viernes, 15 de abril de 2011

El poder del sacerdocio

Abril 2011 General Conference
El poder del sacerdocio

Thomas S. Monson

President of the Church

Thomas S. Monson

Que hoy y siempre seamos dignos receptores del divino poder del sacerdocio que poseemos. Que bendiga nuestras vidas y que lo usemos para bendecir la vida de los demás.


He orado y meditado mucho acerca de qué decirles esta noche. No deseo ofender a nadie. Pensé: “¿Cuáles son los desafíos que tenemos? ¿Con qué me enfrento cada día que causa que llore, a veces hasta altas horas de la noche?”. Pensé que trataría de hablar de algunos de esos desafíos esta noche. Algunos se aplicarán a los hombres jóvenes; algunos se aplicarán a los de mediana edad; algunos se aplicarán a quienes son un poco mayores que los de la mediana edad. De los ancianos no hablamos.

Por lo tanto, simplemente quiero comenzar declarando que ha sido bueno para nosotros estar juntos esta noche. Hemos escuchado mensajes extraordinarios y oportunos sobre el sacerdocio de Dios. Yo, al igual que ustedes, he sido elevado e inspirado.

Esta noche quiero abordar temas que he tenido muy presentes últimamente y que he tenido la impresión de que debo compartir con ustedes. De una forma u otra, todos tienen que ver con la dignidad personal requerida para recibir y ejercer el sagrado poder del sacerdocio que poseemos.

Permítanme empezar leyéndoles de la sección 121 de Doctrina y Convenios:

“…los derechos del sacerdocio están inseparablemente unidos a los poderes del cielo, y… éstos no pueden ser gobernados ni manejados sino conforme a los principios de la rectitud.

“Es cierto que se nos pueden conferir; pero cuando intentamos encubrir nuestros pecados, o satisfacer nuestro orgullo, nuestra vana ambición, o ejercer mando, dominio o compulsión sobre las almas de los hijos de los hombres, en cualquier grado de injusticia, he aquí, los cielos se retiran, el Espíritu del Señor es ofendido, y cuando se aparta, se acabó el sacerdocio o autoridad de tal hombre” 1 .

Hermanos, ésas son las palabras definitivas del Señor en cuanto a Su autoridad divina. No podemos tener dudas en cuanto a la obligación que esto nos impone a cada uno de los que poseemos el sacerdocio de Dios.

Hemos venido a la tierra en tiempos difíciles. La brújula moral de las masas gradualmente ha cambiado al punto de aceptar “prácticamente cualquier cosa”.

He vivido lo suficiente para haber presenciado gran parte de la metamorfosis de la moralidad de la sociedad. Si bien antes las normas de la Iglesia eran casi todas compatibles con las de la sociedad, ahora nos divide un gran abismo que cada vez se agranda más.

Muchas películas y programas de televisión presentan comportamientos que se encuentran en oposición directa a las leyes de Dios. No se sometan ustedes a la insinuación y a la indecencia explícita que con mucha frecuencia se ve allí. Las letras de gran parte de la música actual caen en la misma categoría. Lo profano, que es tan prevalente a nuestro alrededor hoy, jamás se habría tolerado en un pasado no muy distante. Lamentablemente, se toma en vano el nombre del Señor una y otra vez. Recordemos juntos el mandamiento ---uno de los diez--- que el Señor reveló a Moisés en el monte Sinaí: “No tomarás el nombre de Jehová tu Dios en vano, porque no dará por inocente Jehová al que tomare su nombre en vano” 2 . Lamento que cualquiera de nosotros estemos sujetos a un lenguaje profano, y les ruego que no lo empleen. Les imploro que no digan ni hagan nada de lo que no puedan sentirse orgullosos.

Manténganse totalmente alejados de la pornografía; nunca se permitan verla; jamás. Se ha demostrado que es una adicción la cual es muy difícil de vencer. Eviten el consumo de alcohol y tabaco y cualquier otra droga, que también son adicciones que les costará mucho superar.

¿Qué los protegerá del pecado y la maldad que los rodea? Sostengo que un testimonio firme de nuestro Salvador y de Su evangelio los ayudará a mantenerse a salvo. Si no han leído el Libro de Mormón, léanlo. No les pediré que levanten la mano. Si lo hacen con oración y con el deseo sincero de saber la verdad, el Espíritu Santo les manifestará que es verdadero. Si es verdadero, y lo es, entonces José Smith fue un profeta que vio a Dios el Padre y a Su Hijo Jesucristo. La Iglesia es verdadera. Si aún no tienen un testimonio de estas cosas, hagan lo necesario para obtenerlo. Es esencial que tengan un testimonio propio, ya que los testimonios de los demás sólo les servirán hasta cierto punto. Una vez que se obtiene, el testimonio debe mantenerse activo y vivo por medio de la obediencia a los mandamientos de Dios y mediante la oración y el estudio Escrituras con regularidad. Asistan a la Iglesia. Ustedes, jóvenes, asistan a seminario o instituto si tienen esa oportunidad.

Si hubiese algo que no está bien en su vida, tienen disponible una salida. Dejen toda iniquidad; hablen con el obispo. Sea cual sea el problema, se puede resolver mediante el debido arrepentimiento. Pueden volver a ser limpios. Al hablar de aquellos que se arrepienten, dijo el Señor: “…aunque vuestros pecados sean como la grana, como la nieve serán emblanquecidos…” 3 , “…y yo, el Señor, no los recuerdo más” 4 .

