mis ojos y mi corazón todos los días” (1 Reyes 9:3). Entonces tendremos hogares celestiales y familias eternas y así podremos ayudar, fortalecer y bendecir a otras familias.

Ruego de manera muy humilde y sincera que cada uno de nosotros reciba esa bendición. En el nombre de Jesucristo. Amén.
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Nota
1. 1.

Carta de la Primera Presidencia, 11 de febrero de 1999; véase Liahona, diciembre de 1999, pág. 1.

Lección 10: El hermanamiento es una responsabilidad del sacerdocio

Lección 10: El hermanamiento es una responsabilidad del sacerdocio

"Lección 10: El hermanamiento es una responsabilidad del sacerdocio," El sacerdocio y el gobierno de la Iglesia, ()
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Como poseedores del sacerdocio, esta lección debe motivarnos a fortalecer a los miembros de la Iglesia mediante el hermanamiento.
Introducción

* •

Lea D. y C. 18:10.

¿Cuán importante es cada individuo para nuestro Padre Celestial?

Cada uno de nosotros es importante para nuestro Padre Celestial. Sin importar quién sea, dónde viva, qué idioma hable o a que raza pertenezca, Su obra y Su gloria es llevar a cabo la inmortalidad y la vida eterna del hombre (Moisés 1:39). Para ayudarlo en esta obra, el Señor ha restaurado el sacerdocio a la tierra y nos ha dado la responsabilidad de amarnos los unos a los otros al igual que Él nos ama.

Las Escrituras nos enseñan que debemos sentir por los demás el mismo interés que sentimos por nosotros mismos (véase D. y C. 38:24). Tenemos la responsabilidad y el privilegio de ayudar a nuestros hermanos y hermanas a fin de que reciban las bendiciones que nuestro Padre Celestial tiene preparadas para los fieles.

“Estamos aquí para ayudarnos mutuamente a progresar, a inspirarnos unos a otros hacia el amor y las buenas obras y no… para juzgar. Nuestra responsabilidad es dar ánimo a quienes están menos activos y extraviados. Tenemos el deber de ‘cuidar de que no haya iniquidad en la Iglesia, ni aspereza entre uno y otro, ni mentiras, ni difamaciones, ni calumnias’. (D. y C. 20:54.)” (Delbert L. Stapley, “El sendero hacia la gloria eterna”, Discursos de conferencias generales, 1973–75, pág. 47).

Lea Lucas 22:32.

El presidente Harold B. Lee declaró: “Estoy convencido de que hay muchas personas en la Iglesia que están cometiendo un suicidio espiritual y que están pidiendo ayuda… si tan sólo pudiéramos reconocer a tiempo ese clamor, seríamos el medio por el que se salvarían muchas almas” (véase “La fortaleza del sacerdocio”, Liahona, marzo de 1973, pág. 4).
El hermanamiento en la Iglesia

El hermanamiento en la Iglesia significa el alentarnos y ayudarnos mutuamente para gozar de la plenitud de las bendiciones del Evangelio; significa demostrar cortesía, compartir experiencias, prestar servicio y demostrar amor, ayudar y efectuar actos de bondad. Hermanamos cuando somos buenos amigos y vecinos, cuando hacemos que otras personas se sientan importantes y demostramos que los necesitamos.

Cuando compartimos nuestro tiempo, nuestros talentos y todo lo que poseemos con los demás, desarrollamos el espíritu de hermandad que Pablo describe cuando dice que los miembros nuevos de la Iglesia no son más extranjeros, “…sino conciudadanos de los santos…” (Efesios 2:19).

Aunque debemos ser amistosos y buenos vecinos con todos nuestros semejantes, es una responsabilidad básica del sacerdocio ayudar y brindar amistad a los miembros nuevos y a los menos activos. La Iglesia nos ayuda a hacerlo de varias maneras. Proporciona programas, tales como la orientación familiar, que nos animan a servir a nuestros hermanos y hermanas; además, la oportunidad de reuniones en las que podemos relacionarnos unos con otros, así como instrucción para que podamos expresar correctamente nuestro amor e interés.

Las personas que no son miembros de la Iglesia siempre deberían ser objeto de nuestro interés, pero también debemos ocuparnos de las familias en las que el padre, la madre, el hijo, la hija, etc., no son miembros de la Iglesia. Estas familias nos necesitan. Al hermanarlas y brindarles nuestra comprensión y amor, podemos ayudarlas a fin de que lleguen a formar una unidad en el Evangelio.

Haga un resumen de estas ideas escribiendo en la pizarra una lista de aquellos que necesiten de nuestra hermandad.
Maneras de hermanar

La manera de hermanar a una persona depende de las circunstancias y de nuestra relación personal con ella. Una familia relata a continuación la forma en que ellos hermanaron a una persona desconocida:

“El extraño que se encontraba al lado nuestro se sentía incómodo; miraba hacia adelante y apenas respiraba. Ni siquiera sonrió cuando vio a nuestros dos niños que siempre eran muy amistosos. Después de la reunión, mi esposo le pidió a tan solemne caballero que viniera a casa para que juntos participáramos de un postre. Una sonrisa hizo que su cara se relajara un poco. Él nos explicó: ‘Apenas me bauticé la semana pasada y acabo de mudarme a este barrio’. Después pasaba a visitarnos varias veces por semana, contándonos acerca [del aumento de su conocimiento del Evangelio], ansioso de hablar de las Escrituras y de sus asuntos personales. Grande fue nuestro gozo al observar el desarrollo de nuestro hermano en el Evangelio; ya no era un extranjero” (Susan Spencer Zmolek, “The Stranger Within our Gates”, Ensign, marzo de 1976, pág. 49).

Sin embargo, el hermanamiento se lleva a cabo de manera diferente cuando se trata de la orientación familiar. Una hermana contó cómo fue que los maestros orientadores los incluyeron a ella y a su hijo en sus actividades:

“Yo quería empezar una vida nueva después de un doloroso divorcio, de manera que tomé a mi hijo y me mudé al sur para completar mis estudios universitarios. Suponiendo que el clima iba a ser caluroso, no llevamos los suéteres ni las mantas. ¡Qué frío pasamos en el invierno en aquella cabaña que estaba diseñada para el verano! Tenía miedo de encender el calentador o de pedir mantas prestadas. No conocía a nadie y no me sentía parte de ese grupo de gente de la Iglesia porque yo era divorciada y no quería que nadie pensara que iba a ser una carga; de modo que me sentí muy feliz cuando llegaron los maestros orientadores. Ellos querían de todo corazón que nos sintiéramos bien y venían a vernos en forma regular, aun cuando no teníamos teléfono y en varias oportunidades no nos encontraron en casa. En varias ocasiones nos incluyeron en sus actividades familiares. Finalmente, no tuve ningún reparo en pedirles que nos prestaran algunas mantas” (citado por Susan Spencer Zmolek, “The Stranger Within our Gates”, Ensign, marzo de 1976, págs. 47–48).

Escriba en la pizarra los métodos de hermanamiento que se demostraron en las experiencias mencionadas anteriormente.

Obviamente, si sentimos una verdadera amistad hacia los demás, las actividades de hermanamiento se extenderán más allá de las actividades del día domingo para incluir otras ocasiones y actividades durante la semana. Tales actividades podrían ser invitaciones a nuestro hogar y a actividades sociales, comunitarias y de la Iglesia. La hermandad es una de las características del verdadero santo, persona a la que Jesús se refirió cuando dijo: “Fui forastero, y me recogisteis” (Mateo 25:34–36).

El siguiente relato es un ejemplo de la forma en que dos miembros varones de la Iglesia demostraron la verdadera hermandad:

Había un joven hombre que se encontraba solo y triste. Su asistencia a la Iglesia era irregular y consideraba que era difícil llevar a cabo las asignaciones que se le encomendaban. Dos hermanos viudos lo invitaron a participar en las noches de hogar con ellos.

Antes de que pasara mucho tiempo, el lunes por la noche llegó a ser el tiempo más importante de la semana para él. Allí participaba en conversaciones del Evangelio y se sentía motivado para orar más diligentemente; de ese modo no demoró mucho para que su testimonio cambiara del conocimiento pasivo al testimonio ardiente de la verdad.

Los dos hermanos lo aceptaron y le extendieron la más cordial amistad de la mejor manera posible. Lo invitaban a sentarse junto a ellos en las reuniones de la Iglesia y después, a cenar a su casa; lo llevaron de compras y le ayudaron a arreglar la casa.

Con ese ejemplo, en poco tiempo él mismo comenzó a ayudar a otras personas, así como a ser responsable de sus asignaciones en la Iglesia. Un día, conversando con uno de sus amigos acerca de la felicidad en la vida, éste le preguntó: “¿Qué piensas que fue lo que causó el cambio?”.

“Los más importante fue el amor que tuvieron dos amigos”, exclamó. “He llegado a confiar y a sentirme seguro del amor que ellos me dan y ese amor me ayuda a hacer cosas que jamás habría soñado que podría hacer” (adaptado de Cursos de estudios de la Sociedad de Socorro, 1977–78, pág. 126).

Agregue a la lista de la pizarra las formas en que estos dos hermanos ayudaron a hermanar a un miembro que se sentía solo.

El hermano Ernst Eberhard, hijo, relata la siguiente historia relacionada con el hermanamiento:

“La hermana Susan Munson es una hermana muy activa en la Iglesia y ha esperado pacientemente que su marido, que no es miembro, demuestre algún interés por la Iglesia. Él siempre decía: ‘¡Ah!, eso está bien para ti y los niños, pero a mí no me interesa’.

“Eso es sólo parte de la verdad. Jack es también tímido… Finalmente Susan le pidió al hermano Caldwell, líder misional del barrio, si podía ayudarla de algún modo. El prometió considerar el caso en la reunión semanal de la obra misional.

“El grupo… decidió comenzar por organizar una fiesta de vecinos, considerando que era la mejor manera de atraerlo. Les pidieron a tres familias que organizaran una fiesta para los Munson y para la familia Noble, que eran investigadores de la Iglesia… Estas tres familias participaron en el hermanamiento.

“Jack se sentía un poco reacio a participar, pero estaba sorprendido y encantado a la vez con la amistad natural y sincera del grupo. Al terminar, él mismo apoyó entusiastamente la idea de tener una segunda fiesta; esta vez se trataba de un picnic después de dos semanas. Nadie dijo nada de asistir a la Iglesia, pero Allen Westover, quien había estado hablando con Jack en cuanto al proyecto que éste tenía de pintar su casa, llegó el sábado a la casa de Jack con su propia escalera y volvió varias tardes después de su trabajo. Steve Caldwell y Glen Rivers también ayudaron varias veces.

“Más adelante ese mes, cuando el quórum de élderes tenía un proyecto de servicio, Jack estaba listo para ayudar… A medida que pasaba el verano, Jack pasaba más y más tiempo entre los miembros de la Iglesia. Las conversaciones variaban entre cañas de pescar, política, cómo enseñar a los niños, cómo plantar un huerto, cómo solucionar problemas en el matrimonio y cómo resistir las presiones en el trabajo. Jack escuchaba y opinaba. Algunas de las actividades sociales incluían noches de hogar y conversaciones de naturaleza espiritual. Para alegría de Susan, una tarde Jack le dijo que estaba listo para tomar el próximo paso de que los misioneros de la Iglesia le enseñaran y… de unirse a la Iglesia”.

El hermano Eberhard agrega lo siguiente: “No hay nada más artificial que una actividad de hermanamiento sin el espíritu de hermanamiento. Primero tiene que surgir el sentimiento”. Él sugiere que seamos buenos oidores, que busquemos lo que a ellos les gusta y lo que no les gusta, que sepamos cuáles son sus actividades familiares y sus actividades laborales. Pone énfasis en que aquellos que hermanamos deben saber que verdaderamente estamos interesados. (“That Part-member Family”, Ensign, julio de 1978, pág. 38–39.)

¿Qué métodos de hermanamiento se usaron en esta historia que puedan agregarse a la lista que ya se encuentra en la pizarra?

Analicen la lámina “Actividades para hermanar” (ayuda visual 10-a). Agregue otras actividades que sugieran los miembros de la clase.
Conclusión

El hermanamiento es una responsabilidad del sacerdocio; ayuda a los nuevos conversos y a otros miembros de la Iglesia a sentirse bien y a saber que los necesitamos; además, los motiva a participar en la Iglesia. A medida que aceptamos la responsabilidad de ayudar a otras personas a activarse en la Iglesia, experimentamos gozo y satisfacción. El Señor promete que este gozo será eterno.

Lea D. y C. 18:15–16.

Pida al miembro de la clase antes asignado que dé su testimonio de cómo le ayudó el hermanamiento.
Cometidos

1. 1.

Busque a un converso nuevo y hermánelo.
2. 2.

Dedíquese a hermanar más a las familias que tiene asignadas en la orientación familiar.
3. 3.

Seleccione a una familia menos activa y esfuércese por hermanarla para que vuelva a la Iglesia.
4. 4.

Sea amistoso con todos los miembros de la Iglesia, especialmente con aquellos que son desconocidos.
5. 5.

Si hay una familia de miembros y algunas personas que no lo son, incluya también a las personas que no son miembros en las actividades de la Iglesia.

Preparación del maestro

Antes de presentar esta lección:

1. 1.

Pida a un miembro de la clase que dé su testimonio de la forma en que lo ha ayudado el hermanamiento. Puede ser un converso reciente a la Iglesia, un miembro que volvió a la actividad en la Iglesia o alguien que ayudó a otra persona a activarse.
2. 2.

Prepare un cartel con actividades de hermanamiento (véase ayuda visual 10-a).
3. 3.

Pida a un miembro de la clase que lea o presente las historias y los pasajes de las Escrituras de esta lección.

Actividades para hermanar.
Actividades en nuestro hogar

Tener una cena juntos.

Escuchar buena música.

Participar en una actividad recreativa.

Mirar un buen programa de televisión.

Mostrar diapositivas o fotografías.

Tener un picnic en el patio.

Tener una fiesta informal.

Pedirles que nos ayuden en un proyecto.
Actividades en el hogar de ellos

Llevarles un pastel u otro postre.

Planear juntos una fiesta.

Ayudarles con algún proyecto:

Visitarles inesperadamente, “sólo porque son nuestros amigos”.

Cuidar a sus niños.

Plantar un huerto.

Ayudarles a instalarse en una casa nueva.

Ayudarles a reparar algo.
Actividades en la comunidad

Ir a una película o programa especial.

Pasar a buscarlos en camino a una actividad en la escuela. (Tener un refrigerio después en nuestra casa.)

Ir a un picnic.

Participar juntos en deportes.

Asistir a una actividad que los niños tengan en común (un partido de fútbol, etc.).

Los Padres En Sión

General Conference / Octubre 1998
Los Padres En Sión

Boyd K. Packer

"Los Padres En Sión," , (octubre 1, 1998)

Boyd K. Packer
“Quiero instar a los lideres a considerar más detenidamente el hogar paro que no extiendan llamamientos ni programen actividades que impongan cargas innecesarias sobre los padres y las familias”.

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En 1831 el Señor dio una revelación a los padres de Sión 1 . Es precisamente sobre los padres que deseo hablar.

He servido como miembro del Quórum de los Doce desde hace veintiocho años y serví otros nueve como Ayudante de los Doce, lo cual hace un total de treinta y siete años, exactamente la mitad de mi vida.

Pero tengo otro llamamiento que ha durado mas tiempo aun. Soy padre y abuelo. Me llevó unos cuantos años ganarme el titulo de abuelo y otros veinte años el de bisabuelo. Estos títulos -padre, abuelo, madre y abuela- conllevan responsabilidad y una autoridad que deriva, en parte, de la experiencia. La experiencia es una poderosa maestra.

Mi llamamiento en el sacerdocio define mi posición en la Iglesia y el título de abuelo, en mi posición en la familia. Quiero referirme a los dos en forma conjunta.

El ser padre o madre es una de las ocupaciones más importantes a las cuales puedan dedicarse los Santos de los Últimos Días. Muchos miembros se enfrentan con conflictos al esforzarse por equilibrar sus responsabilidades de padres con su fiel servicio en la Iglesia.

Hay cosas que son de importancia fundamental para el bienestar de una familia y que se encuentran únicamente al ir a la Iglesia. Allí es tan el sacerdocio, el cual faculta al hombre para guiar y bendecir a su esposa e hijos, y los convenios que los unen eternamente.

A los miembros de la Iglesia se les mandó “re[unirse] a menudo” 2 y se les mandó que “al estar reunidos os instruyáis y os edifiquéis unos a otros” 3 . Mosíah y Alma dieron la misma instrucción a los de su pueblo 4 .

Se nos ha mandado “volver el corazón de los padres hacia los hijos, y el corazón de los hijos hacia los padres” 5 .

El Señor llamó a José Smith, hijo, por su nombre y le dijo: “… No has guardado los mandamientos, y debes ser reprendido …” 6 . El no había enseñado a sus hijos. Esa es la única ocasión en la que se emplea el vocablo reprender para corregirle.

Su consejero, Frederick G. Williams, cayó bajo la misma condenación: “no has enseñado a tus hijos e hijas la luz y la verdad” 7 . A Sidney Rigdon se le dijo lo mismo, al igual que al obispo Newel K. Whitney 8 , a lo que el Señor añadió: “Lo que digo a uno lo digo a todos” 9 .

Hemos sido testigos de la decadencia de las normas morales, las que siguen desmoronándose con la mayor rapidez. Al mismo tiempo hemos presenciado un rebosamiento de guía inspirada para los padres y para la familia.

Todos los cursos de estudio y todas las actividades de la Iglesia han sido reestructurados y correlacionados con el hogar:

* •

La enseñanza del barrio se convirtió en orientación familiar.
* •

Se estableció la Noche de Hogar.
* •

A la genealogía se le dio el nombre nuevo de historia familiar y tiene como finalidad reunir los registros de todas las familias.
* •

La Primera Presidencia y el Consejo de los Doce Apóstoles emitieron la histórica Proclamación sobre la Familia.
* •

La familia llegó a ser, y sigue siendo, el tema preponderante en reuniones, conferencias y consejos.
* •

Todo ello como preludio de una era sin precedentes de edificación de templos en los cuales se ejerce la autoridad para sellar familias para siempre.

¿Alcanzan a ver el espíritu de inspiración que descansa sobre los siervos del Señor y sobre los padres? ¿Entendemos el reto y el ataque que en la actualidad se dirigen contra la familia?

Al llevar a cabo actividades para la familia, fuera del hogar, debemos ejercer cuidado; de lo contrario, podríamos ser como el padre que se propone dar todo a los suyos, que dedica toda su energía a ese fin y lo logra sólo para darse cuenta después de que desatendió lo que más necesitaban: el estar todos juntos como familia. Y. como resultado de ello, recoge pesar en vez de satisfacción.