El Salvador de la humanidad se describió a sí mismo diciendo que estaba en el mundo sin ser del mundo 5 . Nosotros también podemos estar en el mundo sin ser del mundo al rechazar los conceptos falsos y las enseñanzas falsas, y ser fieles a lo que Dios nos ha mandado.

Ahora bien, últimamente he pensado mucho en ustedes jóvenes que están en edad de casarse pero que no han sentido el deseo de hacerlo. Veo que hay jóvenes encantadoras que desean casarse y criar una familia; sin embargo, sus oportunidades se ven limitadas porque hay tantos varones jóvenes que están postergando el matrimonio.

Esta situación no es nueva. Es mucho lo que han dicho sobre este tema los presidentes anteriores de la Iglesia. Compartiré con ustedes sólo uno o dos ejemplos de lo que aconsejaron.

Dijo el presidente Harold B. Lee: “…no estamos cumpliendo con nuestra responsabilidad como poseedores del sacerdocio si dejamos pasar la edad de casarnos y nos abstenemos de casarnos de manera honorable con una de estas adorables jóvenes” 6 .

El presidente Gordon B. Hinckley dijo lo siguiente: “Mi corazón se enternece por… las hermanas solteras que deseen casarse y no encuentran con quién hacerlo… Tengo mucho menos lástima de los jóvenes, que bajo las costumbres de nuestra sociedad tienen el privilegio de tomar la iniciativa en esos casos y sin embargo muchas veces no lo hacen” 7 .

Soy consciente de que hay muchas razones por las cuales pueden estar dudando en cuanto a tomar el paso de casarse. Si les preocupa el proveer económicamente para una esposa y una familia, permítanme asegurarles que no tiene nada de bochornoso el que una pareja sea frugal y economice. Por lo general, es durante estas épocas desafiantes que se unirán más como pareja al aprender a sacrificarse y tomar decisiones difíciles. Tal vez tengan miedo de tomar la decisión equivocada, a lo cual les digo que tienen que ejercer fe. Busquen a alguien con quien sean compatibles. Reconozcan que no les será posible anticipar cada reto que se pueda presentar; pero estén seguros de que pueden solucionar casi todo si son ingeniosos y están dedicados a hacer que el matrimonio salga adelante.

Tal vez estén divirtiéndose demasiado al estar solteros, tomando vacaciones extravagantes, comprando automóviles y juguetes costosos, y básicamente gozando de una vida despreocupada con los amigos. Me he topado con grupos de ustedes que salen juntos, y admito que me he preguntado por qué no están con las jovencitas.

Hermanos, llega el momento en que hay que pensar seriamente en casarse y buscar una compañera con la que quieran pasar la eternidad. Si escogen con prudencia, y si están dedicados al éxito del matrimonio, no hay nada en la vida les traerá más felicidad.

Cuando se casen, háganlo en la casa del Señor. Para los que poseen el sacerdocio no debería haber otra opción. Tengan cuidado, no sea que dejen de ser dignos de poder casarse allí. Pueden mantener el cortejo dentro de los límites adecuados y aun así pasarlo muy bien.

Ahora, hermanos, paso a otro tema sobre el cual tengo la impresión de que debo hablarles. En los tres años que han pasado desde que me sostuvieron como presidente de la Iglesia, creo que la responsabilidad más triste y desalentadora que tengo es la de tratar con las cancelaciones de sellamientos. Cada una se vio precedida por un matrimonio dichoso en la casa del Señor, en el que una pareja llena de amor empezaba la vida lado a lado, esperando con anhelo pasar el resto de la eternidad juntos. Después pasan los meses y los años y, por alguna razón, el amor muere. Tal vez sea el resultado de problemas económicos, falta de comunicación, malhumores descontrolados, interferencia de los suegros o el quedar atrapados en el pecado. Hay muchas razones. En la mayoría de los casos, el divorcio no tiene que ser el resultado.

La gran mayoría de las cancelaciones de sellamientos las solicitan mujeres que intentaron con desesperación hacer que el matrimonio saliera adelante pero que, en el análisis final, no pudieron sobrellevar los problemas.

Escojan a la compañera con cuidado y en oración, y cuando estén casados, sean ferozmente leales el uno al otro. Una pequeña placa enmarcada que una vez vi en la casa de un tío y una tía, ofrece un consejo invalorable con estas palabras: “Escoge a quien amar; ama a quien escojas”. Esas pocas palabras encierran mucha sabiduría. La dedicación en el matrimonio es absolutamente esencial.

Su esposa es su igual. En el matrimonio ninguno de los dos es superior o inferior al otro, caminan lado a lado como hijo e hija de Dios. No se la debe degradar ni insultar sino que se la debe respetar y amar. Dijo el presidente Gordon B. Hinckley: “Cualquier hombre de esta Iglesia que… ejerza injusto dominio sobre [su esposa], es indigno de poseer el sacerdocio. A pesar de que haya sido ordenado, los cielos se retirarán, el Espíritu del Señor será ofendido y se acabará la autoridad del sacerdocio de ese hombre” 8 .

El presidente Howard W. Hunter dijo lo siguiente en cuanto al matrimonio: “Ser felices y tener éxito en el matrimonio por lo general no es tanto cuestión de casarse con la persona indicada sino de ser la persona indicada”. Eso me gusta. “El esfuerzo consciente por hacer nuestra parte de la mejor manera posible es el elemento más importante que contribuye al éxito” 9 .

Hace muchos años, en el barrio que yo presidía como obispo, vivía una pareja que a menudo tenía desacuerdos muy serios y acalorados. Desacuerdos realmente serios. Cada uno de ellos estaba seguro de su postura; ninguno quería ceder. Cuando no discutían, tenían lo que yo calificaría como una tregua tensa.