Cuan fácil resulta, en nuestros deseos de brindar una variedad de programas y actividades, pasar por alto las responsabilidades del padre y de la madre y la necesidad esencial de que la familia pase tiempo junta.

Debemos asegurarnos de que los programas y las actividades de la Iglesia no resulten una carga demasiado pesada para algunas familias. Los principios del Evangelio, cuando se entienden y se llevan a la práctica, fortalecen y protegen tanto a cada persona individualmente como a las familias. La devoción a la familia y la devoción a la Iglesia no son cosas diferentes y separadas.

Recientemente oí la reacción de una dama con respecto a una madre de familia, el cual fue:

“Desde que nació su bebe, no esta haciendo nada en la Iglesia”. Fue casi como ver que tenía al bebe en los brazos cuando respondió con marcada emoción: “Ella esta haciendo algo en la Iglesia: le dio vida a ese niño, le enseña y lo cría con cariño; esta haciendo lo más importante que puede hacer en la Iglesia”.

¿Cómo responderían ustedes a esta pregunta?: “Debido a su hijo discapacitado, ella esta confinada a la casa y él trabaja en dos empleos para hacer frente a los gastos extras. Rara vez asisten; ¿podemos contarlos como miembros activos de la Iglesia?”.

¿Han oído alguna vez a una hermana decir: “Mi marido es muy buen padre, pero nunca ha sido obispo ni presidente de estaca, ni ha hecho nada importante en la Iglesia”. En respuesta a ello, el padre dice vigorosamente: “¿Que hay más importante en la Iglesia que ser un buen padre?”.

La asistencia fiel a la Iglesia, conjuntamente con la cuidadosa atención a las necesidades de la familia, constituye una combinación casi perfecta. En la Iglesia se nos enseña el Gran Plan de la Felicidad’°. En el hogar aplicamos lo que hemos aprendido. Todo llamamiento, todo servicio que prestamos en la Iglesia nos brinda experiencia y valiosos conocimientos que se llevan a la vida familiar.

Tal vez nuestra perspectiva fuera mas clara si pudiéramos, por un momento, considerar la paternidad y la maternidad como un llamamiento en la Iglesia. De hecho, es mucho más que eso, pero si pudiéramos verlos como tal por un momento, llegaríamos a tener mas equilibrio en la forma de programar actividades en las que participen las familias.

No quisiera que nadie se valiera de lo que yo digo como de una excusa para rechazar un llamamiento inspirado del Señor. Lo que si quiero es instar a los líderes a considerar mas detenidamente el hogar para que no extiendan llamamientos ni programen actividades que impongan cargas innecesarias sobre los padres y las familias.

Hace poco leí una carta de un matrimonio joven cuyos llamamientos en la Iglesia a menudo les requieren conseguir a alguien que les cuide a los niños pequeños para que ellos puedan asistir a las reuniones. Esto hace que les resulte muy difícil a ambos estar en casa con sus hijos al mismo tiempo. ¿Ven en esa situación algo que debe corregirse?

Cada vez que se programa una actividad para los jóvenes, se envuelve a la familia, particularmente a la madre.

Tomemos como ejemplo a la madre que, además de su propio llamamiento en la Iglesia, así como el de su marido, debe preparar a sus hijos y correr de una actividad a la otra. Hay madres que se desaniman y hasta se deprimen. Yo recibo cartas en las que se emplea la palabra culpable debido a que no se puede cumplir con todo.

La asistencia a la Iglesia es, o debe ser, un descanso de los apremios de la vida cotidiana; debe ser motivo de paz y de satisfacción. Pero si en cambio acarrea presiones y desaliento, entonces hay algo que esta mal.

Y la Iglesia no es la única responsabilidad que tienen los padres. Hay otras instituciones que con toda legitimidad requieren también el esfuerzo de la familia: la escuela, los empleadores, la comunidad, todos ellos deben incluirse en una medida adecuada.Recientemente una madre me dijo que su familia se había mudado de un barrio apartado donde los miembros viven esparcidos en una zona rural, en el que, por necesidad, todas las actividades se llevan a cabo en una misma noche de la semana, lo cual era magnífico porque les permitía tener tiempo para la familia. Hasta me parece verlos sentados todos juntos alrededor de la mesa.

Se mudaron a una ciudad donde el barrio es mas grande y los miembros viven mas cerca de la capilla. Ella comentó que ahora los miembros de la familia tienen actividades los martes por la noche, los miércoles por la noche, los jueves por la noche, los viernes por la noche, los sábados por la noche y los domingos por la noche. “Es muy difícil para nuestra familia”, comento.

Recuerden que, cuando se programa una actividad para los jóvenes, se envuelve a la familia, particularmente a la madre.

La mayoría de las familias se esfuerzan mucho; pero algunas, cuando se ven agobiadas por dificultades de salud y problemas económicos, simplemente quedan exhaustas al tratar de mantener el ritmo y terminan por caer en la inactividad. No se dan cuenta de que se están apartando de la fuente misma de la luz y la verdad, para ayudar a la familia, y se van desplazando hacia la obscuridad en donde les aguarda el peligro y el desengaño.

Quisiera ahora referirme a lo que ciertamente debe ser el problema más difícil de solucionar. Hay jóvenes que reciben muy poca enseñanza y muy poco apoyo en el hogar. No hay duda de que debemos ofrecer ambas cosas. Pero si en la Iglesia les ofrecemos una constante selección de actividades para compensar lo que no reciben en esos hogares, les resultara difícil a los padres concienzudos disponer del tiempo para dedicar a sus propios hijos. Sólo la oración y la inspiración nos llevaran a encontrar ese delicado punto de equilibrio.

A menudo oímos: “Debemos brindar actividades regulares y entretenidas fuera del hogar pues, de lo contrario, nuestros jóvenes las buscaran en lugares menos sanos”. Algunos de ellos lo harán, pero estoy convencido de que si enseñamos a los padres a ser responsables y les otorgamos tiempo suficiente, a la larga, los hijos estarán en casa.

En el hogar, ellos aprenden lo que no se les puede enseñar eficazmente ni en la Iglesia ni en la escuela. En el hogar aprenden a trabajar y a asumir responsabilidades. Aprenderán lo que deberán hacer cuando tengan sus propios hijos.

Por ejemplo, en la Iglesia, a los niños se les enseña el principio del diezmo, pero es en el hogar donde ese principio se aplica. En el hogar hasta a los hijos más pequeños se les puede enseñar a calcular el diezmo y a pagarlo.

Una vez el presidente Harold B. Lee y su esposa nos visitaron en nuestra casa. La hermana Lee puso un puñado de monedas de un centavo sobre la mesa delante de nuestro pequeño hijo. Le pidió que separara los que brillaban mas y le dijo: “Estos son tu diezmo y pertenecen al Señor. Los demás son para ti”. Pensativo, miro los dos montoncillos y preguntó: “¿No le quedan mas monedas sucias?”. ¡Ahí fue cuando nos dimos cuenta de lo que debíamos enseñarle!

El consejo de barrio es el lugar perfecto para establecer el equilibrio entre el hogar y la Iglesia. Es allí donde los hermanos del sacerdocio, que son también padres, y las hermanas de las organizaciones auxiliares, que son también madres, pueden, de una manera inspirada, coordinar el trabajo de las organizaciones, cada una de las cuales sirve a diferentes miembros de la familia.

Los integrantes del consejo pueden comparar lo que cada organización esta ofreciendo a cada miembro y cuanto tiempo y dinero se requiere. Ellos pueden unir las familias en vez de dividirlas y prestar atención a los hogares en los que haya uno solo de los padres, a los matrimonios sin hijos, a los que no estén casados, a los ancianos, a los discapacitados y ofrecer mucho más que tan sólo actividades para los niños y los jóvenes.

El consejo de barrio dispone de fuentes de ayuda que a menudo se pasan por alto. Por ejemplo, los que son abuelos, mientras no tengan un cargo en la Iglesia, pueden ayudar a familias jóvenes que estén recorriendo el mismo camino que ellos recorrieron un día.

El Señor advirtió a los padres: “Y además, si hay padres que tengan hijos en Sión … y no les enseñen a comprender la doctrina del arrepentimiento, de la fe en Cristo, el Hijo del Dios viviente, del bautismo y del don del Espíritu Santo por la imposición de manos, al llegar a la edad de ocho años, el pecado será sobre la cabeza de los padres”“.

El consejo de barrio es ideal para satisfacer nuestras necesidades actuales. Es allí donde se puede establecer el verdadero equilibrio entre el hogar y la familia, y dar a cada uno de estos su debido lugar, y la Iglesia puede apoyar en vez de suplantar a los padres. Ambos padres entenderán tanto su obligación de enseñar a los hijos como las bendiciones que proporciona la Iglesia.

Al mismo tiempo que el mundo se vuelve cada vez más amenazante, los poderes del cielo se acercan mas y más a los padres y a las familias.

Yo he estudiado mucho las Escrituras y he enseñado de ellas.

He leído ampliamente sobre lo que han dicho los profetas y los apóstoles. Esas cosas han ejercido una profunda influencia en mi como hombre y como padre.

Pero la mayoría de las cosas que se sobre lo que nuestro Padre Celestial siente por nosotros, Sus hijos, las he aprendido de lo que siento por mi esposa, por mis hijos y por los hijos de ellos. Todo eso lo aprendí en el hogar; lo aprendí de mis padres y de mis suegros, de mi amada esposa y de mis hijos. Puedo, por tanto, dar testimonio de nuestro amoroso Padre Celestial y de nuestro Señor y Redentor. En el nombre de Jesucristo. Amen.
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1.

1. D. y C. 68:25.
2.

2. D. y C. 20:75.
3.

3. D. y C.43:8.
4.

4. Véase Mosíah 18:25; Alma 6:6.
5.

5. Malaquías 4:6; véase también 3 Nefi 5-6; D. y C. 2:2-3.
6.

6. D. y C. 93:47.
7.

7. Véase D. y C. 93:41-42.
8.

8. D. y C. 93:44, 50.
9.

9. D. y C. 93:49.
10.

10. Véase Alma 12:32.
11.

11. D. y C. 68:25.

Real sacerdocio

General Conference / Abril 2006
Real sacerdocio

James E. Faust




Mientras que poseer el sacerdocio trae consigo grandes bendiciones, también conlleva grandes obligaciones.



Mis queridos hermanos, es siempre un privilegio y una seria responsabilidad el dirigirme al sacerdocio de la Iglesia. Quizás ésta sea la reunión más grande de sacerdocio en la historia del mundo. Deseo hablarte a ti, hombre joven, sobre cuán bendecido eres de poseer el Sacerdocio Aarónico, que también se conoce como el “sacerdocio menor”. Pero la palabra menor, sin embargo, no le resta en ningún modo su importancia. No hay nada pequeño en él, ¡especialmente cuando veo qué grandes son algunos de ustedes!

Estoy seguro de que recuerdas lo animado que te sentías la primera vez que repartiste la Santa Cena. Mientras los poseedores del Sacerdocio Aarónico preparan, bendicen y reparten la Santa Cena, ayudan a todos los miembros que participan de ella a volver a comprometerse con el Señor y a renovar su fe en el sacrificio expiatorio del Salvador. A los miembros que participan de la Santa Cena se les recuerda tomar sobre sí el nombre del Hijo, a recordarle siempre y a guardar Sus mandamientos que Él les ha dado, y a procurar tener Su Espíritu consigo. Espero que valores el sacerdocio que posees y cumplas siempre con los deberes que a él corresponden.

Hace poco leí la historia de unos diáconos que habían actuado con una actitud un tanto negligente al repartir la Santa Cena. Habían comenzado a pensar que era una tarea impuesta, algo que nadie más quería hacer. Con frecuencia llegaban tarde y a veces no vestían en forma adecuada. Un domingo su asesor del sacerdocio les dijo: “No tienen que preocuparse por la Santa Cena el día de hoy, ya nos hemos encargado de ello”.

Naturalmente, se sorprendieron al escuchar eso, pero como siempre, habían llegado atrasados a la reunión sacramental. No se preocuparon mucho cuando entraron durante el primer himno y se sentaron en medio de la congregación. Entonces fue que notaron quiénes estaban sentados en la banca de los diáconos: su asesor y los sumos sacerdotes del barrio, entre los que se encontraban hermanos que habían servido como obispos y presidentes de estaca. Todos estaban vestidos con trajes oscuros, con camisas blancas y corbatas. Pero más allá de eso, ellos mostraban una reverencia total mientras llevaban las bandejas de una fila a otra. Ese día, hubo algo más profundo y significativo durante la Santa Cena. Aquellos diáconos que se habían vuelto tan mecánicos en sus deberes aprendieron mediante el ejemplo que repartir la Santa Cena era una responsabilidad sagrada y uno de los más grande honores 1 . Empezaron a darse cuenta de que el sacerdocio es, como lo llamó el apóstol Pedro, un “real sacerdocio” 2 .

Por lo general, el Sacerdocio Aarónico, bajo la dirección del obispado, tiene la responsabilidad de bendecir y repartir la Santa Cena. En el barrio al que asistimos aquí en Salt Lake City, hay muchos fieles miembros adultos pero hay pocos en edad del Sacerdocio Aarónico. Con el correr de los años, he visto a esos sumos sacerdotes y élderes, hombres de fe y grandes logros, repartir la Santa Cena del Señor con humildad y reverencia. En un tiempo, ese grupo de poseedores del sacerdocio lo formaban un juez federal de alto rango, un candidato a gobernador del estado de Utah y otros destacados hombres importantes. Sin embargo, se sentían honrados y evidentemente privilegiados de realizar este sagrado deber del sacerdocio.

El Sacerdocio Aarónico es un gran don de poder espiritual que el Señor confirió a Aarón y a su descendencia 3 . Posee “la llave del ministerio de ángeles y el evangelio preparatorio” 4 y también comprende el “evangelio de arrepentimiento, y del bautismo por inmersión para la remisión de pecados” 5 .

Me gustaría decir unas palabras sobre el ministerio de ángeles. Tanto en tiempos antiguos como en modernos se han aparecido ángeles para dar instrucciones, amonestaciones y guía, que beneficiaban a las personas a quienes visitaban. No nos damos cuenta hasta qué punto el ministerio de ángeles influye en nuestra vida. El presidente Joseph F. Smith dijo: “En igual manera nuestros padres y madres, hermanos, hermanas y amigos que han dejado ya esta tierra, por haber sido fieles y dignos de disfrutar de estos derechos y privilegios, pueden recibir una misión de visitar nuevamente a sus parientes y amigos en la tierra, trayendo de la Presencia divina mensajes de amor, de amonestación, o reprensiones e instrucciones para aquellos a quienes aprendieron a amar en la carne” 6 . Su ministerio ha sido y sigue siendo una parte importante del Evangelio. Los ángeles ministraron a José Smith mientras éste restablecía el Evangelio en su plenitud.

Alma, hijo, tuvo una experiencia personal sobre el ministerio de ángeles. Siendo un joven, se le contaba entre los incrédulos e “indujo a muchos de los del pueblo a que imitaran sus iniquidades”. Un día, “mientras se ocupaba en destruir la iglesia de Dios” en compañía de los hijos de Mosíah, “se les apareció el ángel del Señor; y descendió como en una nube; y les habló como con voz de trueno que hizo temblar el suelo sobre el cual estaban”. El ángel clamó diciendo: “Alma, levántate y acércate, pues ¿por qué persigues tú la iglesia de Dios?”.

Alma se sintió tan agobiado por lo sucedido que se desmayó y tuvieron que llevarlo a su padre. Sólo después de que éste y otras personas hubieron ayunado y orado por dos días, Alma recuperó totalmente su salud y su fuerza. Entonces se puso de pie y comenzó a hablarles: “…me he arrepentido de mis pecados, y el Señor me ha redimido; he aquí, he nacido del Espíritu” 7 . Alma siguió adelante y se convirtió en uno de los más grandes misioneros del Libro de Mormón. Sin embargo, en todos los años de servicio misional, nunca habló de la visita del ángel, sino más bien, eligió testificar que conoció la verdad mediante el Santo Espíritu de Dios.

Sería una gran bendición el recibir instrucción de un ángel; no obstante, como nos enseñó Alma, su conversión final y perdurable sólo la obtuvo después de que hubo “ayunado y orado muchos días” 8 . Su conversión total vino del Espíritu Santo, que está a disposición de todos nosotros si somos dignos.

Los eventos milagrosos no siempre han sido una fuente para la conversión. Por ejemplo, cuando Lamán y Lemuel maltrataron físicamente a sus hermanos menores, se les apareció un ángel y los reprendió para que dejaran de hacerlo. El ángel también les volvió a asegurar que Labán se les entregaría en sus manos. Por un lado, Nefi creyó y obtuvo las planchas de bronce de Labán, mientras que por el otro, Lamán y Lemuel no creyeron ni cambiaron su actitud como resultado de la visita del ángel. Como Nefi les recordó: “¿Cómo es que os habéis olvidado de haber visto a un ángel del Señor?” 9 .

Hombre joven, tú estás edificando tu testimonio que se fortalece mediante la confirmación espiritual que proporciona el Espíritu Santo a través de las experiencias comunes de la vida. Aunque una gran manifestación podría fortalecer tu testimonio, es probable que no ocurra de esa manera.

Mientras que poseer el sacerdocio trae consigo grandes bendiciones, también conlleva grandes obligaciones.

1. 1.

Todos los poseedores del sacerdocio tienen que magnificar sus llamamientos, actuar en el nombre del Señor al grado de que su oficio y llamamiento lo permitan. Magnificamos nuestros llamamientos al seguir la guía de la presidencia del quórum, del obispo y del asesor del quórum. Significa preparar, administrar y repartir la Santa Cena como se nos pide que lo hagamos. También significa cumplir con otras responsabilidades del Sacerdocio Aarónico, como limpiar los centros de reuniones, colocar las sillas para la conferencia de estaca y otras reuniones de la Iglesia, y realizar otros deberes según se asignen.
2. 2.

Los poseedores del Sacerdocio Aarónico o preparatorio, tienen la obligación de reunir las condiciones necesarias para recibir el sacerdocio mayor y la capacitación sobre mayores responsabilidades en el servicio de la Iglesia.
3. 3.

Poseer el Sacerdocio Aarónico trae consigo la responsabilidad de ser un buen ejemplo, tener pensamientos puros y conducta apropiada. Adquirimos estos atributos a medida que cumplimos con los deberes del sacerdocio.
4. 4.

En tu quórum y en otras actividades, tratarás con hombres jóvenes que tienen las mismas normas que tú; y en donde se pueden fortalecer los unos a los otros.
5. 5.