Una madrugada, a las 2:00 de la mañana, recibí una llamada telefónica de la pareja; querían conversar conmigo y querían hacerlo en ese momento. Me obligué a salir de la cama, me vestí y fui a su casa. Estaban sentados en lados opuestos de la sala sin hablarse. La esposa se comunicaba con el marido hablándome a mí, y él también le contestaba hablándome a mí. Pensé: “¿Cómo vamos a hacer para unir a esta pareja?”.

Oré pidiendo inspiración, y me vino la idea de hacerles una pregunta. Les dije: “¿Hace cuánto que no van al templo a presenciar un sellamiento?”. Los dos admitieron que hacía mucho. Por lo demás, eran personas dignas que tenían recomendaciones para el templo y que asistían al templo y hacían ordenanzas por los demás.

Les dije: “¿Me acompañan al templo el miércoles por la mañana a las ocho en punto? Vamos a presenciar una ceremonia de sellamiento allí”.

Al unísono preguntaron: “¿De quién es la ceremonia?”

Yo les respondí: “No sé; será la de quien se case esa mañana”.

El miércoles siguiente, a la hora señalada, nos encontramos en el Templo de Salt Lake. Los tres entramos a una de las hermosas salas de sellamiento sin conocer a nadie en el cuarto, salvo al élder ElRay L. Christiansen, que entonces era ayudante del Quórum de los Doce, un cargo de Autoridad General que existía en esa época. Esa mañana el élder Christiansen tenía programado llevar a cabo la ceremonia de sellamiento de una pareja de novios en ese cuarto. Estoy seguro de que la novia y su familia pensaron: “Ellos deben ser amigos del novio”, y que la familia del novio pensó: “Ellos deben ser amigos de la novia”. Mi pareja estaba sentada en una pequeña banqueta como a medio metro uno del otro.

El élder Christiansen empezó ofreciendo consejos a la pareja que se iba a casar, y lo hizo de forma hermosa. Habló de que el esposo debe amar a su esposa, que debe tratarla con respeto y cortesía y honrarla como el corazón del hogar. Después le habló a la novia sobre honrar a su marido como el cabeza de hogar y ser un apoyo para él en todos los aspectos.

Me di cuenta de que a medida que el élder Christiansen les hablaba a los novios, mi pareja se iba acercando cada vez más, y pronto estaban sentados uno junto al otro. Lo que me agradó fue que los dos se acercaban más o menos al mismo ritmo. Al terminar la ceremonia, mi pareja estaba sentada uno tan cerca del otro como si ellos fuesen los recién casados; y los dos estaban sonriendo.

Ese día nos fuimos del templo sin que nadie supiera quiénes éramos o por qué habíamos ido, pero mis amigos iban de la mano al salir por la puerta principal. Habían dejado sus diferencias de lado, y yo no tuve que decir ni una palabra. Sucede que recordaron el día de su propio matrimonio y los convenios que habían hecho en la casa de Dios. Se habían comprometido a volver a empezar y a esforzarse más esta vez.

Si alguno de ustedes enfrenta dificultades en su matrimonio, los insto a que hagan todo lo posible para corregir lo necesario a fin de que sean tan felices como lo eran cuando su matrimonio comenzó. Los que nos casamos en la casa del Señor lo hacemos por esta vida y por toda la eternidad; y luego debemos hacer el esfuerzo necesario para que eso sea realidad. Soy consciente de que hay situaciones en las que los matrimonios no se pueden salvar, pero estoy convencido de que por lo general se los puede y se los debe salvar. No dejen que su matrimonio llegue al punto de estar en peligro.

El presidente Hinckley enseñó que depende de cada uno de nosotros que poseemos el sacerdocio de Dios el disciplinarnos para estar por encima de las costumbres del mundo. Es esencial que seamos hombres honorables y decentes. Nuestras acciones tienen que ser intachables.

Las palabras que decimos, cómo tratamos a los demás y la forma en que vivimos impactan nuestra eficacia como hombres y jóvenes que poseemos el sacerdocio.

El don del sacerdocio es inestimable. Conlleva la autoridad de actuar como siervos de Dios, de bendecir a los enfermos, bendecir a nuestras familias y también a los demás. Su autoridad puede extenderse más allá del velo de la muerte, hasta las eternidades. “No hay nada que se le compare en todo el mundo; protéjanlo, atesórenlo… y vivan de modo que sean dignos de él” 10 .

Mis queridos hermanos, que la rectitud guíe cada uno de nuestros pasos al viajar por esta vida. Que hoy y siempre seamos dignos receptores del divino poder del sacerdocio que poseemos. Que bendiga nuestras vidas y que lo usemos para bendecir la vida de los demás como lo hizo Él que vivió y murió por nosotros, Jesucristo, nuestro Señor y Salvador. Éste es mi ruego, en Su sagrado nombre, Su santo nombre. Amén.

1. Doctrina y Convenios 121:36–37.

2. Éxodo 20:7.

3. Isaías 1:18.

4. Doctrina y Convenios 58:42.

5. Véase Juan 17:14; Doctrina y Convenios 49:5.

6. “El discurso del president Harold B. Lee de la Sesión General del Sacerdocio”, Ensign, enero de 1974, pág. 100.

7. Véase Gordon B. Hinckley, “Lo que Dios ha unido”, Liahona, julio de 1991, pág. 78.

8. Gordon B. Hinckley, “La dignidad personal para ejercer el sacerdocio”, Liahona, julio de 2002, pág. 60.

9. The Teachings of Howard W. Hunter, ed. Clyde J. Williams , 1997, pág. 130.

10. Véase Gordon B. Hinckley, Liahona, julio de 2002, pág. 61.

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Establecer un hogar centrado en Cristo

Abril 2011 General Conference
Establecer un hogar centrado en Cristo

Richard J. Maynes

De los Setenta

Richard J. Maynes
Entendemos y creemos en la naturaleza eterna de la familia. Este entendimiento y creencia deben inspirarnos a hacer todo lo que esté a nuestro alcance para establecer un hogar centrado en Cristo.


A principios de mi servicio como joven misionero en Uruguay y Paraguay, me di cuenta de que una de las grandes atracciones para los que deseaban saber más en cuanto a La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días era su interés en nuestra doctrina en cuanto a la familia. De hecho, desde la Restauración del evangelio de Jesucristo, los investigadores que buscan la verdad se han sentido atraídos a la doctrina de que las familias pueden ser eternas.

El principio de familias eternas es un elemento esencial en el gran plan de nuestro Padre Celestial para Sus hijos. El entendimiento de que tenemos una familia celestial así como una familia terrenal es fundamental en ese plan. El apóstol Pablo nos enseña que nuestro Padre Celestial es el padre de nuestros espíritus:

“Para que buscasen a Dios… [y] le hallasen…

“Porque en él vivimos, y nos movemos y somos… Porque linaje suyo somos” 1 .

Que somos linaje de un amoroso Padre Celestial es un principio tan básico del evangelio de Jesucristo, que incluso nuestros hijos proclaman su verdad cuando cantan la canción de la Primaria “Soy un hijo de Dios”. ¿Recuerdan la letra?
Soy un hijo de Dios;
Él me envió aquí.
Me ha dado un hogar
y padres buenos para mí.
Guíenme; enséñenme
la senda a seguir
para que algún día yo
con Él pueda vivir 2 .

Reconocer que tenemos una familia celestial nos ayuda a entender la naturaleza eterna de nuestra familia terrenal. En Doctrina y Convenios se nos enseña que la familia es una parte fundamental del orden del cielo: “Y la misma sociabilidad que existe entre nosotros aquí, existirá entre nosotros allá; pero la acompañará una gloria eterna…” 3 .

Entender la naturaleza eterna de la familia es un elemento de importancia crítica a fin de comprender el plan de nuestro Padre Celestial para Sus hijos. El adversario, por otro lado, desea hacer todo lo que esté a su alcance para destruir el plan de nuestro Padre Celestial. En su intento por hacer fracasar el plan de Dios, está dirigiendo un ataque sin precedentes contra la institución de la familia. Algunas de las armas más poderosas que utiliza en sus ataques son el egoísmo, la avaricia y la pornografía.

Nuestra felicidad eterna no es uno de los objetivos de Satanás. Él sabe que una de las claves esenciales para hacer que los hombres y las mujeres sean miserables como él es privarlos de las relaciones familiares que tienen potencial eterno. Puesto que Satanás entiende que la verdadera felicidad en esta vida y en la eternidad se encuentra en la familia, hace todo lo que está a su alcance por destruirla.

Alma, el profeta de la antigüedad, denomina el plan de Dios para Sus hijos “el gran plan de felicidad” 4 . La Primera Presidencia y el Quórum de los Doce Apóstoles, a quienes sostenemos como profetas, videntes y reveladores, nos han ofrecido este inspirado consejo en cuanto a la felicidad y la vida familiar: “La familia es ordenada por Dios. El matrimonio entre el hombre y la mujer es esencial para Su plan eterno. Los hijos merecen nacer dentro de los lazos del matrimonio y ser criados por un padre y una madre que honren sus votos matrimoniales con completa fidelidad. La felicidad en la vida familiar tiene mayor probabilidad de lograrse cuando se basa en las enseñanzas del Señor Jesucristo” 5 .

Esta felicidad de la que habla Alma, y más recientemente la Primera Presidencia y el Quórum de los Doce Apóstoles, indudablemente se encontrará en el hogar y en la familia. Se encontrará en abundancia si hacemos todo lo que esté a nuestro alcance por establecer un hogar centrado en Cristo.

La hermana Maynes y yo aprendimos algunos principios importantes conforme iniciamos el proceso de establecer un hogar centrado en Cristo al principio de nuestro matrimonio. Comenzamos por seguir el consejo de nuestros líderes de la Iglesia. Reunimos a nuestros hijos y llevamos a cabo noches de hogar cada semana, así como oraciones y el estudio de las Escrituras diariamente. No siempre fue fácil, ni conveniente ni tuvimos éxito, pero con el tiempo esas sencillas actividades se convirtieron en preciadas tradiciones familiares.

Aprendimos que nuestros hijos quizá no recordarían todo en cuanto a la lección de la noche de hogar más adelante en la semana, pero que recordarían que la llevamos a cabo. Aprendimos que más tarde, durante el día, quizá no recordarían las palabras exactas de las Escrituras o de la oración, pero recordarían que habíamos leído las Escrituras y que habíamos hecho la oración. Hermanos y hermanas, hay gran poder y protección para nosotros y nuestros jóvenes cuando establecemos tradiciones celestiales en nuestro hogar.