Puedes estudiar las Escrituras y aprender los principios del Evangelio que te ayudarán a prepararte para servir una misión.
6. 6.

Puedes aprender a orar y a reconocer las respuestas.

Doctrina y Convenios describe los diferentes tipos de autoridad que se relacionan con el Sacerdocio Aarónico. Primero, la ordenación al sacerdocio otorga la autoridad para realizar las ordenanzas y poseer el poder del Sacerdocio Aarónico. El obispado es la presidencia del Sacerdocio Aarónico del barrio 10 . Segundo, dentro del sacerdocio hay diferentes oficios, cada uno con diferentes responsabilidades y privilegios. Como diácono se te nombra para velar por la Iglesia y para ser su ministro residente 11 . Como maestro, además de velar siempre por los miembros de la Iglesia, debes “estar con ellos y fortalecerlos” 12 . Como presbítero, tu deber es el de “predicar, enseñar, exponer, exhortar, bautizar y bendecir la santa cena, y visitar la casa de todos los miembros” 13 . Tu obispo, quien posee el oficio de sumo sacerdote, es también el presidente del quórum de presbíteros y dirige la obra del quórum.

A medida que avanzas de uno de esos oficios del Sacerdocio Aarónico a otro, mantendrás la autoridad del anterior. Por ejemplo, quienes son presbíteros todavía tienen la autoridad para realizar todo lo que hacían como diáconos o maestros. Es más, cuando en última instancia seas ordenado al Sacerdocio de Melquisedec, todavía mantendrás los oficios del Sacerdocio Aarónico y actuarás en ellos. El ya fallecido élder LeGrand Richards, que fue miembro del Quórum de los Doce durante muchos años, comprendió muy bien ese principio. A menudo decía: “Sólo soy un diácono adulto”.

Como he mencionado, la enseñanza es uno de los deberes más importantes del Sacerdocio Aarónico. La oportunidad para que tú, siendo un adolescente, enseñes con frecuencia, se presenta mientras sirves como maestro orientador, ya sea como compañero de tu padre o de algún otro poseedor del Sacerdocio de Melquisedec. Cuidar de las necesidades en forma temporal y espiritual es una parte muy importante del “velar por la Iglesia”.

El profeta José Smith dio gran prioridad a la orientación familiar. El hermano Oakley era el maestro orientador del Profeta y cuando él visitaba a la familia Smith: “El Profeta reunía a la familia y ofrecía su propia silla al hermano Oakley, pidiendo a su familia” que lo escucharan con atención 14 .

Todo hombre joven del Sacerdocio Aarónico debe tener el Espíritu consigo en su vida personal, al hacer la orientación familiar, al preparar o repartir la Santa Cena o durante otras actividades del sacerdocio. Debes evitar los tropiezos, siendo la adicción uno de los más grandes.

A todos ustedes, hermanos, les aconsejo que eviten cualquier tipo de adicción. En esta época, Satanás y sus seguidores esclavizan a algunos de nuestros jóvenes más selectos mediante la adicción al alcohol, a todo tipo de drogas, a la pornografía, al tabaco y a otros trastornos compulsivos. Algunas personas parecen nacer con una debilidad por esas sustancias y tan sólo el probarlas da como resultado una adicción incontrolable. Algunas adicciones incluso alteran el funcionamiento del cerebro y crean un deseo vehemente que domina la razón y el juicio. Estas adicciones destruyen no sólo la vida de quienes no se resisten a ellas sino también la de sus padres, cónyuge e hijos. Como el profeta Jeremías se lamentó: “Nunca los reyes de la tierra, ni todos los que habitan en el mundo, creyeron que el enemigo y el adversario entrara por las puertas…” 15 .

El Señor en Su sabiduría nos ha advertido que se deben evitar por completo las sustancias que no son buenas para nosotros. Se nos ha advertido que no debemos tomar el primer trago, ni fumar el primer cigarrillo, ni experimentar con drogas. La curiosidad y la presión de los compañeros son razones egoístas para experimentar con sustancias adictivas. Debemos detenernos y considerar todas las consecuencias, no sólo para nosotros y nuestro futuro sino para nuestros seres queridos. Estas consecuencias son físicas pero también ponen en riesgo la pérdida del Espíritu y hacen que caigamos bajo las garras de Satanás.

Testifico sobre la influencia purificadora, espiritual, consoladora, fortalecedora y de restricción que el sacerdocio ha tenido en mí. He vivido bajo su influencia espiritual durante toda mi vida: En casa de mi abuelo, en la de mi padre y luego en la mía propia. El utilizar el incomparable poder y la autoridad del sacerdocio que otorga poder a los demás, que sana y que bendice, proporciona un gran sentimiento de humildad. Que vivamos en forma digna de poseer la autoridad del sacerdocio para actuar en el nombre de Dios, lo ruego en el nombre de Jesucristo. Amén.
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1.

1. Adaptado de Laird Roberts, véase “El mayor de los honores”, Liahona, noviembre de 1984, pág. 40.
2.

2. 1 Pedro 2:9.
3.

3. Véase D. y C. 84:18.
4.

4. D. y C. 84:26.
5.

5. D. y C. 13:1.
6.

6. Doctrina del Evangelio, 1939, pág. 430.
7.

7. Véase Mosíah 27:8, 10, 11, 13–15, 24.
8.

8. Alma 5:46.
9.

9. 1 Nefi 7:10.
10.

10. Véase D. y C. 107:15.
11.

11. Véase D. y C. 84:111; Véase también D. y C. 20:57–59.
12.

12. D. y C. 20:53.
13.

13. D. y C. 20:46–47.
14.

14. William G. Hartley, “Ordained and Acting Teachers in the Lesser Priesthood, 1851–1883”, Brigham Young University Studies, Spring 1976, pág. 384.
15.

15. Lamentaciones 4:12.

Las responsabilidades del sacerdocio

Liahona, Mayo de 2009,

Las responsabilidades del sacerdocio

Élder Claudio R. M. Costa

De la Presidencia de los Setenta

Claudio R. M. Costa, "Las responsabilidades del sacerdocio", Liahona, Mayo de 2009, 56

Claudio R. M. Costa
Como poseedores del sacerdocio, podemos ser una poderosa influencia en la vida de los demás.

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Élder Andersen, de parte de los Setentas, me gustaría decirle que le queremos y le sostenemos con nuestro corazón y fe.

Mis queridos hermanos, es un privilegio sagrado ser parte de las reales huestes del Señor 1 . Me siento humilde al estar ante ustedes, y los imagino reunidos en diversos lugares del mundo.

En la reunión mundial de capacitación de líderes del 21 de junio de 2003, el presidente Gordon B. Hinckley nos enseñó que como poseedores del sacerdocio tenemos una responsabilidad cuatripartita. Él dijo: “Cada uno de nosotros tiene una responsabilidad cuatripartita. Primero, la responsabilidad para con nuestra familia. Segundo, la responsabilidad para con nuestro empleador. Tercero, la responsabilidad para con la obra del Señor. Cuarto, la responsabilidad para con nosotros mismos” 2 .

Esas cuatro áreas de responsabilidad son vitalmente importantes.

El presidente Hinckley dijo: “Es fundamental que no desatiendan a su familia. Nada de lo que tienen es más valioso” 3 .

Como padres, nuestra responsabilidad es dirigir a la familia en la oración familiar diaria, el estudio diario de las Escrituras y la noche de hogar. Debemos establecer prioridades y preservar esas oportunidades de edificar y fortalecer los cimientos espirituales de nuestra familia. El presidente Hinckley dijo: “Procuren que nada lo obstaculice. Considérenlo sagrado” 4 .

Hablando de la noche de hogar, dijo: “Sea para ustedes sagrada la noche del lunes para la noche de hogar” 5 .

Al igual que los padres, los hijos también tienen cosas que exigen su tiempo en todo aspecto de su vida. Tienen actividades en la Iglesia, en la escuela y con los amigos. Muchos de nuestros hijos asisten a escuelas en las que son una minoría y, con frecuencia, hay eventos escolares los lunes por la noche. Actividades como deportes, prácticas y ensayos, coros y otras actividades. Debemos mantener el lunes por la noche libre de compromisos para llevar a cabo la noche de hogar. No hay otra actividad más importante para la familia.

Es durante la noche de hogar y otras situaciones familiares que preparamos a nuestros hijos para recibir las bendiciones del Señor. El élder Russell M. Nelson, del Quórum de los Doce, dijo: “Es nuestra la responsabilidad de asegurarnos de que llevemos a cabo la oración familiar, el estudio de las Escrituras y la noche de hogar. Es nuestra la responsabilidad de preparar a nuestros hijos para que reciban las ordenanzas de salvación y de exaltación” 6 .

La noche de hogar es una oportunidad muy especial para fortalecernos a nosotros mismos y a cada miembro de la familia. Es importante que todos los miembros de la familia tengan una asignación. Un niño podría compartir la lección de la Primaria que tuvo el domingo anterior. La noche de hogar fortaleció la fe y el testimonio de mi propia familia.

El estudio diario de las Escrituras es otra actividad familiar importante. Recuerdo cuando mi hijo tenía siete años. Una noche había tormenta y se cortó la luz de casa mientras él se duchaba. Mi esposa le dijo que terminara rápido, y que luego tomara una vela y bajara lentamente para efectuar la oración familiar. Le advirtió que tuviera cuidado de no dejar caer la vela en la alfombra porque podría causar un incendio y la casa podría quemarse. Varios minutos después, bajó las escaleras con la vela en una mano y las Escrituras en la otra. Su mamá le preguntó por qué traía las Escrituras, y él contestó: “Mamá, si la casa se quema, ¡tengo que salvar mis Escrituras!”. Supimos que nuestro esfuerzo para ayudarlo a amar las Escrituras se había sembrado en su corazón para siempre.