Aprender, enseñar y poner en práctica los principios del evangelio de Jesucristo en nuestro hogar nos ayuda a crear un ambiente en el que el Espíritu pueda morar. Mediante el establecimiento de estas tradiciones celestiales en nuestro hogar podremos vencer las tradiciones falsas del mundo y aprender a poner en primer lugar las necesidades y preocupaciones de los demás.

La responsabilidad de establecer un hogar centrado en Cristo recae tanto en los padres (padre y madre) como en los hijos. Los padres son responsables de enseñar a los hijos con amor y rectitud. El padre y la madre serán responsables ante el Señor en cuanto a la forma en que cumplan con sus responsabilidades sagradas. Los padres enseñan a sus hijos con palabras y mediante el ejemplo. Este poema de C. C. Miller titulado “The Echo” [El eco], ilustra la importancia del ser madre y padre, y el impacto que tienen en los hijos al ejercer influencia en ellos:
Fue una oveja y no un cordero
que se perdió en la parábola de antaño.
Jesús contó de una oveja adulta
que se apartó de las noventa y nueve del rebaño.
¿Por qué a la oveja debemos buscar
y por su bienestar orar?
Porque si la oveja se pierde, peligro hay
de que a los corderos vaya a descarriar.
El camino que las ovejas lleven,
seguramente los corderos seguirán;
las decisiones erróneas que ellas tomen,
tras poco los corderos también tomarán.
Es, pues, por el bien de los corderos
que por las ovejas hemos de rogar;
pues cuando éstas se pierden en el camino,
cuán terrible precio
los corderos han de pagar 6 .

En Doctrina y Convenios el Señor nos explica las consecuencias que tendrán el padre y la madre que lleven por mal camino a sus hijos: “Y además, si hay padres que tengan hijos en Sión… y no les enseñen a comprender la doctrina del arrepentimiento, de la fe en Cristo, el Hijo del Dios viviente, del bautismo y del don del Espíritu Santo por la imposición de manos… el pecado será sobre la cabeza de los padres” 7 .

Es difícil exagerar la importancia de que el padre y la madre enseñen a los hijos las tradiciones celestiales mediante la palabra y el ejemplo. Los hijos también tienen un papel importante en el establecimiento de un hogar centrado en Cristo. Permítanme compartirles un corto discurso que dio Will, mi nieto de ocho años, que ilustra este principio:

“Me gusta andar a caballo y lazar ganado con mi papá. Una cuerda tiene varias hebras entretejidas para hacerla fuerte. Si la cuerda sólo tuviera una hebra, no podría hacer lo que tiene que hacer. Pero como tiene más hebras que trabajan juntas, la podemos usar de muchas maneras diferentes y es fuerte.

“Las familias pueden ser como las cuerdas; cuando sólo una persona está trabajando duro y haciendo lo que es correcto, la familia no puede ser tan fuerte como cuando todos se esfuerzan por ayudarse el uno al otro.

“Sé que cuando hago lo correcto, ayudo a mi familia. Cuando trato a mi hermana Isabelle bien, los dos nos divertimos y mamá y papá se sienten felices. Si mamá necesita hacer algo, para ayudarle puedo jugar con mi hermanito Joey. También puedo ayudar a mi familia si mantengo limpio mi dormitorio y ayudo en todo lo que puedo con una buena actitud. Como soy el mayor de mi familia, sé que es importante ser un buen ejemplo. Puedo esforzarme por escoger lo correcto y seguir los mandamientos.

“Sé que los niños pueden ayudar a su familia a ser fuerte como una cuerda fuerte. Cuando todos se esfuerzan y trabajan juntos, las familias pueden ser felices y fuertes”.

Cuando padres y madres presiden la familia con amor y rectitud y enseñan a sus hijos el evangelio de Jesucristo con palabras y mediante el ejemplo; y cuando los hijos aman y apoyan a sus padres y madres al aprender y poner en práctica los principios que ellos les enseñan, el resultado será el establecimiento de un hogar centrado en Cristo.

Hermanos y hermanas, como miembros de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días entendemos y creemos en la naturaleza eterna de la familia. Este entendimiento y creencia deben inspirarnos a hacer todo lo que esté a nuestro alcance para establecer un hogar centrado en Cristo. Les doy mi testimonio de que a medida que nos esforcemos por hacerlo, practicaremos más plenamente el amor y el servicio que fueron ejemplificados mediante la vida y la Expiación de nuestro Salvador Jesucristo; y, como resultado, realmente podremos sentir que nuestro hogar es un pedacito de cielo en la tierra. En el nombre de Jesucristo. Amén.

1. Hechos 17:27-28.

2. “Soy un hijo de Dios”, Himnos, Nº 196.

3. Doctrina y Convenios 130:2; véase también Robert D. Hales, “La familia eterna”, Liahona, enero de 1997, pág. 72.

4. Alma 42:8.

5. Véase “La Familia: Una Proclamación para el Mundo”, Liahona, noviembre de 2010, pág. 129.

6. Miller, C. C., “The Echo”, en Best-Loved Poems of the LDS People, editado por Jack M. Lyon y colaboradores, Salt Lake City: Deseret Book, 1996, págs. 312–313.

7. Doctrina y Convenios 68:25; cursiva agregada.

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Oportunidades para hacer el bien

Abril 2011 General Conference
Oportunidades para hacer el bien

Henry B. Eyring

Primer Consejero de la Primera Presidencia

Henry B. Eyring
La manera del Señor para ayudar a quienes tienen necesidades temporales requiere gente que por amor se haya consagrado a sí misma, y lo que posee, a Dios y a Su obra.


Mis queridos hermanos y hermanas, el propósito de mi mensaje es honrar y celebrar lo que el Señor ha hecho y hace para servir a los pobres y a los necesitados entre Sus hijos sobre la tierra. Él ama a Sus hijos que tienen necesidades y también a aquellos que desean ayudar. Él ha creado formas de bendecir tanto a los que necesitan ayuda como a los que la darán.

Nuestro Padre Celestial escucha las oraciones de Sus hijos en toda la tierra pidiendo comida para alimentarse, ropa para cubrir sus cuerpos y la dignidad que viene de poder proveer de lo necesario para sí mismos. Esos ruegos han llegado a Él desde que colocó al hombre y a la mujer sobre la tierra.

Ustedes escuchan de esas necesidades en donde viven y en todo el mundo. Con frecuencia su corazón se conmueve con sentimientos de compasión. Cuando hallan a alguien que no encuentra empleo, sienten ese deseo de ayudar. Lo sienten cuando entran a la casa de una viuda y ven que no tiene comida; lo sienten cuando ven fotografías de niños llorando sentados en las ruinas de sus casas destruidas por terremotos o incendios.

Ya que el Señor escucha sus clamores y siente la profunda compasión de ustedes hacia ellos, desde un principio, Él ha proporcionado maneras para que Sus discípulos ayuden. Ha invitado a Sus hijos a que consagren su tiempo, sus medios y a sí mismos a unirse a Él para servir a los demás.

Su manera de ayudar a veces se ha llamado vivir la ley de consagración. En otro período Su manera se llamó la orden unida; y en nuestra época se llama el programa de bienestar de la Iglesia.

Los nombres y los detalles de cómo funciona se cambian para satisfacer las necesidades y las condiciones de la gente; pero siempre, la manera del Señor para ayudar a quienes tienen necesidades temporales requiere gente que por amor se haya consagrado a sí misma, y lo que posee, a Dios y a Su obra.

Él nos ha invitado y mandado a participar en Su obra de elevar a quienes tienen necesidades. Hacemos convenio de hacerlo en las aguas del bautismo y en los sagrados templos de Dios. Renovamos el convenio los domingos cuando participamos de la Santa Cena.

Hoy, mi objetivo es describir algunas de las oportunidades que Él nos ha proporcionado para ayudar a los necesitados. No puedo hablar de todas ellas en el poco tiempo que tenemos; mi esperanza es renovar y fortalecer su compromiso de actuar.

Hay un himno sobre la invitación del Señor a participar en esta obra que he cantado desde que era niño. En mi niñez prestaba más atención a la tonada alegre que al poder de las palabras. Oro para que hoy sientan la letra en su corazón. Escuchemos las palabras otra vez:
¿En el mundo acaso he hecho hoy
a alguno favor o bien?
¿Le he hecho sentir que es bueno vivir?
¿He dado a él sostén?
¿He hecho ligera la carga de él
porque un alivio le di?
¿O acaso al pobre logré ayudar?
¿Mis bienes con él compartí?
¡Alerta! Y haz algo más
que soñar de celeste mansión.
Por el bien que hacemos paz siempre tendremos,
y gozo y gran bendición 1 .

El Señor nos envía a todos llamados de atención con regularidad. A veces puede ser un sentimiento repentino de compasión por alguien que tiene necesidades. Un padre puede haberlo sentido cuando vio a un niño caerse y rasparse la rodilla. Una madre quizás lo sintió cuando escuchó el grito aterrado de su hijo durante la noche. Un hijo o una hija tal vez haya tenido compasión por alguien que parecía estar triste o tener miedo en la escuela.

Todos nosotros hemos sentido compasión por otras personas que ni siquiera conocemos. Por ejemplo, al oír las noticias de las olas arremetiendo el Pacífico luego del terremoto en Japón, ustedes se preocuparon por quienes podrían estar heridos.

Miles de ustedes tuvieron sentimientos de compasión al saber de las inundaciones en Queensland, Australia. Los informes periodísticos eran sólo cantidades aproximadas de aquellos con necesidades; pero muchos de ustedes sintieron el dolor de la gente. Mil quinientos o más voluntarios miembros de la Iglesia en Australia respondieron al llamado de alerta y fueron a ayudar y a dar consuelo.

Transformaron sus sentimientos de compasión en una decisión de actuar de acuerdo con sus convenios. He visto las bendiciones que vienen a la persona necesitada que recibe ayuda y a la persona que aprovecha la oportunidad de brindarla.

Los padres sabios ven en toda necesidad de los demás una forma de traer bendiciones a la vida de sus hijos e hijas. Recientemente tres niños trajeron a nuestra puerta recipientes con una cena deliciosa. Sus padres sabían que necesitábamos ayuda y ellos incluyeron a sus hijos en la oportunidad de prestarnos servicio.

Los padres bendijeron a nuestra familia con su servicio generoso; por su elección de permitir que sus hijos participaran en la ofrenda, extendieron las bendiciones a sus futuros nietos. Las sonrisas de los niños cuando se iban de casa me dieron la seguridad de que ello sucederá; les dirán a sus hijos del gozo que sintieron al prestar amablemente servicio para el Señor. Recuerdo ese sentimiento de satisfacción en mi niñez cuando sacaba las hierbas del jardín de un vecino a pedido de mi padre. Cuando se me invita a dar, recuerdo y creo en la letra de “Dulce tu obra es, Señor” 2 .

Sé que la letra se escribió para describir el gozo que viene de adorar al Señor en el día de reposo; pero esos niños con los alimentos frente a nuestra puerta sintieron la alegría de hacer la obra del Señor un día de semana; y sus padres vieron la oportunidad de hacer el bien y extender el gozo a través de las generaciones.