En cuanto a la responsabilidad que tenemos con nuestro empleador, el presidente Hinckley dijo: “Tienen una obligación. Sean honrados con su empleador. No realicen trabajo de la Iglesia en el tiempo remunerado por él” 7 .

También nos recordó que nuestro empleo nos permite velar por nuestra familia y ser siervos eficaces en la Iglesia.

Los poseedores del sacerdocio tienen muchas responsabilidades y asignaciones. Tenemos oportunidades de visitar, entrevistar, enseñar y servir a las personas. Es nuestra la sagrada responsabilidad de edificar a los miembros de la Iglesia y ayudar a fortalecer su fe y su testimonio del Salvador Jesucristo. Tenemos oportunidades de velar por las familias a las que servimos como maestros orientadores, de enseñar a los miembros a proveer para sí mismos, para su familia, y para los pobres y necesitados a la manera del Señor. Los poseedores del sacerdocio tienen la responsabilidad de motivar a los jóvenes a prepararse para servir honorablemente en misiones de tiempo completo y para casarse en el templo 8 .

El presidente Ezra Taft Benson enseñó: “Los poseedores del sacerdocio deben velar por los miembros de su quórum y sus familias valiéndose del programa de orientación familiar” 9 .

Debemos preocuparnos por cada miembro de la Iglesia por quien tengamos responsabilidad. La orientación familiar es una de nuestras grandes responsabilidades.

Como padres, también tenemos la sagrada responsabilidad de ser un ejemplo digno para los hijos para ayudarles a ser mejores padres y líderes de su propio hogar. Cito al élder M. Russell Ballard, del Quórum de los Doce: “Pedimos a todos los líderes del sacerdocio, en especial a ustedes, padres, que preparen a sus hijos. Prepárenlos tanto espiritual como temporalmente, para lucir y actuar como siervos del Señor” 10 .

Cuando recibimos el sacerdocio, hacemos un convenio eterno de servir a los demás 11 . Como poseedores del sacerdocio, podemos ser una poderosa influencia en la vida de los demás.

El presidente Thomas S. Monson nos recordó: “Cuán afortunados y bendecidos somos de ser poseedores del Sacerdocio de Dios…

“‘…Siempre tengan presente que la gente espera dirección de ustedes y que están influyendo en la vida de las personas para bien o para mal y esa influencia se sentirá en las generaciones por venir’” 12 .

Nuestro ejemplo siempre se manifestará muy fuerte. En mis años como miembro de la Iglesia, he recibido la influencia del ejemplo de muchos líderes y miembros de la Iglesia. Recuerdo un maravilloso matrimonio que fue un gran ejemplo para nuestra familia y para todo el barrio. Ellos se bautizaron en 1982 y yo era su obispo.

Celso e Irene vivían muy lejos de la capilla. Caminaban 40 minutos de ida y 40 de regreso, y nunca faltaban a una reunión. Siempre estaban allí sonrientes y dispuestos a servir a los demás. Celso e Irene tienen un hijo, Marcos, que nació con una discapacidad física y mental. Recuerdo bien cómo lo cuidaban con mucho amor. En 1999, Celso tuvo una hemorragia cerebral que lo dejó paralizado de la cintura para abajo, pero siguió yendo fielmente a la Iglesia con su familia. Eran fieles en el pago del diezmo y daban una generosa ofrenda de ayuno. Nuestro hijo Moroni es ahora su obispo y me dijo que Celso e Irene continúan sirviendo fielmente. No sólo prestan servicio en sus llamamientos del barrio, sino también como obreros de las ordenanzas en el Templo de São Paulo, Brasil, cada viernes; allí sirven desde muy temprano hasta muy tarde. Siempre contribuyen de buena voluntad su tiempo y sus recursos al cumplir fielmente con sus responsabilidades en la Iglesia.

El presidente Monson aconsejó: “La mayoría de los actos de servicio de los poseedores del sacerdocio se realizan calladamente y sin ostentación; una sonrisa amistosa, un cálido apretón de manos, un testimonio sincero de la verdad, pueden literalmente elevar vidas, cambiar la naturaleza humana y salvar almas preciosas” 13 .

Ésa es la clase de servicio callado que brindan Celso e Irene.

Al considerar el prudente uso de nuestro tiempo y recursos para satisfacer las necesidades de nuestra familia, nuestro empleo y los llamamientos de la Iglesia, es importante recordar que todo poseedor del sacerdocio tiene que progresar espiritualmente. Es una responsabilidad que tenemos con nosotros mismos, y es importante recordar que todos tenemos ayudantes 14 ; el consejo de nuestros profetas, videntes y reveladores es la ayuda más valiosa que recibimos.

Nuestro Salvador nos invitó a cada uno individualmente:

“Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas…

“…porque mi yugo es fácil, y ligera mi carga” 15 .

Cuando efectuemos Su obra y hagamos Su voluntad en lugar de la nuestra, comprenderemos que el yugo es fácil, y ligera la carga. Él siempre estará con nosotros, y nos revelará la porción exacta que necesitamos para obtener el éxito en la familia, en nuestro trabajo y en toda responsabilidad que tengamos en Su Iglesia. Nos ayudará a crecer individualmente y como hermanos en el sacerdocio.

Sé que la Iglesia es verdadera. Sé que José Smith es un profeta de Dios. Sé que Thomas S. Monson es el profeta actual en la tierra hoy día. Sé que Jesús es el Cristo, nuestro Salvador y Redentor. En el nombre de Jesucristo. Amén.
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Notas
1. 1.

Véase “¡Mirad! Reales huestes”, Himnos Nº 163.
2. 2.

Gordon B. Hinckley, “Regocijémonos en el privilegio de servir”, Reunión mundial de capacitación de líderes, 21 de junio de 2003, pág. 23.
3. 3.

Reunión mundial de capacitación de líderes, 21 de junio de 2003, pág. 23
4. 4.

Véase Reunión mundial de capacitación de líderes, 21 de junio de 2003, pág. 23.
5. 5.

Reunión mundial de capacitación de líderes, 21 de junio de 2003, pág. 24.
6. 6.

Russell M. Nelson, “Nuestro deber sagrado de honrar a la mujer”, Liahona, julio de 1999, pág. 47.
7. 7.

Reunión mundial de capacitación de líderes, 21 de junio de 2003, pág. 24.
8. 8.

Véase carta de la Primera Presidencia, “Énfasis en la capacitación de líderes”, 25 de septiembre de 1996.
9. 9.

Ezra Taft Benson, “Fortalece tus estacas”, Liahona, agosto de 1991, pág. 6.
10. 10.

Véase M. Russell Ballard, “Preparaos para servir”, Liahona, julio de 1985.
11. 11.

Véase élder M. Russell Ballard, The Greater Priesthood: Giving a Lifetime of Service in the Kingdom, Ensign, septiembre de 1992, pág. 71.
12. 12.

Thomas S. Monson, “Ejemplos de rectitud”, Liahona, mayo de 2008, págs. 65, 66.
13. 13.

“Aprendamos, hagamos, seamos”, Liahona, noviembre de 2008, pág. 62.
14. 14.

Véase Reunión mundial de capacitación de líderes, 21 de junio de 2003, pág. 24.
15. 15.

Mateo 11:29–30.

Lección 6: La orientación familiar

Deberes y bendiciones del Sacerdocio, Parte B / Lección 6: La orientación familiar


"Lección 6: La orientación familiar," El sacerdocio y el gobierno de la Iglesia, ()
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El propósito de esta lección es ayudarnos a entender y a cumplir con nuestro llamamiento de maestro orientador.
Introducción

Al ser maestros, presbíteros o poseedores del Sacerdocio de Melquisedec, se nos puede llamar para hacer la orientación familiar. Una de las formas de magnificar nuestros llamamientos del sacerdocio es mediante la enseñanza, el cuidado y la ayuda a los miembros de la Iglesia. El programa de la orientación familiar nos brinda esta oportunidad.

Los líderes del sacerdocio son quienes nos llaman para ser maestros orientadores. En las ramas y en los barrios ya organizados, esto lo hace el líder del quórum del Sacerdocio de Melquisedec después de haber consultado con el obispo o con el presidente de rama. Dos poseedores del sacerdocio sirven como compañeros de la orientación familiar y se espera que ambos visiten regularmente a los miembros que se les haya asignado.

* •

Muestre la ayuda visual 6-a, “El líder del quórum es el que llama a los maestros orientadores”.

El élder Boyd K. Packer dijo en una oportunidad: “He oído a algunos hombres decir, en su respuesta a una pregunta acerca de su asignación en la Iglesia: ‘Solamente soy maestro orientador’ ”; y entonces explicó que la orientación familiar es una de las asignaciones del sacerdocio más importantes de la Iglesia. Los maestros orientadores son guardianes de un rebaño; se les nombra en donde el ministerio es más importante. Ellos son siervos del Señor (véase, “Cuán gran su protección”, Liahona, julio de 1973, págs. 8–9).
Los maestros orientadores: Siervos del Señor

La siguiente historia, relatada por el hermano Earl Stowell, nos demuestra la importancia de la orientación familiar. Se asignó al hermano Stowell y a su compañero para que fueran los maestros orientadores de algunas familias menos activas del barrio. El hermano Stowell relata lo siguiente:

“Algunos días después… llegamos a una casa en particular. Como soy bajo de estatura, siempre he tenido que mirar para arriba cuando quiero mirar a alguien a los ojos; pero esta vez tuve que bajar la cabeza a medida que abría la puerta, pues se presentaba ante mí un hombrecito de no más de un metro y medio de estatura.