La forma en que el Señor cuida de los necesitados proporciona otra oportunidad para que los padres bendigan a sus hijos. Lo vi un domingo en la capilla; un niño pequeño le alcanzó al obispo el sobre de donaciones de su familia al entrar en la capilla antes de la reunión sacramental.

Yo conocía a la familia y al niño. La familia acababa de enterarse de que alguien del barrio estaba pasando necesidades. El padre del niño había dicho algo así al niño cuando puso una ofrenda de ayuno más generosa que lo usual en el sobre: “Hoy ayunamos y oramos por los necesitados. Por favor dale este sobre al obispo de parte nuestra. Sé que lo usará para aquellos que tienen mayor necesidad que nosotros”.

En vez de sentir dolor de estómago por el hambre, ese niño recordará ese día con un cálido sentimiento. Yo pude darme cuenta por su sonrisa, y por la forma en que sostenía el sobre fuertemente, que él sentía la confianza de su padre cuando le pidió que llevara la ofrenda de la familia para los pobres. Recordará ese día cuando sea diácono y tal vez para siempre.

Vi la misma felicidad en los rostros de las personas que ayudaron en nombre del Señor en Idaho años atrás. Una importante represa de Idaho se rompió el sábado 5 de junio de 1976. Once personas murieron; miles tuvieron que dejar sus casas en pocas horas. Algunas de las viviendas fueron arrastradas por el agua y cientos de ellas necesitaban arreglos fuera del alcance de los dueños para que se pudiese volver a vivir en ellas.

Quienes escucharon de la tragedia sintieron compasión y algunos el llamado de hacer algo para bien. Los vecinos, obispos, presidentas de la Sociedad de Socorro, líderes de los quórumes, maestros orientadores y maestras visitantes dejaron sus hogares y trabajos para limpiar las casas inundadas de otras personas.

Una pareja regresó a Rexburg de unas vacaciones justo después de la inundación. No fueron a ver su propia casa; en lugar de ello buscaron a su obispo para preguntarle dónde podían ayudar. Él los dirigió a una familia que necesitaba socorro.

Después de unos días fueron a ver la casa de ellos; ya no estaba, el agua la había arrastrado. Ellos simplemente volvieron al obispo y le preguntaron: “¿Qué más quiere que hagamos ahora?”.

Dondequiera que vivan, ustedes han visto el milagro de la compasión convertido en actos desinteresados. Puede que no haya sido a causa de un desastre natural. Yo lo he visto en un quórum del sacerdocio donde un hermano se puso de pie para describir las necesidades de un hombre o una mujer en busca de una oportunidad de trabajo para mantenerse a sí mismo o a sí misma y a su familia. Sentí compasión en el salón, pero algunos sugirieron nombres de quienes tal vez le darían trabajo a la persona que lo necesitaba.

Lo que sucedió en ese quórum del sacerdocio y lo que sucedió en las casas inundadas de Idaho es una manifestación de la manera en que el Señor ayuda a los que tienen grandes necesidades para que lleguen a ser autosuficientes. Sentimos compasión y sabemos cómo actuar para ayudar a la manera del Señor.

Este año celebramos el aniversario número 75 del programa de bienestar de la Iglesia. El programa se estableció para satisfacer las necesidades de quienes habían perdido el trabajo, granjas y aun sus casas, durante lo que llegó a conocerse como la Gran Depresión.

En nuestra época, los hijos de nuestro Padre Celestial otra vez tienen grandes necesidades temporales, como ha sucedido y como sucederá en todas las épocas. Los principios básicos del programa de bienestar de la Iglesia no son sólo para una época ni para un lugar; son para todas las épocas y todo lugar.

Esos principios son espirituales y eternos. Por esa razón, el comprenderlos y arraigarlos en nuestro corazón hará posible que veamos y aprovechemos las oportunidades de ayudar, toda vez y en todo lugar en que el Señor nos invite a hacerlo.

Éstos son algunos principios que me han guiado cuando he querido ayudar a la manera del Señor y cuando otros me han ayudado.

Primero: Toda la gente es más feliz y tiene mayor autoestima cuando pueden proveer de lo necesario para ellos mismos y para su familia, y luego tender una mano para ayudar a otros. He estado agradecido por aquellos que me han ayudado a satisfacer mis necesidades; he estado aun más agradecido a lo largo de los años por aquellos que me han ayudado a ser autosuficiente; y todavía más agradecido por aquellos que me han mostrado cómo usar mi excedente para ayudar a los demás.

He aprendido que la manera de tener un excedente es gastar menos de lo que gano. Con ese excedente he podido aprender que verdaderamente es mejor dar que recibir. Eso es en parte porque cuando damos ayuda a la manera del Señor, Él nos bendice.

El presidente Marion G. Romney dijo de la obra de bienestar: “Nunca seremos pobres por dar a esta obra”. Y luego citó a su presidente de misión, Melvin J. Ballard, que dijo: “Una persona no [puede] darle al Señor una migaja de pan sin que Él le [devuelva]… toda una hogaza” 3 .

He visto que es verdad en mi propia vida. Cuando soy generoso con los hijos del Padre Celestial que tienen necesidades, Él es generoso conmigo.