* •

Muestre la ayuda visual 6-b, “Pequeño Ben”.

“Era delgado [y entrado en años], pero su postura derecha y sus movimientos llenos de energía, evidenciaban que los años tendrían mucho que luchar para encorvar su fuerte espalda. Sus ojos, pequeños y penetrantes, estaban en extremo separados; su boca lucía como un corte derecho en la porción inferior del rostro y parecía ir de oreja a oreja; su rostro curtido se asemejaba al cuero grueso arrugado.

“Le dijimos que éramos vecinos y que éramos miembros de la Iglesia; que habíamos pasado para conocerlo. Se notaba un poco molesto cuando nos invitó a pasar a una pequeña sala, bien equipada con ceniceros… Nos contó que manejaba un camión y yo pensé que debía de ser una camioneta; pero no era así, se trataba nada menos que de un gigantesco camión volquete (basculador). ¡Me quedé admirado!

“ ‘Los conductores de estos camiones son generalmente hombres grandes. ¿Cómo hace para…?’

“Me interrumpió diciendo: ‘Tengo una llave inglesa, de 30 centímetros, bastante pesada, cerca del asiento en la cabina… Mis compañeros lo saben y eso nos hace iguales’…

“A medida que pasaban los meses, esperábamos ansiosos el día en que nos tocaba visitar a Ben. Una tarde cuando lo visitamos, se lo veía muy cansado, por lo que sólo estuvimos unos pocos minutos. Cuando íbamos saliendo, Ben nos miró y dijo: ‘¿Cuándo van a comenzar a decirme las cosas que tengo que hacer, dejar de fumar, asistir a la Iglesia y todo lo demás?’.

“Le respondí: ‘Ben, nosotros nos sentiríamos mucho más felices si usted ya estuviera haciendo esas cosas, pero es usted quien debe decidir lo que debe hacer con su vida. Estamos seguros que le ofenderíamos si le dijéramos lo que tiene que hacer, sabiendo que usted mismo ya lo sabe. Nosotros venimos a verlo, bueno… porque nuestra familia no está completa sin usted’. Él me estrechó la mano por unos segundos.

“Pocos días después, aquella misma semana, recibí una llamada telefónica. Era la voz de Ben. ‘¿A qué hora es la reunión del sacerdocio?’ De inmediato me ofrecí para ir a buscarlo en mi automóvil y para tener compañía en mi viaje hacia la capilla.

“La respuesta: ‘No, conozco el camino y nadie tiene que llevarme adonde yo sé que debo estar’.

“Cuando llegué a la capilla, él estaba parado fuera, esperando. ‘Creo que es mejor que no entre hasta que deje de fumar’, murmuró. Le respondí que sería mucho más fácil dejar de fumar con la ayuda del Señor’. Él dijo: ‘He fumado desde que tenía ocho años y dudo que pueda dejar de fumar ahora’. Le aseguré que yo sabía que podría hacerlo.

“Muy pronto le dieron el sobrenombre de ‘Pequeño Ben’ y a pesar de su escasa educación, su estatura y edad, hizo buenos amigos y pronto comenzó a tomar parte en cuanto proyecto llevaba a cabo el quórum de élderes.

“Una tarde sonó el teléfono: ‘Tengo que hablar con usted’. Su voz estaba al borde de la histeria. ‘Me han pedido que sea maestro orientador. No puedo hacerlo; fumo y no sé nada de nada. ¿Cómo puedo enseñarle a la gente lo que yo mismo no sé? ¿Qué voy a hacer?’

“Eso me preocupó, ya que ‘Pequeño Ben’ era una persona muy especial para nosotros y no queríamos perderlo nuevamente. Comencé a orar en silencio con mucho ahínco. Respiré profundamente y luego comencé a hablar: ‘Ben, ¿le dijimos nosotros alguna vez lo que tenía que hacer?’.

“ ‘No, ustedes sólo me demostraron que yo era importante para ustedes… y en realidad me sentí importante. Quizá ésa es la razón por la que comencé a asistir a la Iglesia’.

“ ‘Ben, cuando le conocimos descubrimos en usted a alguien que valía la pena cualquier sacrificio y esfuerzo. Ahora, ¿podría usted visitar a estas personas y también acordarse lo importante que ellas son? ¿Podría usted visitarlas y luego decirles que son tan importantes como para verlos de vez en cuando, y que le gustaría compartir con ellos algo que usted mismo ha encontrado?’

“Hubo varios minutos de silencio y luego dijo: ‘Por seguro que lo voy a hacer’.

“Al volver del trabajo yo frecuentemente pasaba por la calle donde vivían las familias que visitaba Ben, todas eran menos activas y la mayoría tenía a uno de los padres que no era miembro de la Iglesia y no asistían a las reuniones. Una tarde vi a Ben que caminaba muy rápido llevando una sandía, la más grande que había visto aquella estación; sus manos aferraban fuertemente la sandía y daba la impresión de que hacía un verdadero esfuerzo con cada paso que daba. Había caminado casi tres cuadras desde el mercado y, finalmente, lo vi entrar en una de las casas.

“La próxima vez que me encontré con él, le dije que lo había visto con la sandía. Bajó la cabeza y agregó: ‘Lo que pasó fue que cuando iba para casa pasé frente al mercado y me puse a pensar en esos muchachos. Su padre está sin trabajo y las sandías son escasas y cuestan caras. Yo sabía que ellos no las habían probado este año; así que entré y compré la sandía más grande que encontré’.

“Algunos días después lo vi caminar vivamente en el calor de la tarde, llevando una tarjeta de cumpleaños. Él me contó más tarde: ‘Hay una niñita que sólo tiene hermanos y son ellos los que tienen toda la atención, de manera que pensé que en vez de poner la carta en el correo, la llevaría personalmente, así ella también se sentiría importante. Hace algunas semanas, unos chicos le sacaron un brazo a una de sus muñecas. Nadie prestó atención al hecho y sólo la dueña de la muñeca se veía triste. Me llevé la muñeca, le arreglé el resorte que sujetaba el brazo y quedó otra vez en perfecto estado. Ahora, cuando voy a visitarla, ella se acomoda con la muñeca en el suelo y apoya su cabecita en mi pierna’. Me pareció sentir un poco de emoción en la voz de Ben mientras hablaba.

“No había pasado mucho tiempo cuando recibí una llamada telefónica llena de emoción: ‘Una de las niñitas de las familias que yo visito se va a bautizar’. Era el resultado tangible de su orientación familiar y yo me alegré muchísimo.

“Esas familias no habían tenido contacto con la Iglesia en los últimos cinco años, fuera de los maestros orientadores y alguna visita ocasional de las maestras visitantes de la Sociedad de Socorro. Pero Ben me llamó por lo menos ocho veces en los próximos tres años, siempre emocionado, para contarme de una bendición que iba a realizarse, de un bautismo, o de algún jovencito que avanzaba en el sacerdocio. Una vez le pregunté cuál era el secreto para influenciar tan positivamente la vida de tanta gente, a lo que él me contestó: ‘Simplemente hice lo que usted me dijo: No les hice saber que era mejor que ellos o lo que yo consideraba que tenían que hacer. Les dije que el Señor en su bondad había puesto la mesa espiritual para su familia y que cuando ellos no participaba con nosotros, quedaba un espacio vacío y que así la familia no estaba completa’.

“Ahora, cuando visitamos a nuestras familias, siempre tenemos presente el buen ejemplo de ‘Pequeño Ben’ ”(“Little Ben”, Ensign, marzo de 1977, págs. 66–68).

¿Cuál fue la clave del éxito de los maestros orientadores de “Pequeño Ben”? ¿Cómo usó Ben la misma clave, cuando él sirvió como maestro orientador?
Las responsabilidades de los maestros orientadores

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Muestre la ayuda visual 6-c, “Se llama a los maestros orientadores para que visiten a las familias”.

El Señor le dio la responsabilidad a los maestros orientadores de visitar los hogares de los miembros y alentarlos para que oren y cumplan con los deberes familiares. Él los ha llamado a ser “guardas” para que cuiden y protejan a Sus hijos (véase Jeremías 31:6; Ezequiel 33:1–9).

El presidente Harold B. Lee dijo que los maestros orientadores deben entender que su misión es proteger, fortalecer y ayudar a los miembros a llevar a cabo su deber; pidió que los líderes del sacerdocio cambiaran el énfasis de ser maestros del hogar que presentan una lección, para ser guardianes del hogar que protejan la Iglesia. Cuando comprendamos este concepto, haremos una orientación familiar que dé resultados. (Véase Seminario para Representantes Regionales, abril de 1972, pág. 8.)

¿Qué significa ser un guarda de la Iglesia? ¿Por qué es importante que antes de enseñarles, las familias que visitamos comprendan que son importantes para nosotros? (Refiérase a la historia de “Pequeño Ben”.)