Un segundo principio del Evangelio que ha sido una guía para mí en la obra de bienestar es el poder y la bendición de la unidad. Cuando juntamos las manos para servir a las personas en necesidad, el Señor une nuestros corazones. El presidente J. Reuben Clark, Jr. lo dijo de la siguiente manera: “Tal vez el dar ha… traído el mayor sentimiento de hermandad común cuando los hombres de todas las profesiones y ocupaciones han trabajado lado a lado en un huerto de bienestar o en algún otro proyecto” 4 .

Ese mayor sentimiento de hermandad es una realidad tanto para el que recibe como para el que da. Hasta el día de hoy, existe un vínculo entre un hombre con quien trabajé lado a lado para sacar lodo de su casa inundada en Rexburg y yo; y él siente más dignidad personal por haber hecho todo lo posible por sí mismo y por su familia. Si hubiésemos trabajado independientemente, los dos hubiésemos perdido una bendición espiritual.

Eso conduce al tercer principio de acción en la obra de bienestar para mí: Hagan participar a su familia en la obra para que aprendan a cuidar uno del otro como cuidan de los demás. Sus hijos e hijas que trabajen con ustedes para servir a otros con necesidades, estarán más dispuestos a ayudarse mutuamente cuando lo necesiten.

El cuarto valioso principio de bienestar de la Iglesia lo aprendí cuando era obispo. Fue cuando seguí el mandamiento de las Escrituras de buscar a los pobres. Es el deber del obispo encontrar y proveer ayuda a quienes aún la necesiten después de que ellos y su familia hayan hecho todo lo posible. Aprendí que el Señor envía al Espíritu Santo para que sea posible “[buscar] y [hallar]” 5 al velar por los pobres, al igual que lo hace cuando buscamos la verdad; pero también he aprendido a hacer participar a la presidenta de la Sociedad de Socorro en la búsqueda. Ella podría recibir la revelación antes que ustedes.

Algunos de ustedes necesitarán esa inspiración en los meses por delante. Para conmemorar el aniversario número 75 del programa de bienestar de la Iglesia, se invitará a los miembros alrededor del mundo a que participen de un día de servicio. Los líderes y los miembros buscarán revelación al planear cualquiera que sean los proyectos.

Les daré tres sugerencias en cuanto a planificar el proyecto de servicio.

Primero: prepárese usted y a quienes dirige espiritualmente. Únicamente si se ablandan los corazones mediante la expiación del Salvador podrán ver claramente el objetivo del proyecto como una bendición tanto espiritual como temporal en la vida de los hijos del Padre Celestial.

Mi segunda sugerencia es que elijan servir a personas dentro del reino o en la comunidad cuyas necesidades conmoverán a quienes presten servicio. Las personas a quienes presten servicio sentirán su amor. Eso quizás los hará sentir aun más felices, como lo promete la canción, que el satisfacer sólo sus necesidades temporales.

Mi última sugerencia es que planeen aprovechar el poder de los vínculos que existen en las familias, los quórumes, las organizaciones auxiliares y entre la gente que conozcan en sus comunidades. El sentimiento de unidad multiplicará la buena influencia del servicio que den; y el sentimiento de unidad en las familias, la Iglesia y la comunidad crecerá y será un legado que durará hasta mucho después de que se termine el proyecto.

Ahora tengo la oportunidad de decirles cuánto los aprecio. A causa del amoroso servicio que han dado en el nombre del Señor, he recibido el agradecimiento de la gente a quien han ayudado por todo el mundo.

Ustedes encontraron la manera de elevarlos al ayudar a la manera del Señor. Ustedes y humildes discípulos del Salvador como ustedes, han echado su pan sobre las aguas al prestar servicio, y las personas a quienes ayudaron han tratado de darme una hogaza de gratitud a cambio.

Personas que han trabajado con ustedes expresan el mismo agradecimiento. Recuerdo una ocasión que estaba junto al presidente Ezra Taft Benson. Habíamos estado hablando acerca del servicio de bienestar en la Iglesia del Señor. Me sorprendió con su juvenil energía cuando dijo, frotándose las manos: “Me encanta este trabajo, ¡y es trabajo!”.

A nombre del Maestro, les agradezco su labor al servir a los hijos de nuestro Padre Celestial. Él los conoce y ve el esfuerzo, diligencia y sacrificio de ustedes. Ruego que Él les otorgue la bendición de ver los frutos de su labor en la felicidad de aquellos a quienes han ayudado y con quienes han ayudado por el Señor.

Sé que Dios el Padre vive y que escucha nuestras oraciones. Sé que Jesús es el Cristo. Ustedes y las personas a quienes prestan servicio pueden ser purificados y fortalecidos al servirle y guardar Sus mandamientos. Ustedes pueden saber, como yo sé, por el poder del Espíritu Santo, que José Smith fue el profeta de Dios que restauró la Iglesia verdadera y viviente, que es ésta. Les testifico que el presidente Thomas S. Monson es el profeta viviente de Dios. Él es un gran ejemplo de lo que el Señor hizo: [andar] haciendo bienes. Oro para que aprovechemos las oportunidades que nos lleguen para “[levantar] las manos caídas y [fortalecer] las rodillas debilitadas”6. En el sagrado nombre de Jesucristo. Amén.

1. “¿En el mundo he hecho bien?” , Himnos, Nº 141.

2. “Dulce Tu obra es, Señor”. Himnos, Nº 84.

3. Véase Marion G. Romney, “Las bendiciones del ayuno”, Liahona, diciembre de 1982, pág. 2.

4. J. Reuben Clark Jr., en Conference Report, octubre de 1943, pág. 13.

5. Véase Mateo 7:7–8; Lucas 11:9–10; 3 Nefi 14:7–8.

6. Doctrina y Convenios 81:5.

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