Como maestros orientadores, representamos al obispo o al presidente de rama ante las familias que visitamos. Como tales, debemos informar a nuestros líderes del sacerdocio, en una entrevista personal del sacerdocio, el resultado de las visitas y las necesidades de los miembros que se nos han asignado. Por supuesto que siempre que encontremos a alguien enfermo o si hubiera algún otro problema en las familias asignadas, debemos informar a nuestro líder del sacerdocio inmediatamente, sin tener que esperar hasta la entrevista personal.
Las familias necesitan a los maestros orientadores

Como maestros orientadores debemos pensar en las necesidades de los miembros que nos han sido asignados… Debemos entender tanto las necesidades individuales como las familiares y hacer las visitas con el propósito de elevar almas; no sólo para hacer una visita más. Debemos amar a cada uno y sentir el deseo de ayudar; debemos ayudar a los que tengan necesidades y ayudarles a desarrollar valor y fortaleza.

Pida a los miembros de la clase que indiquen las necesidades que tienen la mayoría de las familias. Anote las respuestas en la pizarra. Agregue otras necesidades que se sugieran más adelante en la lección.

Cada familia de la Iglesia necesita el Espíritu de nuestro Padre Celestial. El presidente David O. McKay ha dicho: “Como maestros orientadores es nuestro deber llevar el espíritu divino a todo hogar y a todo corazón”. (Presidente Marion G. Romney, “Las responsabilidades de los maestros orientadores”, Liahona, octubre de 1973, pág. 13.) Para ayudar a las familias que visitamos a obtener el Espíritu, debemos alentarles para que lleven a cabo la noche de hogar, que oren en familia y que tengan sus oraciones individuales, además de pedirles que participen activamente en la Iglesia (véase D. y C. 20:53–55).

Otra necesidad de toda familia es la ayuda que reciba en tiempos de enfermedad. El Señor nos ha aconsejado que en tiempos de enfermedad llamemos a los élderes de la Iglesia. Como maestros orientadores debemos saber cuándo los miembros de las familias que nos han sido asignadas están enfermos. Por esta razón, debemos estar preparados y ser dignos para bendecirlos si ellos lo pidieran. (Véase Santiago 5:14–15.)

Toda persona y toda familia enfrenta desafíos en la vida y, en ocasiones, se desanima. Como maestros orientadores debemos, con espíritu de oración, localizar los problemas individuales y familiares y buscar maneras de apoyar, animar y ayudar de la mejor manera que podamos a los padres, a los niños y a los adultos solteros que se nos haya asignado. El simplemente ofrecer ayuda no es suficiente.

Tanto las familias como los individuos necesitan a los maestros orientadores. Algunas veces no se dan cuenta de esto, pero la verdad es que en realidad los necesitan. Si como maestros orientadores oramos y somos diligentes en nuestros esfuerzos por buscar maneras de ayudar a las personas y a las familias bajo nuestra responsabilidad, recibiremos la inspiración para guiarnos al proporcionarles las bendiciones que ellos tanto necesitan.

¿De qué manera satisfizo “Pequeño Ben” las necesidades de las familias que visitaba como maestro orientador?

El siguiente relato demuestra la forma en que un buen maestro orientador ayudó a una familia:

“El hermano y la hermana Robertson… eran una pareja joven y muy activa en la Iglesia, pero no tenían sus noches de hogar ni sus oraciones familiares, ‘porque solamente somos nosotros dos’. Mi compañero y yo les dimos lecciones sobre estos temas y los alentamos; pero no tuvimos éxito…

“Durante las próximas dos semanas mi compañero y yo nos reunimos varias veces para hablar de las posibles necesidades de las familias que visitábamos. Determinamos las cosas que en verdad necesitaban una atención especial y en nuestra próxima visita pusimos a prueba un nuevo método. A los hermanos Robertson no les preguntamos, ‘¿Qué podemos hacer para ayudarlos?’, sino ‘¿Les gustaría venir a mi casa el próximo jueves para participar con nosotros en una noche de hogar especial con nuestra familia?’ A lo que ellos respondieron que lo harían gustosos…

“Un domingo, después de la reunión sacramental, el hermano y la hermana Robertson se acercaron y me dieron su testimonio de que se sentían más felices desde que comenzaron a tener oraciones familiares y sus noches de hogar” (Don B. Center, “The Day We Really Started Home Teaching”, Ensign, junio de 1977, págs. 18–19).
Ayuda para los padres

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Muestre la ayuda visual 6-d, “Los maestros orientadores deben ayudar al padre a dirigir a su familia”.

La Iglesia de Jesucristo fue establecida para la salvación de la familia y no de la persona en forma individual solamente. El padre de familia, como jefe de hogar, tiene la primordial responsabilidad de dirigir a su familia hacia la exaltación. Para poder actuar con eficacia los maestros orientadores tienen que entender este principio y, como tales, debemos reconocer que hemos sido llamados para ayudar al padre de familia o al jefe del hogar en sus esfuerzos para guiar a su familia hacia la perfección.

Una de las maneras de saber cómo podemos ayudar a la familia es tener primero una reunión a solas con el jefe del hogar. En esa oportunidad podemos preguntarle cuáles son las necesidades de la familia y qué es lo que quiere que hagamos para ayudarle a satisfacerlas

La siguiente historia demuestra la forma en que dos maestros orientadores hicieron su trabajo a través del padre.

“Samuel García no era miembro de la Iglesia. Su esposa y sus hijos lo eran, motivo por el cual las organizaciones auxiliares y los maestros orientadores visitaban a la familia García. Estas visitas eran dirigidas por lo general a los de la familia que eran miembros de la Iglesia. Por consiguiente, el hermano García se disculpaba o no se presentaba a la hora de las visitas…

“Durante los últimos dos años un nuevo maestro orientador, el hermano Moreno, fue asignado a la familia García. Después de haberse presentado a ellos y después de comentar con el líder del sacerdocio sobre la situación de la familia, el hermano Moreno sintió una fuerte impresión de que debía concentrar su atención en el jefe de familia, el hermano García. Durante los meses siguientes lo hizo de una manera deliberada y bien pensada. Por ejemplo, nunca hacía una cita para la visita por medio de la hermana García, sino más bien por medio de su esposo… En estas visitas comentaba con él la forma en que podría ayudar a cada uno de los miembros de su familia. Al principio, al hermano García le extrañó esta deferencia, ya que no estaba de acuerdo con el modelo acostumbrado, pero pronto sintió aprecio por el hermano Moreno. Se hicieron muchas visitas muy cordiales al hogar, pero rara vez se dio un mensaje directo del Evangelio a la familia.

“Cierta noche, el hermano Moreno hablaba en forma privada con el hermano García en la sala de la casa y le preguntó: ‘¿Samuel, cómo es que con una familia tan maravillosa y con todo lo que ellos hacen en la Iglesia, usted nunca pensó en ser miembro de la Iglesia?’. El hermano Moreno quedó asombrado con la respuesta. ‘Creo que nadie nunca me preguntó si estaba interesado. Efectivamente, yo he leído mucho de la literatura de su Iglesia y creo tanto como usted’.

“Un mes más tarde Samuel García fue bautizado y actualmente toda su familia ha sido sellada a él en el templo” (véase, Cuando te hayas convertido [Manual del Sacerdocio de Melquisedec, 1974], págs. 210–211).

Pida a un maestro orientador que dé su testimonio sobre la orientación familiar. Después pida a un padre que dé su testimonio sobre el efecto que haya tenido la orientación familiar en su familia.
Conclusión

Como maestros orientadores se nos ha dado la responsabilidad de cuidar a las familias de la Iglesia. Debemos visitarlas regularmente y enseñarles el Evangelio, y al mismo tiempo alentarlas para que vivan dignamente. A fin de cumplir con nuestros llamamientos debemos desarrollar nuestro amor por cada miembro de la familia que visitemos y trabajar con los jefes de los hogares, orando constantemente, con objeto de reconocer las necesidades de las familias que visitamos, y ayudar a satisfacer esas necesidades.
Cometidos

1. 1.

Considere sus responsabilidad como maestro orientador mediante la oración.
2. 2.

Determine las maneras en que puede:
1. a.

Mejorar su trabajo como maestro orientador.
2. b.

Ayudar a su compañero a ser mejor maestro orientador.
3. c.

Trabajar con el padre de cada familia que le sea asignada.
4. d.

Satisfacer las necesidades de cada miembro de la familia.
3. 3.

Analice con su propia familia la forma en que ustedes puedan ayudar a sus maestros orientadores. Si lo desea, puede leer la historia “Visita al profeta José Smith”, en Deberes y bendiciones del sacerdocio, Parte A, lección 6, bajo “Deberes del Maestro”.

Pasajes adicionales de las Escrituras

Juan 21:15–17 (el mandamiento de enseñar a otros).

Efesios 5:23 (el marido es el cabeza del hogar).

2 Timoteo 2:2 (los fieles enseñan a otras personas).

1 Pedro 5:1–4 (la responsabilidad de los élderes).

D. y C. 46:27 (se da el don de discernimiento a los maestros orientadores).

D. y C. 84:106 (el fuerte debe edificar al débil).
Preparación del maestro

Antes de presentar esta lección:

1. 1.

Estudie D. y C. 20:46–47, 51–55.
2. 2.

Al final de la lección invite:
1. a.

A un maestro orientador para que dé su testimonio acerca de la orientación familiar.
2. b.

A un padre para que dé su testimonio acerca del efecto que haya tenido la orientación familiar en su propia familia.
3. 3.

Pida a los miembros de la clase que lean o presenten las historias y los pasajes de las Escrituras de esta lección.